La generaci�n liberal


A la luz de estos acontecimientos, desde 1846 hab�an comenzado a formarse en Jalisco algunos grupos de egresados de las aulas laicas deseosos de participar directamente en la tarea p�blica. Entre ellos, que se le�an tanto sus creaciones literarias como sus an�lisis de lo que acontec�a, se encontraban figuras que despu�s habr�an de sobresalir, como fue el caso de Emeterio Robles Gil, Ignacio Luis Vallarta, Miguel Contreras Medell�n, Jos� Mar�a Vigil, entre algunos. Ellos fundaron una Junta Popular de J�venes que, en 1849, organiz� una sociedad literaria denominada La Esperanza; a pesar de su corta vida, fue considerada despu�s por Jos� Mar�a Vigil, uno de sus miembros, "el punto de partida en que la juventud jalisciense combin� sus esfuerzos para marchar por la senda que le abrir�a los caminos literarios". Un a�o m�s tarde, con el auspicio del gobernador L�pez Portillo se form� otra de mayor proyecci�n llamada La Falange de Estudios, que en 1852 editar�a la primera revista literaria de Jalisco, con art�culos de los mejores autores de ese momento, sin importar su filiaci�n pol�tica. Se llam� El Ensayo Literario.

Entre 1848 y 1852, la administraci�n de Jalisco volvi� a ser ocupada por personas nacidas en el estado, mas no por ello hubo concordia, pues dos bandos liberales acabaron siendo antag�nicos. El radical ten�a como l�deres a Gregorio D�vila, Juan N. Cumplido y Jes�s Camarena, mientras que los moderados eran comandados por Jes�s L�pez Portillo, J. Guadalupe Montenegro y el gobernador Joaqu�n Angulo, quien fue v�ctima durante toda su gesti�n de numerosos embates en la prensa de Guadalajara, pues se dec�a que su triunfo electoral hab�a sido fraudulento y que el verdadero gobernante era Jes�s L�pez Portillo.

Angulo pudo concluir su per�odo (1848-1852) gracias a que cedi� algunas posiciones de su gabinete, pero a cambio design� a L�pez Portillo como sucesor. S�lo que la animadversi�n y la exaltaci�n iban en aumento en virtud de que se dec�a que las nuevas elecciones tambi�n hab�an sido un fraude. Adem�s, L�pez Portillo se distanci� del presidente de la Rep�blica, Mariano Arista, y entr� despu�s en conflicto con el obispo de Guadalajara, al rehusar exentar al clero del pago de impuestos. Por otro lado, su actuaci�n contra el bandidaje fue de una dureza tal que toda la ciudadan�a result� afectada.

El 26 de julio de 1852, de manera sorpresiva, el jefe de la guarnici�n de Guadalajara, coronel Jos� Mar�a Blancarte, se apoder� del Palacio de Gobierno al grito de "muera el traidor Portillo", provocando la huida del gobernador a Lagos. Gregorio D�vila asumi� la gubernatura en su lugar.

La indiferencia del presidente Arista facilit� la ca�da del mandatario de Jalisco, a la vez que promovi� que los conservadores comenzaran a procurar el retorno de Santa Anna. En un inicio pretendieron pactar con D�vila, pero ante su negativa se aliaron con el clero, la oligarqu�a y con Blancarte, en contra del presidente. Finalmente, el 13 de septiembre de 1852 acordaron invitar a Santa Anna para que ocupara de nueva cuenta la silla presidencial.

Debido a la fuerza alcanzada por los santanistas en Jalisco, D�vila se vio obligado a dejar el puesto al coronel Blancarte, en tanto que la jerarqu�a de la Iglesia y los ricos tapat�os se reunieron en octubre de 1852 para elaborar el llamado Plan del Hospicio, que propon�a la conformaci�n de un congreso general que nombrara un nuevo presidente, a la vez que ped�a a Santa Anna retornar al pa�s y designaba gobernador a Jos� Mar�a Y��ez.

Santa Anna volvi� al mando en abril de 1853 con las facultades de un verdadero dictador. Sobrevino entonces una vuelta a las formas centralistas: el "General Presidente" se convirti� en "Alteza Seren�sima"; su cargo se declar� vitalicio y con derecho a nombrar sucesor, am�n de conced�rsele poderes plenos en todos los ramos. Su representante en Jalisco fue el general Jos� Mar�a Ortega, quien asumi� la gubernatura el 16 de julio de 1853. Tantos a�os de inestabilidad suscitaron una situaci�n desoladora en la entidad, en gran parte atribuible a los estragos causados por las luchas civiles.


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