La herencia tlaxcalteca


Hubo tlaxcaltecas en Lampazos y los pueblos de Purificaci�n y Concepci�n fueron provistos tambi�n de familias de ese origen por el licenciado Barbadillo. Los de estos dos �ltimos lugares fueron concentrados en 1756 en Guadalupe, que dej� de ser misi�n, para convertirse en pueblo, sujeto al curato de Monterrey. Sus vecinos actuales y los de Bustamante son llamados tradicional y festivamente tecos, debido a su procedencia.

Nuevo Le�n y en general el noreste de M�xico conserva mucho de las tradiciones y de las artesan�as tlaxcaltecas. En el aspecto �tnico, fue el suyo quiz� el m�s frecuente mestizaje con el espa�ol; particularmente a partir de 1834, al ser secularizadas las misiones.

Por lo que ata�e al lenguaje, todav�a a fines del siglo XIX hab�a familias en Bustamante y en Guadalupe que hablaban el n�huatl, y son muy comunes actualmente, en el habla de la regi�n, los nahuatlismos. Se oye todav�a con alguna frecuencia, en los pueblos fundados por ellos, llamar tlaxcalcu�n a cierto tipo de cucaracha; chimal, a una cabellera despeinada; totache, a un sacerdote; chauixtle, a una enfermedad leve, en particular al resfr�o o a la calentura pal�dica.

En otras facetas se observa a�n la influencia tlaxcalteca: en la construcci�n, el uso del adobe; en los techos de jacal, la utilizaci�n de zacate, palmito u hoja de ca�a; y el carrizo en las cercas o tachacuales (otro nahuatlismo).

La artesan�a popular contin�a produciendo ciertas sillas y mecedoras de madera de tenaza; algunos tejidos de palma, particularmente para la fabricaci�n de sombreros, o de esferas o petates; as� como cierto tipo de cester�a, en la elaboraci�n de colotes o chiquihuites (canastos); o algunas piezas de alfarer�a —ollas en especial— en Aramberri y Zaragoza, en el sur del estado. En casi todas las casas fueron hasta hace poco muy usuales algunos tejidos como jorongos, fajas y "talegos" con cierre "de jareta".

En sus pueblos hubo siempre grupos que cultivaban la m�sica. Sab�an ta�er el arpa y el viol�n, y, con "buen o�do" y singular sensibilidad, formaban peque�as orquestas y bandas, en las cuales dominaban la flauta, el clarinete, la tambora y el redoblante.

Herencia de este mundo ind�gena educado por los misioneros, lo son, indudablemente, los coloquios y las pastorelas. De �stas se conocen libretos con marcad�simo sabor colonial, por su lenguaje arcaizante. En este mismo campo folkl�rico pueden ser incluidas las danzas de matachines, que, aunque mistificadas, han llegado hasta nuestros d�as.

Imagineros y escultores notables, su huella en este aspecto es digna de ser estudiada con amplitud. Algunas esculturas de Cristo, como las de las parroquias de Villaldama o Hualahuises, tienen su sello inconfundible. A todas, por supuesto, las envuelve invariablemente, adem�s, un ingenuo marco de leyenda que hace difuso su origen hist�rico.


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