Conclusiones


DESDE QUE SE REALIZARON los primeros cultivos agr�colas hace 4 000 a�os, hasta tiempos recientes, el ma�z y el maguey formaron parte esencial de la econom�a tlaxcalteca. Del ma�z se deriv� el nombre original del lugar: Tlaxcallan (lugar de la tortilla de ma�z), y el maguey con su principal fruto, el pulque, le dieron fama y prosperidad al estado en ciertos periodos de su historia. Las condiciones geogr�ficas propias de la regi�n moldearon la vida de los primeros pobladores y el desarrollo de sus descendientes. Los recursos naturales siempre fueron escasos; la agricultura, fr�gil y pobre. La distribuci�n de los asentamientos humanos reflejaba las desigualdades caracter�sticas naturales imperantes en las dos grandes subregiones: la del norte y la del centro-sur. De ah� que desde hace 2000 a�os, en esta �ltima, la m�s f�rtil, se haya concentrado la mayor�a de los pueblos, y que posteriormente se hubiera convertido en el foco de desarrollo econ�mico y demogr�fico de la entidad.

Con el paso del tiempo, la mayor parte de la poblaci�n se dedic� a la agricultura, y otra cantidad importante al comercio y al trabajo artesanal, sobre todo textil y alfarero; actividades que hasta la actualidad contin�an siendo prioritarias entre muchos tlaxcaltecas. Los part�cipes de la antigua civilizaci�n tambi�n dejaron huellas de su talento en numerosas construcciones monumentales, entre las que destaca la ciudad fortificada de Cacaxtla, hoy considerada patrimonio de la humanidad y obligado punto de referencia en la identidad tlaxcalteca.

El arribo sucesivo de varios grupos culturales y el contacto tributario y comercial con otros m�s fueron acrisolando lo que ser�a la antigua Tlaxcallan, uno de los pueblos m�s importantes de Mesoam�rica hacia el siglo XV de nuestra era. Entonces, su organizaci�n social se aglutinaba en una veintena de se�or�os o cacicazgos, los cuales se confederaron, sin perder su soberan�a interna, con el objetivo de defenderse eficazmente de sus enemigos. Por tener mayor poder, cuatro de esos se�or�os destacaron y, m�s tarde, sirvieron de fundamento para organizar la administraci�n pol�tica y territorial de Tlaxcala durante el periodo virreinal. Quiz� por eso pasaron equívocamente a la historia como los �nicos antiguos se�or�os. Tambi�n con err�ticos sobrenombres la confederaci�n fue conocida como una "rep�blica" y su m�xima autoridad como un "senado", sin que tales organismos tuvieran algo que ver con sus hom�nimos contempor�neos.

Pero mucho m�s importante que eso fue el arraigo que desde entonces tuvo la compleja y s�lida organizaci�n pol�tica, econ�mica y social de los pueblos tlaxcaltecas, as� como su pr�ctica autonomista, consolidada por su permanente lucha frente a sus enemigos hist�ricos: los cholultecas, los huexotzincas y finalmente los mexicas. La creciente enemistad con estos �ltimos indujo a que las sagradas "guerras floridas" se convirtieran en verdaderas guerras a muerte, que se estrechara el cerco militar sobre el territorio de Tlaxcala, que se invirtieran mayores recursos en la construcci�n de fortificaciones, que escasearan productos b�sicos y suntuarios, y que se elevara la demanda de tierras. Aun as�, Tlaxcala nunca cay� bajo el imperialismo mexica, aunque siempre quedar� la duda de cu�nto tiempo m�s habr�a podido resistir ese creciente acecho si la llegada de los conquistadores espa�oles no hubiera cambiado el rumbo de los acontecimientos.

No hay que olvidar que el encuentro inicial entre espa�oles y tlaxcaltecas fue violento, y que s�lo el intenso desgaste que sufrieron ambos bandos despu�s de varias batallas los oblig� a pactar, no obstante la oposici�n de algunos dirigentes tlaxcaltecas a ello. La mejor oferta de los espa�oles fue la alianza para vencer definitivamente a los poderosos mexicas; una naci�n ind�gena pero ajena a Tlaxcallan. Rechazar esa alianza tal vez hubiera significado el sometimiento de Tlaxcala al poder de Tenochtitlan. Desde un principio el pacto estuvo condicionado: los tlaxcaltecas exigir�an el trato de pueblo aliado y no el de conquistado; a cambio reconocer�an al dios cristiano como el �nico, y al rey de Espa�a como su monarca; ser�an pueblo realengo con los privilegios que de ello se derivaban. La alianza fue sellada con aguas bautismales y con sangre de guerreros. As�, Tlaxcala logr� sobrevivir como una sociedad ind�gena, con una autonom�a y una cohesi�n disminuidas pero ciertamente mayores que las del resto de los pueblos indios.

Surgi� entonces la provincia de Tlaxcala con un cabildo exclusivamente ind�gena como m�xima autoridad, y se fund� una nueva ciudad con igual nombre, que a diferencia de otras muchas no se edific� sobre las ruinas de antiguos templos como un s�mbolo de conquista. Las casas se�oriales continuaron controlando tierras, trabajos y hombres en sus respectivos pueblos, aunque con el tiempo diversos factores contribuyeron a reducir dicho control. En varias ocasiones estuvieron en peligro de perderse los lazos de dependencia de los pueblos respecto al cabildo, pero la autoridad de �ste logr� imponerse y mantener la unidad de la provincia, pese a los repetidos embates del gobierno virreinal, de colonos espa�oles e, incluso, de indios rebeldes. La �ltima victoria sobre el particular se dio con las reformas borb�nicas al evitar que Tlaxcala fuera anexada a la intendencia de Puebla.

El privilegio de inviolabilidad territorial (lo cual propici� la fundaci�n de la vecina ciudad de Puebla) pronto fue transgredido por el primer virrey. Las protestas dirigidas a la Corona no anularon las mercedes ya dadas y por dar, pero al menos lograron que �stas fueran pocas y respetuosas de los bienes de los naturales. De ah� que la mayor penetraci�n espa�ola en tierras de Tlaxcala no fuera mediante las mercedes, sino por las compras hechas a indios y por herencias matrimoniales.

El incremento del valor de la tierra sedujo a la nobleza india, aunque tales ventas generaron p�rdidas en t�rminos de su poder se�orial. Desde entonces, la mayor�a de los predios espa�oles se ubicaron en la cuenca del Atoyac-Zahuapan y el valle de Huamantla. De las estancias de ganado pasaron al cultivo de cereales, trigo especialmente, y luego tambi�n a la producci�n de pulque. A mediados del siglo XVII aquellas propiedades ya eran consolidadas haciendas, y su sistema perdurar�a por 300 a�os. A ello contribuyeron las llamadas composiciones de tierras, en particular la de 1757, que sirvi� para impedir que un siglo despu�s entraran a Tlaxcala las compa��as deslindadoras, pues ya no hab�a bald�os que repartir. Aunque las haciendas tlaxcaltecas fueron muchas, su productividad y rentabilidad era baja debido a las desfavorables condiciones geogr�ficas. �stas tambi�n provocaron varias crisis agr�colas con sus secuelas de escasez, carest�as y hasta hambrunas. Los privilegios reales ayudaron a que los trabajadores de las haciendas tlaxcaltecas no fueran explotados tanto como en otras partes de la Nueva Espa�a, y el ayuntamiento vel� por ello. Ya desde entonces los trabajadores eventuales combinaron actividades en los obrajes y el comercio para mejorar su econom�a.

Muchos tlaxcaltecas salieron de su territorio, primero como guerreros con las expediciones militares espa�olas, m�s tarde como colonos civilizadores de la Gran Chichimeca. De esta manera, la antigua Tlaxcallan ramific� su cultura por diversas partes de Nueva Espa�a y aun fuera de ella. Pero m�s que la emigraci�n, el enorme despoblamiento que sufri� Tlaxcala a fines del siglo XVI se debi� a la gran cantidad de muertes que produjeron las epidemias, las hambrunas y las guerras. Como consecuencia de esa tragedia demogr�fica, las tierras abandonadas fueron compradas o usurpadas por labradores espa�oles, y los sobrevivientes disgregados fueron reagrupados en congregaciones, aunque en Tlaxcala �stas fueron posteriores y en menor volumen que en otras partes de la Nueva Espa�a.

A pesar de su categor�a privilegiada, desde un principio Tlaxcala debi� pagar a la Corona tributos en ma�z, aun cuando siempre asumi� esto como un gesto de vasallaje al rey, y no como una obligaci�n de pueblo conquistado. A esa contribuci�n se sum� la que, en forma de servicios personales, dio un gran n�mero de tlaxcaltecas en diferentes lugares y momentos, sobre todo para la edificaci�n de Puebla. Debido a que el cabildo se opuso a ello constantemente, pues lo consideraba lesivo a sus privilegios de pueblo realengo, el rey concedi� que no le fuera incrementado el tributo, y luego prohibi� que Tlaxcala fuera sometida a los servicios personales, adem�s de agregar el titulo de "Muy Insigne" a los de "Muy Noble" y "Muy Leal" que ya pose�a. No obstante, los tlaxcaltecas no escaparon a la contribuci�n especial (la del "tost�n") impuesta por el rey a fines del siglo XVI, y cuya negativa a cubrirla por tiempo indefinido cost� el encarcelamiento del cabildo y el embargo de sus bienes.

En el campo religioso Tlaxcala tambi�n obtuvo privilegios. Desde el principio, a los franciscanos les fue concedido el monopolio de su evangelizaci�n. Estos frailes, adem�s de respetar mucho la organizaci�n social y territorial de los ind�genas, los ayudaron a frenar la penetraci�n espa�ola. La aculturaci�n que recibieron los tlaxcaltecas mediante los franciscanos estuvo permeada por ilustres hombres, como Motolin�a, Mendieta y Valad�s, aunque, por otro lado, el proceso de evangelizaci�n tuvo ribetes de violencia: indios ejecutados por resistirse a abandonar su religi�n y ni�os martirizados por adoptar la nueva.

Como parte de los privilegiados, Tlaxcala fue designada sede episcopal, aunque muy pronto los espa�oles poblanos le arrebataron tal honor al llevarse a la ciudad de Puebla la cabecera diocesana. A partir de entonces y durante cuatro siglos Tlaxcala dependi� eclesi�sticamente de Puebla. Como una especie de compensaci�n en el campo de lo sagrado, en Tlaxcala surgieron entonces dos santuarios donde se veneraban dos portentos milagrosos: la Virgen de Ocotl�n y San Miguel Arc�ngel. La fuerte influencia franciscana en la vida de los tlaxcaltecas s�lo pudo ser minada con la secularizaci�n de sus doctrinas por �rdenes del obispo Palafox. Un proceso, por cierto, muy conflictivo y prolongado que afect� a indios y a frailes, sobre todo por el reacomodo jurisdiccional de los pueblos cabeceras y sujetos, y su consecuente reparto de tributos.

A pesar de que todos los privilegios hab�an sido trastocados, los indios sobreviv�an y gozaban de las bases jur�dicas e hist�ricas suficientes para continuar defendi�ndolos. Esto explica por qu�, cuando soplaron los vientos independentistas, el cabildo declar� su lealtad a la Corona y consigui� el derecho a participar en la Junta Central Gubernativa y m�s tarde en las Cortes de C�diz. Tambi�n aquello explica por qu� frente a la insurgencia encabezada por Hidalgo el cabildo apoy� de nuevo a la autoridad virreinal. Pero los privilegios reales y la forma de autogobierno indio acabaron por dividir a los tlaxcaltecas en dos bandos en pugna.

Consumada la Independencia y al fundarse la Rep�blica, Puebla reintent� la anexi�n a ella de Tlaxcala, aprovechando la desaparici�n de sus privilegios proteccionistas. Aun cuando el Congreso nacional reconoci� la soberan�a y la integridad territorial a que Tlaxcala ten�a derecho, no le otorg� la categor�a de estado, sino la de territorio dependiente del poder federal. La lucha de Tlaxcala por llegar a ser estado soberano atraves� por numerosas vicisitudes pol�ticas, cambios de gobierno y guerras internas y de intervenci�n. Al finalizar la guerra con los Estados Unidos, en la que los tlaxcaltecas participaron activamente en defensa de la naci�n, Puebla retom� su plan de absorber a Tlaxcala, pero se lo impidi� el tenaz esfuerzo de la diputaci�n tlaxcalteca.

Con la rebeli�n de Ayutla y la restauraci�n del federalismo, Tlaxcala consigui� por fin, en 1856, al cobijo del nuevo Congreso Constituyente, ser elevado a estado libre y soberano de la Rep�blica. Con la formaci�n de un Congreso local, la promulgaci�n de una Constituci�n estatal y la elecci�n de su propio gobernador, la tradici�n autonomista de Tlaxcala cristalizaba en una nueva figura pol�tica. A pesar de haber obtenido su soberan�a pol�tica, su precaria situaci�n econ�mica le dificultaba alcanzar una verdadera autonom�a. Hab�a evitado su anexi�n a Puebla, pero buena parte de su desarrollo depend�a ir�nicamente de los capitales poblanos.

La lucha entre liberales y conservadores, republicanos y monarquistas dividi� al pa�s entero y quebr� la cohesi�n que la clase pol�tica de Tlaxcala hab�a mantenido en su larga lucha por obtener su soberan�a estatal. Dos gobiernos simult�neos y opuestos se asentaron dentro de sus fronteras, y dos guerras sucesivas: la de Reforma y la de intervenci�n francesa, desgarraron su sociedad y llevaron al desastre su ya maltrecha econom�a. Durante el gobierno imperial, Tlaxcala fue convertida en un departamento que inclu�a, no sin iron�a, tres porciones territoriales de Puebla. No obstante, fuerzas poblanas hicieron alianza con las tlaxcaltecas para liberar a sus respectivos territorios de los ej�rcitos imperiales.

Con la restauraci�n republicana, Tlaxcala recuper� su soberan�a de estado federal; devolvi� Zacatl�n a Puebla, pero se qued� con Calpulalpan al ser desgajado del Estado de M�xico. Posiblemente como una herencia cultural de lo que fue la tradici�n autonomista de los pueblos indios, Lira y Ortega propuso en aquella �poca convertir al municipio en un cuarto poder, otorg�ndole mayor soberan�a. Pero el centralismo autoritario que estaba por venir socavar�a tales proyectos.

La lucha entre los grupos liberales triunfantes: juaristas, lerdistas y porfiristas se reflej� en las sucesiones del poder estatal, hasta que el triunfo de la rebeli�n de Tuxtepec consolid� la hegemon�a de los porfiristas. Uno de ellos, Pr�spero Cahuantzi, permanecer�a en la gubernatura de Tlaxcala durante 26 a�os ininterrumpidos, por lo que a ese periodo lo denominamos hoy "prosperato".

La econom�a estatal de esa �poca sigui� bas�ndose en la agricultura, aunque tambi�n se fortaleci� la industria textil. Las haciendas vivieron entonces su apogeo con base en la producci�n comercial, en tanto que muchas peque�as propiedades intentaban cubrir el autoabasto pueblerino. La desamortizaci�n de tierras comunales fue lenta e incompleta, pero m�s intensa que en los a�os anteriores. Muchos pueblos evadieron su aplicaci�n mediante simulaciones y ocultamientos, mientras que las adjudicaciones estuvieron cargadas de irregularidades. M�s que a las haciendas, la desamortizaci�n benefici� a las capas ricas pueblerinas, con lo que se acentuaron las diferencias socioecon�micas hacia el interior de los pueblos.

El fen�meno mencionado, aunado a la creciente injerencia del gobierno estatal en la selecci�n de las autoridades municipales, provoc� una crisis de cohesi�n comunal y de autonom�a. En un esfuerzo por compensar tal p�rdida, algunos pueblos, por medio de compras colectivas de haciendas, continuaron practicando ciertas formas de posesi�n y organizaci�n comunal. Al mismo tiempo que los campesinos sin tierra o con muy poca ingresaban a las haciendas como mano de obra eventual o permanente, otros se fueron a las f�bricas, intensific�ndose as� el tipo de trabajo mixto obrero-campesino, especialmente en la regi�n centro-sur de la entidad.

Por otro lado, la multiplicaci�n de v�as f�rreas mejor� considerablemente el comercio y la rentabilidad de las empresas agr�colas e industriales, aunque tambi�n influy� en un fuerte aumento del precio de la tierra y en la consecuente especulaci�n de la misma, as� como en la elevaci�n del impuesto predial. Precisamente, la contribuci�n fiscal fue la palanca que el gobierno emple� para sanear el erario p�blico, multiplicar las obras de infraestructura, mejorar la educaci�n y ampliar la burocracia. Pero esta "modernizaci�n" tendr�a un alto precio.

La escasa producci�n agr�cola gener� varias crisis durante el prosperato, que se tradujeron en escasez y carest�a de art�culos b�sicos. Entonces se hizo necesaria la eventual intervenci�n del gobierno para evitar hambrunas y explosiones sociales. S�lo el pulque tuvo una bonanza m�s o menos estable en este periodo, aunque sus productores resintieron la saturaci�n del mercado, la disminuci�n de precios y el pago de contribuciones impuestas a la producci�n y comercializaci�n de esa bebida popular.

La presi�n fiscal provoc� un descontento creciente entre todas las capas sociales, especialmente en la de los peque�os propietarios, que a finales del siglo XIX desemboc� en conatos de rebeli�n popular. A ese descontento se sumaron muchos otros, como el desatado por el reclutamiento forzoso al ej�rcito y la imposici�n de autoridades municipales. Cuando las inconformidades se articularon con el movimiento obrero y el antirreeleccionista, de manera particular en la regi�n sur del estado, el gobierno recurri� entonces a la represi�n y hasta al asesinato pol�tico. As� Andr�s Garc�a pas� a ser protom�rtir de la Revoluci�n en Tlaxcala. A finales de la primera d�cada de este siglo, el fr�gil juego de equilibrios sociales, fraguado por el gobernador Cahuantzi, estaba quebrado y a punto de desmoronarse.

El movimiento revolucionario de Tlaxcala cont� con un fuerte apoyo de los pueblos predominantemente ind�genas del centro-sur. Fue radical y temprano, aunque debido a las limitaciones propias del estado, pronto vio reducidos sus recursos. Los revolucionarios tlaxcaltecas tuvieron que combatir los repetidos intentos que hubo por controlarlos desde afuera. S�lo en dos ocasiones gozaron de cierta anatom�a: con el maderismo de 1911 y con el agrarismo de 1916, aunque en ambos casos terminaron desalojados del poder por fuerzas externas.

Es innegable el origen popular de los dirigentes revolucionarios de Tlaxcala: obreros, comerciantes ambulantes, campesinos parceleros y maestros metodistas, casi todos vinculados al movimiento maderista de Puebla y al partido magonista. El reclutamiento de sus militantes fue mediante formas tradicionales: redes familiares, de vecinos y de compa�eros de trabajo que viv�an o laboraban en la regi�n centro-sur, ya que el norte tuvo otra participaci�n y una din�mica m�s lenta y tard�a.

Con el triunfo del maderismo y tras la renuncia de Cahuantzi, los revolucionarios llegaron al poder por medio del sufragio, gracias al apoyo de la incipiente clase media y aprovechando, adem�s, las divisiones de la elite local. El inicio de un programa de reivindicaciones sociales radicaliz� al movimiento y provoc� que los hacendados se organizaran en una liga. Por medio de ella resistieron las huelgas de peones e impidieron la creaci�n de colonias agr�colas dentro de las haciendas, estrategias que acabaron perdiendo el respaldo del gobierno maderista. La contrarrevoluci�n aceler� la ca�da del gobernador Hidalgo y desat� las venganzas de la liga, incluyendo el asesinato de algunos maderistas. Con el derrocamiento de Huerta, las milicias tlaxcaltecas fueron incorporadas, a su pesar, al constitucionalismo, mientras sus dirigentes se divid�an entre villistas, zapatistas y carrancistas. Dentro de esta �ltima facci�n, Arenas emprendi� en el estado una vasta reforma agraria que no pudo prolongar por mucho tiempo.

Aquel reparto fue una combinaci�n de anhelos de justicia social, caos jur�dico, ajuste de cuentas y enriquecimiento personal. Con el asesinato de Arenas, el carrancismo tom� el control pol�tico y militar de Tlaxcala. La orden de devolver las haciendas invadidas y frenar el reparto agrario inconform� a los campesinos arenistas, quienes formaron su propio partido y luego presentaron candidato a gobernador. Un supuesto fraude electoral en 1918 dio el triunfo a Rojas, el candidato opositor.

Durante el movimiento armado la situaci�n econ�mica vari� mucho en las diferentes regiones de la entidad y durante las sucesivas etapas de la rebeli�n. Las f�bricas se recuperaron relativamente pronto y la producci�n agr�cola no par� totalmente. El problema central fue, m�s bien, la interrupci�n del transporte, as� como la apropiaci�n de los productos por parte de los diversos grupos revolucionarios. La producci�n de pulque se reaviv� en la d�cada de los veinte, debido a que las haciendas norte�as que lo elaboraban a�n no hab�an sido afectadas. Tampoco lo fueron las haciendas cerealeras del valle de Huamantla, por ser muy productivas.

Adem�s de otorgar numerosos derechos sociales, la Revoluci�n en Tlaxcala gest�, desde abajo, un profundo y prolongado movimiento laboral y agrario; tambi�n permiti� la sustituci�n de la antigua élite pol�tica por otra surgida de los grupos revolucionarios. Sin embargo, la emergencia del nuevo liderazgo fue un proceso violento, como en otras partes del pa�s. Con el tiempo, los dirigentes urbanos y profesionistas fueron desplazando a los de origen obrero y campesino, a la vez que se retomaban viejas pr�cticas de hacer pol�tica basadas en clanes familiares, clientelismo, cooptaci�n y represi�n.

La pugna Carranza-Obreg�n se reflej� en una lucha entre las facciones que aspiraban al poder en Tlaxcala: rojistas, arenistas y mendocistas. Estos �ltimos iniciaron un cacicazgo que llev� a la gubernatura a tres de sus miembros. La d�bil base popular de los gobernadores mendocistas los hizo m�s dependientes del poder central, y el apoyo que �ste les proporcion� asegur� su lealtad. Con ella se procur� el equilibrio entre los intereses regionales, as� como un cierto control sobre las insubordinaciones pol�ticas de Puebla, por lo cual los mendocistas no fueron derrocados. A su permanencia tambi�n contribuy� el eventual respaldo de los campesinos que entonces recibieron tierras.

Durante la d�cada de los treinta, la creciente fuerza centralizadora del partido oficial limit� la consolidaci�n de una maquinaria pol�tica local, as� como la autonom�a de los movimientos obreros y campesinos en el estado. Se desat� una larga disputa por el control de las organizaciones agrarias, sobre todo al intensificarse la reforma cardenista. Hubo enfrentamientos de partidos, de l�deres, de agrupaciones y de campesinos. Sin embargo, la actitud desafiante y autonomista de los pueblos de la regi�n centro-sur, que exist�a mucho antes de la Revoluci�n y que con ella recibi� un gran impulso, impidi� que �stos fueran sometidos del todo.

Al iniciar la d�cada de 1940, hab�a una gran inconformidad campesina debido a las contradicciones entre la pol�tica federal y la estatal en relaci�n con la reforma agraria. Adem�s, a�n sobreviv�an los resentimientos derivados de la aplicaci�n de la educaci�n socialista, que al difundir con vigor lo m�s radical del ideario revolucionario gener� gran cantidad de conflictos entre varios grupos sociales.

En ese entonces los recursos eran suficientes para satisfacer las demandas de empleo y servicios de una creciente poblaci�n. El gobierno busc� ingresos adicionales intensificando la recolecci�n de impuestos, pero el descontento provocado lo oblig� a dar marcha atr�s; para compensarse no reparti� las haciendas que segu�an produciendo y pagando impuestos. Puede decirse que la lenta recuperaci�n econ�mica influy� en la postergaci�n de la reforma agraria. Desde los a�os veinte se hab�a intentado diversificar la econom�a del estado mediante el fomento de la industria, pero el proceso era lento y no culminar�a sino hasta la d�cada de los setenta.

A partir de los a�os cuarenta, la sucesi�n y el reparto del poder estatal quedaron definidos, en gran parte, por la estrecha relaci�n que hab�a entre los miembros de los grupos pol�ticos locales y la de �stos con el gobierno federal. El partido oficial tendr�a en Tlaxcala una presencia continua y fuerte, que llegaba hasta los �mbitos pueblerinos por medio de caciques y organizaciones institucionalizadas.

En la d�cada de los cincuenta, las tierras ya estaban muy fraccionadas, las parcelas eran reducidas, los cr�ditos escasos, y la agricultura pobre. Por otra parte, un cambio en la pol�tica agraria, a ra�z del cual se otorgaron certificados de inafectabilidad a peque�as propiedades, disminuy� la dotaci�n de ejidos y, m�s tarde, la paraliz�. La escasez de tierras provoc� cultivos demasiado intensivos, tala inmoderada de montes, erosi�n de suelos y, en general, una amplia movilizaci�n campesina.

En los a�os setenta, ese movimiento campesino alcanz� elevadas proporciones debido al apoyo que recibi� de parte de agrupaciones estudiantiles. Numerosas invasiones de tierras y la demanda al presidente de la Rep�blica para que fueran afectados los latifundios simulados, oblig� a un nuevo reparto a partir de expropiaciones y compra de propiedades. Pero como no se logr� cubrir todas las solicitudes, se originaron m�s invasiones, esta vez seguidas de desalojos forzados. La reactivaci�n industrial era impostergable. La creaci�n de corredores industriales abri� entonces nuevos y mejores horizontes a la econom�a de Tlaxcala, a la vez que convirti� a esta entidad en un buen ejemplo de la desconcentraci�n industrial.

El proceso de industrializaci�n-urbanizaci�n, aunado al incremento de los medios de comunicaci�n y transporte, trajeron consigo m�ltiples beneficios, pero tambi�n su lastre de problemas. Se generaron cambios, por ejemplo, en muchas costumbres pueblerinas, en el vestido ind�gena y en las lenguas nativas, que parec�an poner en peligro la tradicional homogeneidad cultural y �tnica de Tlaxcala. Sin embargo, la gran riqueza de producci�n literaria, pict�rica, arqueol�gica, artesanal, textil, editorial, culinaria y festiva, as� como la abundante labor historiogr�fica tanto de aficionados como de profesionales, desarrollada a lo largo de la historia por su propia gente, constituy� el s�lido contrapeso que ha permitido preservar la identidad y las tradiciones peculiares de este pueblo.

Al llegar al final de este libro debemos estar conscientes de que la historia aqu� narrada, como cualquier otra, no tiene obviamente el car�cter de �nica ni definitiva. Siempre existe la posibilidad de que surjan nuevas fuentes y se construyan diferentes interpretaciones. Por otra parte, hacer generalizaciones y simplificaciones entra�a muchos riesgos, pero son inevitables cuando se elabora una historia, como lo es �sta, que tiene la condici�n de ser general y al mismo tiempo breve. Entonces, la limitaci�n de espacio obliga a que algunos temas adquieran predominio sobre otros y que ciertos hechos y personajes sean omitidos. Eso sin contar con que determinados sucesos y periodos hist�ricos son a�n hoy d�a poco conocidos, debido a la escasa investigaci�n hecha al respecto.

A pesar de lo anterior, sigue siendo valioso y necesario realizar ese tipo de historias, ya que permite un primer acercamiento sobre un tema especifico, en este caso la historia de Tlaxcala. El prop�sito es despertar en el lector un inter�s germinal que m�s tarde lo lleve, por otras v�as, a ampliar y profundizar sus conocimientos y, en el mejor de los casos, a investigar y difundir nuevos estudios.

La historia de Tlaxcala tiene sus peculiaridades en comparaci�n con otras regiones del pa�s, pero tambi�n comparte con ellas muchos elementos, de ah� que para comprender mejor su pasado no la aislemos, sino para fines pr�cticos de estudio. Una comparaci�n y contextualizaci�n m�s amplias dar�n realce y sentido a sus propios procesos hist�ricos y a sus valores culturales.


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