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La "cuestión de México" sigue aun sometida en los Estados Unidos al ritmo interno de las contiendas electorales de aquel país. Lo mismo que hace cuatro años, cuando la coalición progresista republicana no se sentía bastante fuerte para contrarrestar el prestigio de Wilson, los republicanos de ahora reviven con furia el problema de México y lo hacen argumento de la próxima elección de presidente. En tal sentido, México representa en estos días, para la política partidaria de los Estados Unidos, papel análogo aunque de menor importancia al del Trabajo de Paz y la Liga de las Naciones. Es innegable que el mismo interés de partido (impopular hasta cierto punto) que trata de invalidar a los demócratas para el poder, rechazando los compromisos internacionales firmados ya por Wilson, es la mano oculta tras los ataques a México y tras el clamor por una política mexicana más enérgica. Los senadores republicanos combaten la Liga de las Naciones y varios capítulos del Tratado de Paz porque ambas cosas se prestan a vencer a Wilson; y por iguales motivos piden, respecto de nosotros, una política diversa de la wilsoniana: la política de los Teodoro Roosevelt y los McKinley, no la política de la Watchful waiting. He ahí uno de los aspectos de nuestro conflicto permanente
con los Estados Unidos: somos para ellos un argumento de partido;
y en tal virtud estamos condenados mientras las circunstancias
de México no cambien a jugarnos el destino cada vez que
el Partido Republicano y el Partido Demócrata se ponen frente
a frente. ¿Nos hemos dado nosotros total cuenta de esto? ¿Tenemos
los mexicanos conciencia del peligro que ello supone? Quizás
no: al menos, no sabemos hasta ahora de ningún esfuerzo mexicano
sistemáticamente encaminado a convencer al pueblo de los Estados
Unidos de que nosotros debemos estar más allá de sus
luchas partidistas; y en cambio sí sabemos de algunos mexicanos
(el señor Bulnes y el señor Calero, por ejemplo) aliados
a los republicanos contra los demócratas y contra este país. Hay, además, otro aspecto, unido estrechamente al interior
y provocado por nuestra política internacional de los últimos
tres años, sana y viril en el fondo, pero poco sagaz, poco
hábil en la forma. Nos referimos a la crisis de ciertos intereses
extranjeros invertidos en México. En cuanto a éstos
la aplicación del artículo 27 constitucional contrariado
o apoyado por las interpretaciones vacilantes de nuestros funcionarios
y nuestros políticos ha dado lugar, por falta de una
acción diplomática fuerte e ilustrada, a que, dos años
después de haber sido ley la letra de ese artículo,
los capitalistas extranjeros no sepan todavía a qué
atenerse. ¿Acaso el gobierno y el pueblo de México han
sabido asumir una actitud inequívoca acerca de la política
petrolera de la República, no obstante que ella se inspira
en propósitos nacionales indiscutibles? Mexicanos son nótese
los abogados que patrocinan fuera de México las pretensiones
de las compañías interesadas en el petróleo mexicano. Pese al carácter agudo del antimexicanismo actual imperante
en los Estados Unidos, nuestra causa no está perdida aún.
Queda, por una parte, la influencia personal de Wilson, necesariamente
resuelto a llevar adelante su política mexicana original, más
justa y más defendible después de los postulados de
paz. Y permanece en pie, sobre todo, en el fondo siempre altruista
y bien inclinado del pueblo de los Estados Unidos; un fondo muy distinto
del que aquí le suponemos. Si la labor en contra nuestra, pagada
por los políticos y los especuladores, no convence de nuestra
irredención al pueblo norteamericano, Wilson tendrá
un apoyo y nos librará de la amenaza republicana. Si esa labor
triunfa... ¡Ah! No es cosa fácil improvisarse diplomático ni convertirse
en consejero para situaciones como ésta. Mas, a todas luces,
se ofrece inmediatamente un camino que México debiera seguir:
luchar en los Estados Unidos con armas iguales a las que allí
emplean nuestros enemigos y detractores. Si los políticos y
los banqueros se empeñan en destruir la política mexicana
de Wilson por medio de una propaganda escandalosa y constante, el
gobierno de México deberá contraatacar con una propaganda
tan clamorosa, tan amplia y tan persistente como aquélla. Y
para esto debe establecer en las grandes ciudades de los Estados Unidos
oficinas especiales y capaces. 23 de julio de 1919. |