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Hemos dicho ya que nuestro país debe hacer frente a la propaganda intervencionista de ciertos políticos y especuladores norteamericanos con una propaganda contraria y tan tenaz como aquélla. La declaración de Mr. Fletcher ante el Congreso de los Estados Unidos, tesis favorable a México por múltiples razones, es síntoma importantísimo del modo como la opinión sensata desinteresada de aquel país entiende nuestros problemas y nuestras circunstancias actuales. Y el sentido común aconseja, frente a un hecho tan tranquilizador como ese, no abandonar en otras manos la defensa de nuestra causa a la hora misma en que los ataques se multiplican y amenazan ganar terreno. Contra aquella opinión sensata, justamente, se enderezan
ahora los esfuerzos de quienes desean para "la cuestión
mexicana" la agresividad de un McKinley o un Teodoro Roosevelt.
Saben nuestros enemigos norteamericanos que en su país (a la
inversa de lo que aquí ocurre) impera la opinión pública,
que allá existe la opinión pública junto a la
ley y las tradiciones, y, en tal virtud, todo su empeño se
concentra en imbuir de sus ideas a quienes han de acudir a las urnas.
¿Por qué no hacer nosotros lo mismo? Si Wilson, como
supremo ejecutivo de la nación norteamericana, y con él
las cámaras federales, se ven, en su acción, solicitados
por dos voluntades opuestas, una favorable a México, desfavorable
la otra, ¿por qué no hemos de acudir nosotros a robustecer
la voluntad amiga y a debilitar la enemiga? Las gestiones diplomáticas
no bastan en casos como el actual: ya no se trata de convencer al
gobierno de los Estados Unidos acerca de la verdad de nuestra situación
y de nuestros buenos deseos, sino de llevar el convencimiento al propio
pueblo de Norteamérica. La tarea del embajador de México
es sólo una parte de lo que se debe intentar ante el conflicto. Nadie ignora ya que la afrentosa expedición punitiva de 1916
fue un compromiso violento entre la política "paciente"
de Wilson y la impaciencia popular nacida de la invasión de
Columbus. Si la opinión pública no se hubiese manifestado
entonces con tan grande encono, Wilson, a despecho de cuanto acaeció
en Columbus, hubiera recurrido a otro procedimiento. A Wilson lo arrastró
entonces la opinión. Pues bien, ¿no estamos ahora en presencia de una crisis análoga?
La crisis de 1916, es verdad, fue fulminante y rápida; no dio
tiempo ni para pensar. Pero la crisis de hoy tiene un carácter
enteramente distinto; se trata de un proceso lento y consciente. De
modo que si cuando la invasión de Columbus no tuvimos más
recursos que capear la tormenta, ahora podemos evitarla, podemos desviarla
al menos, o reducirla. Debe establecerse desde luego en los Estados Unidos una oficina
especial, destinada a defender a México de la propaganda intervencionista. 26 de julio de 1919 |