Hemos visto también que entre los muchos tabúes
que tenía que observar el Flamen Dialis de Roma, había
uno que le prohibía llevar anillos, salvo que estuvieran abiertos,
y tener en sus vestiduras ningún nudo. De manera parecida, los
peregrinos muslimes de la Meca están en cierto estado de santidad
o tabú y no pueden llevar sobre sus personas anillos ni nudos.
Estas leyes son probablemente de significado similar y pueden ser convenientemente
consideradas juntas. Empezando con los nudos, en diferentes partes del
mundo mucha gente mantiene una fuerte resistencia a tener algún
nudo alrededor de sus personas en ciertos momentos críticos,
en particular, partos, casamientos y muerte. Así, entre los sajones
de Transilvania, cuando está de parto una mujer, desatan todos
los nudos de sus vestiduras, pues creen que esto facilitará el
parto y con la misma intención dejan abiertas todas las cerraduras
de la casa, ya de las puertas o de los cajones. Los lapones piensan
que una parturienta no debe tener lazos en sus vestidos, pues un nudo
puede tener el efecto de hacer difícil y penoso el parto. En
las Indias Orientales esta superstición está extendida
a todo el tiempo de la preñez; la gente cree que si ella hiciera
nudos o trenzas o alguna lazada, la criatura será por ello constreñida
o la mujer quedará "ligada" cuando llegue su momento.
Es más, en algunas de ellas se exige el cumplimiento de la ley
tanto al padre como a la madre del nonato. Entre los dayakos marinos,
ninguno de los padres puede atar nada con cuerdas ni hacer nudos durante
el embarazo de la esposa. En la tribu Toumbuluh del norte de Célebes
se efectúa una ceremonia en el cuarto o quinto mes del embarazo
y después tiene prohibido el marido, entre otras muchas cosas,
hacer cualquier clase de atados y sentarse con las piernas cruzadas.
En todos estos casos creemos que la idea es que el atado de un nudo
podría, como dicen en las Indias Orientales, "ligar"
a la mujer; en otros términos, retardar o quizá impedir
su parto o prolongar su puerperio. Dados los principios de la magia
homeopática o imitativa, el obstáculo físico o
impedimento de un nudo en una cuerda o cordón crearía
un obstáculo correspondiente o impedimento en el cuerpo de la
madre. Que tal es efectivamente la explicación de la regla se
desprende de una costumbre que cumplen los hos del África occidental
en un parto difícil. Cuando una mujer tiene un parto laborioso
y no puede terminarlo, llaman al mago en su ayuda. Éste la mira
y dice: "La criatura está ligada en la matriz y por esto
no puede salir". A las súplicas de las mujeres de la parentela,
promete entonces aflojar el lazo para que ella pueda dar a luz. Con
este propósito ordena que vayan a buscar a la selva un bejuco
resistente y con él ata a la espalda las manos y los pies de
la parturienta; hecho esto, coge un cuchillo diciendo: "Corto por
completo hoy tus ataduras y las ataduras de tu criatura". Acto
continuo corta en trocitos menudos el bejuco, los pone en una vasija
con agua y lava a la mujer con esa agua. Aquí, cortar el bejuco
con el que están ligadas las manos y los pies de la parturienta
es una sencilla aplicación de magia homeopática o imitativa.
Liberando sus miembros de las ataduras, el mago imagina que simultáneamente
libra a la criatura en la matriz de los obstáculos que la impiden
nacer. El mismo modo de pensar fundamenta la práctica usada en
muchos pueblos de abrir todos los cerrojos, cerraduras, puertas y demás
mientras está naciendo una criatura en la casa. Ya hemos citado
que en ese momento los alemanes de Transilvania abren todas las cerraduras
y también hacen la misma cosa en Voigtland y Mecklemburgo. En
el noroeste de Argyllshire (Escocia), la gente supersticiosa acostumbraba
a abrir las cerraduras en la casa donde había algún parto.
En la isla de Salsette, junto a Bombay, cuando una mujer tiene un parto
laborioso, abren con llave todas las cerraduras de las puertas y los
cerrojos, para facilitar el parto. Entre los mandeling de Sumatra se
levantan todas las tapas de los cofres, cajas, cacerolas y demás;
si no se produce el efecto deseado, el marido impaciente tiene que romper
los términos salientes o cabezas de algunas vigas de la casa
con objeto de desencajarlas; piensan que "todo debe estar abierto
y desunido para facilitar el parto". En Chittagong, cuando una
mujer no puede dar a luz, la comadre que asiste ordena abrir por completo
todas las puertas y ventanas, que se descorchen las botellas, que se
quiten los tapones de los barriles, que desaten las vacas en el establo,
que dejen libres a las ovejas, a los caballos en la cuadra, al perro
guardián en su perrera, a las gallinas, patos y demás
aves de corral. Esta libertad general concedida a los animales y hasta
a los objetos inanimados es, según la gente, el medio infalible
de asegurar el parto de la mujer y permitir que el infante nazca. En
la isla de Sajalín, cuando una mujer está de parto, su
marido desata todo lo que puede ser desatado; desenlaza las trenzas
de su pelo y los lazos de sus botas y después todo lo que está
atado en la casa o cercano a ella; desata el hacha si está amarrada
al árbol; saca los cartuchos del fusil y las flechas de la ballesta.
También hemos visto que un hombre toumbuluh se abstendrá
no sólo de hacer nudos o lazadas, sino también de cruzar
las piernas durante la gravidez de su esposa. La marcha del pensamiento
sigue el mismo camino en ambos casos. Pues tanto si cruza los hilos
atando un nudo o sólo las piernas para sentarse con comodidad,
en principio de magia homeopática, cruza o impide la sucesión
libre de las cosas, y su acción no puede menos que entorpecer
o impedir lo que está yendo adelante en sus cercanías.
De esta verdad tan importante fueron muy sabedores los romanos. Sentarse
junto a una mujer preñada o un paciente en tratamiento médico
con las manos cogidas, dice el grave Plinio, es lanzar un conjuro maligno
sobre la persona y es peor todavía si abraza sus rodillas teniendo
las manos cogidas o si tiende una pierna sobre la otra. Esas posturas
fueron consideradas por los romanos de la Antigüedad como un estorbo
y obstáculo a los trabajos de toda clase y en un consejo de guerra
o en un tribunal de magistrados, en oraciones y actos de sacrificios,
a ningún hombre se le consentía cruzar las piernas o entrelazar
los dedos de las manos. El ejemplo más clásico de las
consecuencias terribles que se derivan de hacer una u otra cosa fue
el de Alcmena, que estuvo pariendo a Hércules siete días
y sus noches, porque la diosa Lucina se sentó ante la casa con
los dedos de las manos entrelazados y las piernas cruzadas; la criatura
no hubiera nacido si la diosa no hubiera cambiado de actitud merced
a un engaño. Hay la superstición búlgara de creer
que una mujer embarazada no debe acostumbrar sentarse con las piernas
cruzadas, porque eso le causará sufrimientos en su alumbramiento.
En algunos sitios de Baviera, cuando la conversación
cesa y hay un momento de silencio general, dicen: 'Seguramente alguno
ha cruzado sus piernas". 10
Se ha creído que el efecto mágico de los nudos en impedir
y obstruir la actividad humana se manifestaba en el casamiento no menos
que en el nacimiento. Durante la Edad Media y hasta el siglo XVIII,
creemos que en Europa comúnmente se ha pretendido que la consumación
matrimonial podría impedirse mientras se verificaba la ceremonia
de bodas si alguno cerraba con llave una cerradura o hacía un
nudo en una cuerda y después tiraba la cerradura o cuerda; éstas
tenían que ser metidas en agua y hasta que se hubieran encontrado
y abierto o deshecho el nudo, no era posible la unión efectiva
de la pareja. Por esto, era un gran crimen no sólo hacer tal
hechizo, sino también robar el instrumento material de ello o
alejarse con él, fuera cerradura o cuerda anudada. En el año
de 1718, el parlamento de Burdeos sentenció a uno a ser quemado
vivo por haber extendido la desolación sobre una familia entera
por medio de cuerdas anudadas. Y en Escocia, en el año de 1705,
fueron condenadas dos personas por robar unos nudos embrujados que una
mujer había hecho, con el designio de estropear la boda feliz
de Spalding de Ashintilly. La creencia en la eficacia de esos maleficios
parece haber persistido en la serranía del Pertshire hasta finales
del siglo XVIII, pues en esa época era todavía costumbre
en la bellísima parroquia de Logierait, entre los ríos
Tummel y Tay, desenlazar cuidadosamente todos los nudos de la ropa de
la novia y del novio antes de la celebración de la ceremonia
nupcial. Encontramos hoy la misma costumbre y la misma superstición
en Siria. Las personas que ayudan a vestir al novio sirio su traje de
bodas tienen buen cuidado de que no lleve hecho ningún nudo y
de que vaya todo desabotonado, pues creen que un botón metido
en su ojal o un lazo hecho podría entregarle al poder de sus
enemigos privándole de sus derechos nupciales por medios mágicos
El temor a estos hechizos está difundido por todo el norte de
África en la época actual. Para hacer impotente a un novio,
el hechizador no tiene más que hacerle un nudo en su pañuelo,
el cual habrá previamente colocado con disimulo en algún
sitio del cuerpo de la novia cuando montaba a caballo para ir al encuentro
del novio; en tanto que permanezca el nudo en el pañuelo, quedará
impotente el novio para consumar el matrimonio.
El poder maléfico de los nudos puede manifestarse también
en la imposición de enfermedades y toda clase de desgracias.
Así, entre los hos del oeste de África, un hechicero imprecará
a su enemigo y haciendo un nudo en un tallo de hierba dirá: "¡He
atado a fulano de tal en este nudo. Caigan todos los males sobre él!
¡Que cuando vaya al campo le muerda una víbora! ¡Que
cuando vaya de caza le ataque una fiera hambrienta! ¡Que cuando
haya una tormenta lo parta un rayo! ¡Que sus noches sean malas!"
Se cree que en el nudo el hechicero ha atado la vida de su enemigo.
En el Corán hay una alusión a la malignidad "de los
que soplan en los nudos" y un comentador árabe explica este
pasaje diciendo que esas palabras se refieren a las mujeres que practican
la magia haciendo nudos de cuerda y después soplando y escupiendo
sobre ellos. Sigue relatando cómo una vez un judío perverso
embrujó al propio Mahoma haciendo nueve nudos en una cuerda,
que después ocultó en un pozo. Así, el profeta
cayó enfermo y nadie sabría lo que pudiera haber ocurrido
si el arcángel Gabriel no hubiera revelado oportunamente al santo
hombre el lugar donde estaba oculta la cuerda de nudos. El fiel Alí
fue en busca de la funesta cuerda al pozo y el profeta recitó
sobre ella ciertos conjuros que le habían sido revelados con
ese objeto. A cada versículo del conjuro se desataba un nudo
por sí solo y el profeta sentía mayor alivio.
Si se supone que los nudos matan, también se supone que curan.
Esto se deduce de creer que desatando el nudo se produce el alivio del
paciente, pues aparte de la virtud negativa de los maléficos
nudos, hay algunos lazos benéficos a los que se atribuye una
positiva virtud curativa. Plinio nos cuenta que algunas personas curaban
enfermedades de la ingle tomando un hilo de tela de araña, haciéndole
siete o nueve nudos y sujetándolo después a la ingle del
paciente, mas para asegurar la eficacia de la cura era necesario nombrar
alguna viuda cada vez que se hacía un nudo. O'Donovan nos describe
un remedio para la fiebre empleado por los turcomanos; el mago coge
un pelo de camello y lo hila trenzado para hacer un hilo grueso y fuerte
mientras pronuncia un conjuro. Inmediatamente hace siete nudos en el
hilo, soplando en cada nudo antes de apretarlo. Este hilo de nudos se
lleva después como un brazalete en la muñeca del paciente.
Cada día desata un nudo y le sopla encima y cuando se desata
el séptimo y último, se arrolla el hilo entero en una
bola y se tira al río, alejándose la fiebre con él,
según creen.
Otras veces los nudos pueden usarse por una hechicera para vencer a
su amado y que se una a ella fielmente. Así, la doncella con
mal de amores en Virgilio11
trata de atraerse a Dafnis mediante conjuros y anudando tres veces tres
cordones de diferentes colores. Así, una doncella árabe
que había entregado su corazón a un hombre, intentó
ganar su amor y atraerle haciendo unos nudos en su látigo, pero
una rival celosa los desató. Conforme al mismo principio mágico,
pueden emplearse los nudos para detener a un esclavo huido. En Swazilandia
se ve frecuentemente a los lados de los senderos las cañas y
tallos de hierba con nudos; cada uno de estos nudos nos habla de una
tragedia doméstica: una mujer que se fuga de su marido, el cual
va con sus amigos en su persecución, "ligando" todos
los senderos, como ellos dicen, para evitar que pueda volver a pasar
por ellos. Una red, por su conjunto de nudos se ha considerado siempre,
en Rusia, como eficacísima contra los hechiceros y por esto en
algunos lugares, cuando están vistiendo a una novia sus atavíos
nupciales, cuelgan sobre ella una red de pescar para mantenerla libre
de peligro. Por un similar propósito, el novio y sus acompañantes
se amarran con trozos de red o por lo menos bien ceñidas fajas
anudadas, para que antes de que un brujo pueda empezar a hacerles daño
tenga que desanudar todos los nudos de la red o desatarles la faja.
Es frecuente que un amuleto ruso no sea otra cosa que un hilo anudado.
Una madeja de lana roja alrededor de los brazos y las piernas les mantendrá
libres de paludismo y otras fiebres y nueve madejas envolviendo el cuello
de un niño se considera un preservativo contra la escarlatina.
En el gobierno de Tver, a la vaca que guía el resto de la vacada
le atan un saco de una clase especial al cuello para mantener alejados
a los lobos; su virtud ata las quijadas de las bestias hambrientas.
Con el mismo objeto dan tres vueltas a una yeguada con un candado que
el portador va cerrando y abriendo; a medida que lo hace, dice: "Con
este candado de acero cierro las bocas de los lobos grises para mi yeguada".
Nudos y cerraduras pueden servir para conjurar no solamente a los brujos
y lobos, sino hasta a la misma muerte. En el año 1572, en la
ciudad escocesa de Saint Andrews, llevaron a la picota, para quemarla
viva por hechicera, a una mujer que llevaba una tela blanca a modo de
collar con cuerdas llenas de nudos. Se lo quitaron en contra de su voluntad
decidida, porque ella pensaba que no podía morir en el fuego
mientras llevase sus cuerdas de nudos. Cuando se lo arrebataron, dijo:
"¡Ahora sí que estoy perdida!" En muchas partes
de Inglaterra piensan que una persona no puede morir mientras haya cerraduras
o cerrojos echados en la casa. Así, es una costumbre muy común
abrir todas las cerraduras y cerrojos cuando es seguro el final cercano
del enfermo, con la idea de no prolongar indebidamente su agonía.
Por ejemplo, en el año 1863, en Tauton, cayó un niño
enfermo de escarlatina y se creyó inevitable su muerte. "Una
consulta de matronas fue convocada y para evitar que la criatura tuviera
una agonía penosa, todas las puertas de la casa, todas las cajas,
todos los armarios fueron abiertos del todo, quitadas las llaves y el
cuerpo del niño puesto bajo una viga para que su tránsito
fácil, cierto y seguro a la eternidad quedase asegurado."
Por extraño que nos parezca, el niño rehusó aprovechar
las facilidades para morir que tan gentilmente pusieron a su disposición
la sagacidad y experiencia de las matronas británicas de Tauton;
prefirió vivir mejor que entregar el espíritu en ese momento.
La regla que prescribe que en algunas ceremonias mágicas y religiosas
el cabello debe ir suelto y colgando y los pies desnudos, probablemente
se basa en el mismo temor de impedir y entorpecer la acción,
sea la que fuere, con la presencia de algún nudo o constricción
ora en la cabeza, ya en el pie del ejecutante. Un poder semejante de
atar e impedir las actividades espirituales tanto como las corporales,
señalan algunos pueblos a los anillos. Así, en la isla
griega de Carpathos, la gente no abotona nunca las ropas con que amortaja
un cadáver y cuidan de quitarle todos los anillos, "porque
el espíritu dicen ellos puede ser detenido hasta
en el dedo meñique y no podría descansar". Aquí
es evidente que si bien no se acepta definitivamente que, al morir,
el alma salga por la punta de los dedos, se cree que el anillo ejerce
una acción constrictiva que detiene y aprisiona en el tabernáculo
de barro al espíritu inmortal, a pesar de sus esfuerzos para
escapar; concretamente, el anillo, como el nudo, obra a modo de traba
espiritual. Ésta puede haber sido la causa de una antigua máxima
griega, atribuida a Pitágoras, que prohibe a la gente llevar
anillos. Nadie podía visitar al antiguo santuario arcadio de
la Señora, en Lycosura, con un anillo en el dedo. Las personas
que consultaban el oráculo de Fauno tenían que ser castas
y no comer carne ni llevar anillos.
Por otro lado, la misma comprensión circular que impide el egreso
del alma puede impedir el ingreso de los espíritus malignos;
por esto sabemos de anillos usados como amuletos contra los demonios,
brujas y fantasmas. En el Tirol se dice que una parturienta no se quitará
su anillo de bodas para que los espíritus y brujas no se apoderen
de ella. Entre los lapones, la persona que va a acomodar un cadáver
en su ataúd recibe del marido, esposa o hijos del difunto un
anillo de latón para que lo lleve puesto en su brazo derecho
hasta que el cadáver esté en seguridad depositado en la
tumba. Se piensa que el brazalete sirve a la persona como un amuleto
contra cualquier perjuicio que el espíritu del muerto intentase
hacerle. Que la costumbre de llevar anillos en los dedos puede deberse
a la influencia o haber surgido de una creencia en su eficacia como
amuletos para conservar el alma en el cuerpo, o para que no entren los
demonios en él, es una cuestión que merece ser considerada
ampliamente. Aquí solamente nos concierne la creencia en tanto
cuanto suponemos que puede arrojar claridad en la regla que prohibía
que el Flamen Dialis llevase anillos a menos que estuviesen abiertos.
Esta regla, unida a la que también le prohibía tener un
solo nudo en sus vestiduras, indica el temor de que el poderoso espíritu
encarnado en él pudiera ser entorpecido o impedido en sus entradas
y salidas por grilletes corporales y espirituales, como los anillos
y los nudos.
10 Para desvirtuar
esta "brujería", en España se dice actualmente.
"Ha cruzado un ángel", o aún más paliado:
"Ha pasado un ángel".p
11 Églogas
VIII, vv. 78-80.
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