4. TABÚ DE LA SANGRE

Hemos visto que el Flamen Dialis tenía prohibido tocar ni aun nombrar la carne cruda. En cierta época un maestro brahmán no puede mirar a la carne cruda, sangre o personas cuyas manos hayan sido cortadas. En Uganda, el padre de unos mellizos queda en estado de tabú por algún tiempo después del parto de su esposa; entre otras reglas tiene prohibido matar nada ni ver sangre. En las islas Palaos, cuando en alguna aldea se había sufrido una incursión y se habían llevado los enemigos alguna cabeza cortada, los familiares del muerto mutilado quedaban en estado de tabú y tenían que someterse a ciertas observancias con objeto de escapar a la cólera de su espíritu; eran encerrados en la casa, no podían tocar carne cruda y debían mascar betel del que un exorcista había conjurado previamente. Después de esto, el espíritu del descabezado se marchaba a la comarca enemiga en persecución de su matador. El tabú está basado, probablemente, en la creencia corriente de estar en la sangre el alma o espíritu del animal. Como se cree que las personas tabú están en una situación peligrosa (por ejemplo, los familiares del descabezado corren el riesgo de ser atacados por el indignado espíritu), es especialmente necesario aislarlos del contacto de los espíritus; además se prescribe la prohibición de tocar carne cruda y sangrante. Como suele suceder, el tabú es sólo un esfuerzo especial de un precepto general; dicho de otro modo, su observancia se prescribe particularmente en circunstancias que parecen apremiantes, mas fuera de tales circunstancias también se observaba la prohibición, un tanto menos estricta, como regla general de la vida ordinaria. Así, hay estonios que no gustan de beber sangre porque creen que contiene el alma del animal, que de ese modo entraría en su cuerpo. Algunas tribus amerindias "por un principio religioso fuerte, se abstienen en absoluto de beber sangre de ningún animal, porque contiene la vida y el espíritu del mismo". Los cazadores judíos dejan exangüe la caza cuando la matan, cubriendo con polvo el charco de sangre. Ellos no la catarán siquiera, creyendo que el alma o vida del animal estaba en su sangre o era la sangre misma.

Es una regla corriente que la sangre regia no debe verterse en el suelo. Por esto, cuando un rey o alguno de su familia es condenado a muerte se ha ideado un modo de ejecución para que la sangre real no pueda derramarse en el suelo. Hacia el año de 1688, el generalísimo del ejército se rebeló contra el rey de Siam y le condenó a muerte "a la manera como son tratados los criminales regios o los príncipes de la sangre cuando están convictos de crímenes capitales, que es poniéndolos dentro de un gran caldero de hierro y majándolos hasta hacerlos papilla con un pisón de madera, para que nada de su sangre real pueda verterse en la tierra, pues por su religión piensan que es gran impiedad contaminar la sangre divina mezclándola con tierra". Cuando Kublai Kan4 derrotó y aprisionó a su tío Nayan, que se había rebelado contra él, lo sentenció a morir envuelto en un tapiz lanzado de un lado a otro hasta que muriera, "porque no quería que la sangre de su linaje imperial se esparciera por el suelo o se mostrase ante el ojo del cielo y ante el sol". El fraile Ricold menciona la máxima tártara: "Un Kan condenará a muerte a otro para tomar posesión de su trono, pero tendrá cuidado de que la sangre no se derrame", pues ellos dicen que es muy indecoroso el que la sangre del gran Kan se vierta por el suelo. Así que obligan a la víctima a morir asfixiada de algún modo. Semejante sentimiento prevalece en la corte de Birmania, donde emplean un modo peculiar de ejecución, sin efusión de sangre, reservado para los miembros de la familia real.

Creemos que la repugnancia a verter sangre regia es sólo un caso particular de la renuencia general a verter sangre o al menos a dejar que caiga al suelo. Marco Polo nos cuenta que en su tiempo las personas cogidas en las calles de Cambaluc (Pekín) a horas intempestivas eran arrestadas y si las encontraban culpables de mala conducta las apaleaban. "Bajo este castigo alguna gente muere pero ellos lo aceptan así con el objeto de evadir la efusión de sangre, pues su Bacsis dice que es mala cosa verter sangre humana. En Sussex occidental hay gente que cree que el terreno donde se ha derramado sangre humana queda maldito y permanecerá estéril para siempre. En algunos pueblos primitivos, cuando la sangre de uno de la tribu tiene que ser derramada, no se consiente que caiga al suelo, por lo que se recibe sobre los cuerpos de sus compañeros de tribu. Así, en algunas tribus australianas, los muchachos que van a ser circuncidados se tienden sobre una plataforma hecha por los cuerpos de los hombres vivos de la tribu, y cuando se le va a extraer un diente a un muchacho en una ceremonia de iniciación, se sienta sobre los hombros de un hombre por cuyo pecho corre la sangre, que no debe limpiarse, a los golpes que hacen saltar al diente. También "los galos acostumbraban a beber la sangre de sus enemigos y se embarraban el cuerpo con ella. Se lee de los antiguos irlandeses que hacían lo mismo; nosotros lo hemos visto entre los irlandeses, pero no con la de sus enemigos, sino de sus amigos, como en la ejecución de un conocido traidor de Limerick, llamado Murrogh O'Brien; vi a una vieja que había sido su madrastra coger la cabeza mientras lo estaban descuartizando y tragar toda la sangre que salía de ella, diciendo que la tierra no era digna de beberla, y con la sangre se embadurnó la cara y el pecho, mesándose el pelo, llorando y gritando horriblemente". Entre los latuka del África central, la tierra donde ha caído una sola gota de sangre durante un parto es raspada cuidadosamente con una paleta de hierro y la ponen en un pote alejado de la fachada de la casa y al lado izquierdo de ella. En el África Occidental, si cae una sola gota de sangre al suelo, tendrá uno muy buen cuidado de taparla, restregando y pateando hasta que quede enterrada, y si cae en el costado de una canoa o de un árbol, hay que cortar el pedazo de madera y destruirlo. Un motivo de estas costumbres africanas puede ser el deseo de evitar que la sangre caiga en manos de los magos, que puedan hacer de ella mal uso. Ésta es la razón reconocida de por qué la gente del África Occidental borra cualquier mancha de sangre del suelo o corta el trozo de madera que se haya manchado de ella. Por igual ilusoria hechicería, los nativos de Nueva Guinea tienen sumo cuidado en quemar cualquier palo, hojas o andrajos que estén teñidos de sangre; y si la sangre ha goteado en el suelo, remueven la tierra para taparla e incluso encienden después una hoguera en aquel mismo sitio. Este mismo temor implica los curiosos deberes que cumplen una clase de hombres llamados ramanga o "sangre azul" entre los betsileos de Madagascar; su ocupación es comerse todos los recortes de uñas y toda la sangre vertida de los nobles. Cuando éstos arreglan sus uñas, guardan las recortaduras, hasta el más pequeño trocito, para que se las traguen estos ramangas, que, si los recortes son demasiado grandes, los desmenuzan y así los engullen. También puede herirse un noble al arreglarse las uñas o pisando alguna cosa, y el ramanga chupará la sangre tan rápidamente como pueda. Los nobles de alto rango difícilmente van a ninguna parte sin estos humildes asistentes "sangre azul", mas si aconteciera que no hubiera ninguno de ellos presente, son cuidadosamente recogidos los recortes de uñas y la sangre derramada para que después se los engulla el ramanga. No es fácil encontrar un noble que no observe estrictamente esta costumbre, cuya intención probable es evitar que estas partes de su persona caigan en poder de hechiceros que, por los principios de la magia contagiosa o contaminante, pudieran perjudicarlos.

La explicación general de la repugnancia a que la sangre empape el suelo es probable que se encuentre en la creencia de estar el alma en la sangre y de este modo, todo sitio donde caiga se convierte en lugar sagrado o tabú. En Nueva Zelanda, cualquier cosa sobre la que caiga por casualidad no más que una gota de sangre de un jefe importante queda en estado de tabú o sagrada. Por ejemplo, un grupo de indígenas llegó en una canoa nueva y buena a visitar a un jefe. Éste fue a la canoa y al entrar en ella se clavó una astilla en el pie y la sangre goteó en la canoa, por lo que en aquel mismo instante quedó consagrada a él. El propietario saltó de la canoa, la arrastró varándola en la orilla delante de la casa del jefe y la dejó allí. Otra vez, un jefe, al entrar en la casa de un misionero, se golpeó la cabeza en una viga y corrió su sangre. Los indígenas decían que en otros tiempos la casa hubiera pertenecido desde aquel momento al jefe.5 Como acontece, por lo general, con los tabúes de aplicación universal, la prohibición de derramar la sangre de uno de la tribu sobre el suelo se aplica con fuerza particular a los jefes y reyes y queda como reminiscente su caso particular cuando desde hace tiempo ha cesado de observarse y cumplirse en los casos generales y corrientes.

4 Nieto de Gengis-kan. Fue el primer emperador de la dinastía mongola en China (siglo XIII).

5 No es dudoso que la santidad del misionero fuera mayor y su tabú más fuerte.