Hemos visto que el Flamen Dialis tenía
prohibido tocar ni aun nombrar la carne cruda. En cierta época
un maestro brahmán no puede mirar a la carne cruda, sangre o
personas cuyas manos hayan sido cortadas. En Uganda, el padre de unos
mellizos queda en estado de tabú por algún tiempo después
del parto de su esposa; entre otras reglas tiene prohibido matar nada
ni ver sangre. En las islas Palaos, cuando en alguna aldea se había
sufrido una incursión y se habían llevado los enemigos
alguna cabeza cortada, los familiares del muerto mutilado quedaban en
estado de tabú y tenían que someterse a ciertas observancias
con objeto de escapar a la cólera de su espíritu; eran
encerrados en la casa, no podían tocar carne cruda y debían
mascar betel del que un exorcista había conjurado previamente.
Después de esto, el espíritu del descabezado se marchaba
a la comarca enemiga en persecución de su matador. El tabú
está basado, probablemente, en la creencia corriente de estar
en la sangre el alma o espíritu del animal. Como se cree que
las personas tabú están en una situación peligrosa
(por ejemplo, los familiares del descabezado corren el riesgo de ser
atacados por el indignado espíritu), es especialmente necesario
aislarlos del contacto de los espíritus; además se prescribe
la prohibición de tocar carne cruda y sangrante. Como suele suceder,
el tabú es sólo un esfuerzo especial de un precepto general;
dicho de otro modo, su observancia se prescribe particularmente en circunstancias
que parecen apremiantes, mas fuera de tales circunstancias también
se observaba la prohibición, un tanto menos estricta, como regla
general de la vida ordinaria. Así, hay estonios que no gustan
de beber sangre porque creen que contiene el alma del animal, que de
ese modo entraría en su cuerpo. Algunas tribus amerindias "por
un principio religioso fuerte, se abstienen en absoluto de beber sangre
de ningún animal, porque contiene la vida y el espíritu
del mismo". Los cazadores judíos dejan exangüe la caza
cuando la matan, cubriendo con polvo el charco de sangre. Ellos no la
catarán siquiera, creyendo que el alma o vida del animal estaba
en su sangre o era la sangre misma.
Es una regla corriente que la sangre regia no debe verterse en el suelo.
Por esto, cuando un rey o alguno de su familia es condenado a muerte
se ha ideado un modo de ejecución para que la sangre real no
pueda derramarse en el suelo. Hacia el año de 1688, el generalísimo
del ejército se rebeló contra el rey de Siam y le condenó
a muerte "a la manera como son tratados los criminales regios o
los príncipes de la sangre cuando están convictos de crímenes
capitales, que es poniéndolos dentro de un gran caldero de hierro
y majándolos hasta hacerlos papilla con un pisón de madera,
para que nada de su sangre real pueda verterse en la tierra, pues por
su religión piensan que es gran impiedad contaminar la sangre
divina mezclándola con tierra". Cuando
Kublai Kan4 derrotó y aprisionó
a su tío Nayan, que se había rebelado contra él,
lo sentenció a morir envuelto en un tapiz lanzado de un lado
a otro hasta que muriera, "porque no quería que la sangre
de su linaje imperial se esparciera por el suelo o se mostrase ante
el ojo del cielo y ante el sol". El fraile Ricold menciona la máxima
tártara: "Un Kan condenará a muerte a otro para tomar
posesión de su trono, pero tendrá cuidado de que la sangre
no se derrame", pues ellos dicen que es muy indecoroso el que la
sangre del gran Kan se vierta por el suelo. Así que obligan a
la víctima a morir asfixiada de algún modo. Semejante
sentimiento prevalece en la corte de Birmania, donde emplean un modo
peculiar de ejecución, sin efusión de sangre, reservado
para los miembros de la familia real.
Creemos que la repugnancia a verter sangre regia es sólo un caso
particular de la renuencia general a verter sangre o al menos a dejar
que caiga al suelo. Marco Polo nos cuenta que en su tiempo las personas
cogidas en las calles de Cambaluc (Pekín) a horas intempestivas
eran arrestadas y si las encontraban culpables de mala conducta las
apaleaban. "Bajo este castigo alguna gente muere pero ellos lo
aceptan así con el objeto de evadir la efusión de sangre,
pues su Bacsis dice que es mala cosa verter sangre humana. En
Sussex occidental hay gente que cree que el terreno donde se ha derramado
sangre humana queda maldito y permanecerá estéril para
siempre. En algunos pueblos primitivos, cuando la sangre de uno de la
tribu tiene que ser derramada, no se consiente que caiga al suelo, por
lo que se recibe sobre los cuerpos de sus compañeros de tribu.
Así, en algunas tribus australianas, los muchachos que van a
ser circuncidados se tienden sobre una plataforma hecha por los cuerpos
de los hombres vivos de la tribu, y cuando se le va a extraer un diente
a un muchacho en una ceremonia de iniciación, se sienta sobre
los hombros de un hombre por cuyo pecho corre la sangre, que no debe
limpiarse, a los golpes que hacen saltar al diente. También "los
galos acostumbraban a beber la sangre de sus enemigos y se embarraban
el cuerpo con ella. Se lee de los antiguos irlandeses que hacían
lo mismo; nosotros lo hemos visto entre los irlandeses, pero no con
la de sus enemigos, sino de sus amigos, como en la ejecución
de un conocido traidor de Limerick, llamado Murrogh O'Brien; vi a una
vieja que había sido su madrastra coger la cabeza mientras lo
estaban descuartizando y tragar toda la sangre que salía de ella,
diciendo que la tierra no era digna de beberla, y con la sangre se embadurnó
la cara y el pecho, mesándose el pelo, llorando y gritando horriblemente".
Entre los latuka del África central, la tierra donde ha caído
una sola gota de sangre durante un parto es raspada cuidadosamente con
una paleta de hierro y la ponen en un pote alejado de la fachada de
la casa y al lado izquierdo de ella. En el África Occidental,
si cae una sola gota de sangre al suelo, tendrá uno muy buen
cuidado de taparla, restregando y pateando hasta que quede enterrada,
y si cae en el costado de una canoa o de un árbol, hay que cortar
el pedazo de madera y destruirlo. Un motivo de estas costumbres africanas
puede ser el deseo de evitar que la sangre caiga en manos de los magos,
que puedan hacer de ella mal uso. Ésta es la razón reconocida
de por qué la gente del África Occidental borra cualquier
mancha de sangre del suelo o corta el trozo de madera que se haya manchado
de ella. Por igual ilusoria hechicería, los nativos de Nueva
Guinea tienen sumo cuidado en quemar cualquier palo, hojas o andrajos
que estén teñidos de sangre; y si la sangre ha goteado
en el suelo, remueven la tierra para taparla e incluso encienden después
una hoguera en aquel mismo sitio. Este mismo temor implica los curiosos
deberes que cumplen una clase de hombres llamados ramanga o "sangre
azul" entre los betsileos de Madagascar; su ocupación es
comerse todos los recortes de uñas y toda la sangre vertida de
los nobles. Cuando éstos arreglan sus uñas, guardan las
recortaduras, hasta el más pequeño trocito, para que se
las traguen estos ramangas, que, si los recortes son demasiado
grandes, los desmenuzan y así los engullen. También puede
herirse un noble al arreglarse las uñas o pisando alguna cosa,
y el ramanga chupará la sangre tan rápidamente
como pueda. Los nobles de alto rango difícilmente van a ninguna
parte sin estos humildes asistentes "sangre azul", mas si
aconteciera que no hubiera ninguno de ellos presente, son cuidadosamente
recogidos los recortes de uñas y la sangre derramada para que
después se los engulla el ramanga. No es fácil
encontrar un noble que no observe estrictamente esta costumbre, cuya
intención probable es evitar que estas partes de su persona caigan
en poder de hechiceros que, por los principios de la magia contagiosa
o contaminante, pudieran perjudicarlos.
La explicación general de la repugnancia a que la sangre empape
el suelo es probable que se encuentre en la creencia de estar el alma
en la sangre y de este modo, todo sitio donde caiga se convierte en
lugar sagrado o tabú. En Nueva Zelanda, cualquier cosa sobre
la que caiga por casualidad no más que una gota de sangre de
un jefe importante queda en estado de tabú o sagrada. Por ejemplo,
un grupo de indígenas llegó en una canoa nueva y buena
a visitar a un jefe. Éste fue a la canoa y al entrar en ella
se clavó una astilla en el pie y la sangre goteó en la
canoa, por lo que en aquel mismo instante quedó consagrada a
él. El propietario saltó de la canoa, la arrastró
varándola en la orilla delante de la casa del jefe y la dejó
allí. Otra vez, un jefe, al entrar en la casa de un misionero,
se golpeó la cabeza en una viga y corrió su sangre. Los
indígenas decían que en otros tiempos la casa hubiera
pertenecido desde aquel momento al jefe.5
Como acontece, por lo general, con los tabúes de aplicación
universal, la prohibición de derramar la sangre de uno de la
tribu sobre el suelo se aplica con fuerza particular a los jefes y reyes
y queda como reminiscente su caso particular cuando desde hace tiempo
ha cesado de observarse y cumplirse en los casos generales y corrientes.
4 Nieto de Gengis-kan.
Fue el primer emperador de la dinastía mongola en China (siglo
XIII).
5 No es dudoso
que la santidad del misionero fuera mayor y su tabú más
fuerte.
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