Muchos pueblos consideran
a la cabeza particularmente sagrada; la santidad especial que se le
atribuye se explica en ocasiones por creer que contiene un espíritu
muy sensible al daño o irrespetuosidad. Así, los yoruba
piensan que todas las personas tienen tres moradores espirituales
cada una, de los cuales el primero, llamado Olori, tiene
su residencia en la cabeza y es el protector, guardián y guía
del hombre en que se hospeda. A ese espíritu le hacen ofrendas
principalmente de aves y se frotan después la frente con un
poco de su sangre mezclada con aceite de palma. Los karenes suponen
que un ser llamado el tso reside en la parte más alta
de la cabeza y mientras conserva su lugar, ningún daño
puede acaecer a la persona, a pesar de los esfuerzos de los siete
Kelabs o pasiones personificadas. "Pero si el tso
se muestra descuidado o débil, seguro que el resultado será
malo para la persona. Por esto, atienden cuidadosamente a la cabeza
y se toman muchos quebraderos de la misma para proveerla de atavíos
y tocados que gusten al tso." Los siameses creen que
reside en la cabeza humana un espíritu llamado khuan
o kwun, que es el espíritu guardián. Este espíritu
debe ser cuidadosamente protegido de toda clase de daños; por
ello el acto de afeitarse o cortarse el pelo va acompañado
de grandes ceremonias. El kwun es muy sensible en puntillo de honra
y se sentiría insultado moralmente si la cabeza donde él
reside fuese tocada por un extraño. Los cambodianos estiman
ofensa grave que se les toque la cabeza, algunos no entrarán
en un sitio donde haya cualquier cosa, la que sea, suspendida sobre
la cabeza, y el cambodiano más humilde nunca consentiría
vivir en el piso bajo de una casa. Ésta es la causa de construir
las casas de un solo piso; hasta el gobierno respeta el prejuicio
y nunca pone a un preso en el cepo bajo el piso de una casa, aunque
éstas se eleven mucho del suelo. La misma superstición
existe entre los malayos. Un antiguo viajero comunica que en Java
la gente "no lleva nada sobre la cabeza y dicen que nada debe
haber sobre su cabeza... y si alguno pusiera su mano sobre su cabeza,
le matarían; no edifican casas de pisos para que nadie pueda
caminar sobre las cabezas de otros".
La misma superstición respecto a la cabeza se encuentra en
plena fuerza por toda la Polinesia. Así; en Gattanewa, una
de las islas Marquesas, se dice de un jefe que "tocar la coronilla
de su cabeza o alguna cosa que hubiera estado sobre ella era sacrílego.
Pasar sobre su cabeza era una indignidad que jamás podría
olvidarse". Al hijo de un gran sacerdote de las islas Marquesas
se le ha visto rodar por el suelo en un paroxismo de rabia y desesperación
pidiendo la muerte, porque alguien había profanado su cabeza
privándole de la divinidad por haberle arrojado unas pocas
gotas de agua sobre el cabello. Pero no son solamente los jefes de
las islas Marquesas los que tienen la cabeza como sagrada; la cabeza
de cada indígena de esas islas era tabú y nadie podía
tocarla ni brincar sobre ella, ni aun el padre podía pasar
sobre la cabeza de su hijo dormido. Las mujeres tenían prohibido
llevar o tocar algo que hubiera estado en contacto, o solamente colgado
sobre la cabeza de su padre o marido. No se permitía que hubiera
nada sobre la cabeza del rey de Tonga. En Tahití, cualquiera
que se colocara por encima del rey o de la reina, y también
el que pasara su mano por encima de sus cabezas, podía ser
condenado a muerte. Un niño tahitiano era tabú especialísimo
hasta que se verificasen ciertos ritos sobre él; todo lo que
tocase la cabeza de la criatura mientras estuviera en ese estado se
volvía sagrado y quedaba depositado en un lugar consagrado
y con una barandilla a propósito en la casa del niño.
Si una rama de árbol tocaba la cabeza del niño, cortaban
el árbol; y si en su caída dañaba a otro árbol,
por ejemplo la corteza, este otro árbol también se cortaba
como impuro e impropio para usarlo. Después de ejecutados los
ritos, estos tabúes especiales cesaban; pero la cabeza de un
tahitiano era siempre sagrada, nunca llevaba nada en ella y tocarla
era un crimen. Tan sagrada era la cabeza de un jefe maorí que
"si él mismo la tocaba con sus dedos, estaba obligado
a aplicarlos a la nariz y absorber la santidad que los dedos habían
recogido con el tocamiento para devolverla así a la parte de
la que fue tomada". En consideración a la santidad de
su cabeza, un jefe maorí "no podía soplar el fuego
con la boca, pues; siendo el aliento sagrado, le comunicaba su santidad
y cualquier esclavo u hombre de otra tribu podría coger un
tizón encendido o usar el fuego para otras cosas, tales como
cocinar, causando así su muerte".
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