Si se considera la cabeza tan sagrada que no podía tocarse
sin grave pecado, obvio es decir que el corte de pelo fuese una operación
difícil y delicada. Las dificultades y peligros que desde el
punto de vista primitivo rodeaban la operación eran de dos
clases: la primera era el peligro de inquietar al espíritu
de la cabeza, que podía dañarse en el acto del corte
y vengarse de la persona que le molestaba, y la segunda era la dificultad
de disponer de los mechones esquilados. Porque el salvaje cree que
la conexión simpatética que existe entre él y
cada una de las partes de su cuerpo continúa existiendo después
de romperse la conexión física y, por consiguiente,
él sufrirá cualquier daño que pueda sobrevenir
a las partes separadas de su cuerpo, como los recortes de uñas
y pelo. De acuerdo con esto, toma precauciones para que estas partes
separadas de sí mismo no sean abandonadas en sitios donde queden
expuestas a un daño accidental o a caer en manos de personas
malvadas que hagan hechicería con ellas para perjudicarle o
matarle. Tales peligros son comunes a todos, pero las personas sagradas,
sobre todo, tienen que temerlos más que el vulgo, así
que las precauciones que tomen serán proporcionalmente más
severas. El camino más sencillo para evitar los peligros del
corte del pelo es no cortarlo; éste es el expediente a que
se acogen cuando piensan que el riesgo es máximo respecto al
usual. A los reyes francos no se les permitía cortarse el pelo;
desde su niñez tenían que atenerse a esta regla y rapar
los largos rizos que les caían por la espalda hubiera sido
tanto como renunciar a sus derechos al trono.6
Cuando los malvados hermanos Clotario y Childiberto codiciaron el
reino de su fallecido hermano Clodomiro, se apoderaron con engaños
de los dos sobrinitos, los dos hijos de Clodomiro, y enviaron a París
un mensajero a la abuela de los niños, la reina Clotilde, portador
de unas tijeras y de una espada desenvainada. El enviado mostró
las tijeras y la espada a Clotilde, rogándole escogiera si
las criaturas debían ser rapadas para vivir,
o morir con sus melenas. La orgullosa reina Clotilde7
replicó que si sus nietos no habían de alcanzar el trono,
los prefería mejor muertos que tonsurados. Así, ellos
fueron asesinados por la propia mano de su despiadado tío Clotario.
El rey de Ponapé, una de las islas Carolinas, tenía
que llevar el pelo largo, como también sus dignatarios. Entre
los negros de la tribu Hos del occidente africano "hay sacerdotes
en cuyas cabezas no pueden entrar tijeras mientras vivan. El dios
que habita en el hombre prohíbe el corte; de su pelo bajo pena
de muerte. Si el pelo es ya demasiado largo, el dueño debe
rogar a su dios que le permitiera siquiera recortarle las puntas.
El pelo es de hecho concebido como asiento y alojamiento de su dios;
si se cortase, perdería su morada en el sacerdote". Los
miembros de un clan de los massai, de los que se dice que poseen el
arte de hacer llover, no pueden raparse las barbas porque se supone
que la pérdida de ellas podría acarrear la pérdida
de sus poderes de "hacer llover". El jefe supremo y los
hechiceros massai observan la misma regla por una razón semejante:
piensan que si se cortasen la barba, sus dones sobrenaturales desertarían
de ellos.
Además, algunos hombres que han hecho voto de venganza mantienen,
en ocasiones, su pelo sin cortar hasta haber cumplido su voto. Así,
de los indígenas de las islas Marquesas sabemos que "ocasionalmente
tienen su cabeza completamente afeitada, salvo un mechón en la
coronilla que llevan colgando o lo hacen un nudo. Pero este último
modo de llevar el pelo lo adoptan solamente cuando han hecho un voto
solemne, tal como la venganza por la muerte de algún pariente
cercano, etc. En tales casos, el mechón no se corta nunca mientras
no se haya. cumplido la promesa". Parecida costumbre tenían
los antiguos germanos; entre los chati, los guerreros jóvenes
nunca se rapaban el pelo o barbas hasta haber matado un enemigo. Entre
los toradjas, cuando cortan el pelo a una criatura para librarla de
parásitos, dejan algunos mechones en la coronilla como refugio
de una de las almas del niño; de otro modo, el alma no tendría
lugar donde alojarse y el niño enfermaría. Los karo-batakos
temen ahuyentar el alma del niño; por eso cuando le cortan el
pelo dejan siempre un trozo sin cortar, adonde el alma pueda retirarse
ante las tijeras. Usualmente este mechón permanece sin cortar
toda la vida o por lo menos hasta que llega a adulto.
6 A los reyes godos
de España les sucedía lo mismo; Wamba fue depuesto del
trono y encerrado en un convento, porque Ervigio, su sucesor, le cortó
el pelo mientras dormía.
7 Santa Clotilde,
esposa de Clodoveo, primer rey cristiano franco, cuya fiesta se conmemora
el 5 de junio.
|