EL QUINTO ROMANCE DIRÁ

ahora cómo se hicieron las bodas de Rodrigo y de Jimena
   A Jimena y a Rodrigo
prendió el rey palabra y mano
de juntarlos para en uno
en el solar de Laín Calvo;
las enemistades viejas
con amor las olvidaron,
que donde preside amor
se olvidan quejas y agravios.
El rey dio al Cid a Valduerna,
a Saldaña y Belforado
y a San Pedro de Cardeña,
que en su hacienda vincularon.
Entróse a vestir de boda
Rodrigo con sus hermanos;
quitóse gola y arnés
resplandeciente y grabado;
púsose un medio botarga
con unos vivos morados,
calzas, valona tudesca
de aquellos siglos dorados.
Eran de grana de polvo
y de vaca los zapatos
con dos hebillas por cintas
que le apretaban los lados;
camisón redondo y justo,
sin filetes ni recamos,
que entonces el almidón
era pan para muchachos.
Puso de raso un jubón
ancho de manga, estofado,
que en tres o cuatro batallas
su padre lo había sudado.
La Tizona rabitiesa,
del mudo terror y espanto,
en tiros nuevos traía
que costaron cuatro cuartos.
Más galán que Gerineldos
bajó el Cid famoso al patio,
donde el rey, obispo y grandes
en pie estaban aguardando.
Tras esto bajó Jimena
tocada en toca de papos,
y no con estas quimeras
que agora llaman hurracos.
De paño de Londres fino
era el vestido bordado;
unas garnachas muy justas
con un chapín colorado,
un collar de ocho patenas
con un San Miguel colgando,
que apreciaron una villa
solamente de las manos.
   Llegaron juntos los novios,
y al dar la mano y abrazo,
el Cid mirando a la novia
le dijo todo turbado:
—Maté a tu padre, Jimena,
pero no a desaguisado,
matéle de hombre a hombre
para vengar un agravio.
Maté hombre y hombre doy,
aquí estoy a tu mandado;
en lugar del muerto padre,
cobraste marido honrado.

Hechas las bodas, como oído habéis, despidiéndose Rodrigo del rey Fernando, llevó a su esposa consigo para Vivar, donde fueron ambos muy bien recibidos. Entonces el Cid, ante su madre, juró en las manos de doña Jimena que nunca se vería con ella en poblado ni en yermo hasta que antes venciese cinco lides campales, porque mejor mereciese a tan noble mujer y porque mejor ella olvidase la muerte de su padre. Y rogando mucho a la madre que amase a Jimena y la hiciese mucha honra, partióse de ellas y se fue contra la frontera de los moros.

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