XII. LAS CONTRADICCIONES

Ha escrito un fil�sofo que ni la contradicci�n es se�al de falsedad ni lo es de verdad la incontradicci�n Todo cambia en la vida; nada hay m�s contradictoria que la vida. A los veinte a�o, en plena ardosa mocedad, pensamos de una manera; pensamos de otra cuando la edad ha ido transcurriendo y los entusiasmos se han enfriado. La experiencia del mundo ense�a mucho, una ilusi�n que se realiza es un cambio que se opera en nuestra manera de ser. La ingenuidad no resiste al tiempo; la experiencia se va formando lentamente de desenga�os. � Y c�mo pudiera pensar lo mismo un hombre experimentado, que conoce a los hombres y que ha sufrido, que un mozo que se lanza a la vida lleno de fe, inexperto y candoroso? Si cambia la sensibilidad, �c�mo no ha de cambiar el pensamiento?

No pasa d�a sin que traiga una rectificaci�n a nuestros juicios. S�lo los insensibles permanecen iguales. Lo que por nuestros ojos pasa va dejando un sedimiento de ideas, de juicios y de sentimientos, que se renuevan a lo largo del tiempo. La naturaleza, en cuyo seno nos movemos, va renov�ndose, cambiando. � Y pretendemos nosotros ser los mismos en todos los momentos, a lo largo de treinta, de cuarenta, de sesenta, o de ochenta a�os ? � Y pretendemos que en medio de esta renovaci�n universal, formidable, sea siempre una y la misma esta cosa tan sutil, tan delicada, tan et�rea, que se llama pensamiento?

No reprochemos a nadie ni sus contradicciones ni sus inconsecuencias. No nos atemoricemos cuando se nos reprocha a nosotros. Obremos en cada momento seg�n lo que estimemos oportuno, ben�fico y justo. Un eminente hombre de Estado —don Antonio Maura— ha dicho en un discurso: "Las contradicciones, cuando son desvergonzadas mudanzas de significaci�n por inter�s, por ambici�n, por una sordidez cualquiera, son tan infamantes como los motivos del cambio; pero yo os digo que si alguna vez oyese la voz de mi deber en contra de lo que hubiera con m�s calor toda mi vida sustentando, me considerar�a indigno de vuestra estimaci�n, y en mi conciencia me tendr�a por prevaricador, si no pisoteaba mis palabras anteriores y ajustaba mis actos a mis deberes."

No se puede expresar con m�s energ�a y exactitud una alta norma de vida.

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