No d� el pol�tico en la candidez de creer en la famosa distinci�n entre el derecho y la fuerza. No hay m�s que una cosa: Lo que es fuerte, es lo que es de derecho. La fuerza hincha y llena cosas e ideas; estas cosas e ideas, mientras est�n animadas de esta poderosa y misteriosa vitalidad, son las que dominan; pero la fuerza este algo que no podemos saber lo que es y que llamamos as� va haciendo su rotaci�n, va traslad�ndose de un punto a otro, va circulando; y de este modo, lo que antes viv�a, muere; y nuevas cosas e ideas surgen, prevalecen y dominan. Ha dicho un fil�sofo que los humanos, no pudiendo hacer que lo justo sea fuerte, han hecho que lo fuerte sea justo. En este espejismo, en este juego consolador vive la humanidad; se proclama el derecho, se grita por la justicia, pero en el fondo s�lo hay una cosa: fuerza. La fuerza es la vida, y la vida es un hecho desconocido.
No se alucine el pol�tico. Recuerde el caso conocid�simo de Cisneros. Comisionaron los grandes al conde de Priego para que fuese a verle y le pidiese explicaciones sobre el derecho con que se hab�a alzado con el poder y gobernaba. El cardenal era hombre de flema y de humor. Dej� hablar cuanto quiso al conde de Priego; luego sac�le a un antepecho o balc�n de palacio. Desde all� se ve�an formados los ca�ones. Mand� cargarlos el cardenal y pegarles fuego; los estampidos llenaron el aire. Entonces el gran cardenal se volvi� hacia su reclamante y dijo: "�sos son lo poderes que tengo".
Las naciones se engrandecen y decaen en virtud de la savia que est�n escondida en ellas, nada podr�a detener su engrandecimiento, ni nada podr�a evitar su ruina; es un hecho fatal. No haga sobre ello el pol�tico filosof�as ni sentimentalismos. Si aparentemente, para el p�blico, mostrase otra cosa, sea su creencia �ntima, profunda, que no hay en el concierto universal nada m�s alto que la vida, y que la vida es la fuerza, que surge y que se tira.