Don Diego Saavedra Fajardo era un hombre de mundo: hab�a viajado mucho; represent� a su rey en multitud de negocios diplom�ticos; sab�a lo que se pod�a decir ostensiblemente y lo que era preciso velar y disfrazar. Saavedra Fajardo abomina tambi�n de la vulpeja florentina. En su Idea de un pr�ncipe pol�tico cristiano, �l dice empresa XLI que el hombre debe obrar con equidad, no queriendo para otro lo que no quiera para s�. Y a�ade, lleno de profunda indignaci�n: "De donde se infiere cu�n imp�o y feroz es el intento de Maquiavelo, que forma a su pr�ncipe con otro supuesto o naturaleza de le�n y de raposa, para que lo que no pudiese alcanzar con la raz�n lo alcance con la fuerza y el enga�o".
Esto dice Saavedra Fajardo, indignado y vejado por la doctrina de la redomada vulpeja florentina. Ahora, si leemos con cuidado su libro, veremos c�mo tambi�n aqu� asoma, bajo la piel del mast�n, un hopo y un hocico que acaso dejan muy atr�s a los de la raposa italiana. �Qui�n ha escrito el consejo de que "decir siempre la verdad ser�a peligrosa sencillez, siendo el silencio el principal instrumento de reinar"? �En qu� libro est� escrita la sentencia de que "ninguna cosa mejor ni m�s provechosa a los mortales que la prudente difidencia"? �Qui�n es el que celebra cierta astucia que con respecto a Gonzalo de C�rdoba ejercit� Fernando el Cat�lico, el cual "no tuvo ocasi�n para que entrase en su pecho sospecha alguna de la fidelidad del Gran Capit�n, y con todo eso le ten�a personas que de secreto notasen y advirtiesen sus acciones para que penetrando aquella diligencia viviese m�s advertido en ellas"? �Qui�n ha trazado el apotegma de que "lo que no puede facilitar la violencia, facilite la ma�a, consultada con el tiempo y la ocasi�n"? Finalmente, y para no hacer enfadosa la materia, �qu� autor, imp�o y feroz, ha estampado la siguiente advertencia, que es una maravilla de astucia. "Ocultos han de ser los consejos y designios de los pr�ncipes, con tanto recato, que tal vez ni aun sus ministros los penetran, antes los crean diferentes y sean los primeros que queden enga�ados, para que m�s naturalmente y con mayor eficacia, sin el peligro de la disimulaci�n, que f�cilmente se descubre, afirmen y acrediten lo que tienen por cierto, y beba el pueblo de ellos el enga�o, con que se esparza y corra por todas partes"?
S�laba por s�laba, es preciso leer esta sentencia para ver toda la profundidad y complejidad psicol�gica que encierra.