XXVI. FINGIR CONFORMIDAD

Una vez logrado el capelo de cardenal, el duque de Lerma sigui� asistiendo a Palacio. Pero su estrella se hab�a eclipsado. El duque que no se inmuta por los desaires y desdenes que recib�a. Ten�a un gran esp�ritu. Contemplaba sin estremecerse su ca�da lenta. Ya soplaban otros vientos en el mundo, y eran otros los hombres que gobernaban.

Un d�a, hall�ndose la Corte en El Escorial, llam� el rey al prior y le dijo: "Ir�is al duque y le dir�is que, atendido lo mucho que he estimado siempre su casa y persona, he venido en otorgarle lo que tantas veces y con tanto encarecimiento me ha pedido para su quietud y descanso, y que as� podr� retirarse a Lerma o a Valladolid cuando quisiere".

El prior repiti� al duque las palabras del rey; el duque vio llegada la desgracia temida, pero no se inmut�. Fingi� una serena conformidad. En seguida dio orden a sus criados para que arreglesen el viaje, y pidi� permiso al rey para ir a despedirse. Cuando estuvo ante �l le dijo humildemente, con suaves palabras: "De trece a�os, se�or, entr� en este palacio, y hoy se cumplen cincuenta y tres empleados en este dise�o, pocos para mi deseo, muchos para lo que permite el desenga�o, a que debemos ofrecer, ya que no todo, siquiera alguna parte de la vida". Dicho esto, bes� la mano del rey le abraz� tiernamente, y le dijo que le ten�a en la misma estimaci�n que antes.

Se dice que en la partida el duque de lerma, durmi� una noche en Guadarrama, y que el rey aquella noche —iron�a o deferencia— le envi� los papeles de la consulta diaria y un venado que aquel d�a hab�a muerto. S

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