II. ARTE EN EL VESTIR

El fin que persigue el arte en el vestir es la elegancia. Pero la elegancia es casi una condici�n innata, inadquirible. No est� en la maestr�a del sastre que nos viste; est� en nosotros. Está en la conformaci�n de nuestro cuerpo; en los movimientos; en la largura o cortedad de los miembros; en el modo de andar, de saludar, de levantarse. Un hombre que tenga ricas ropas y vista con autendo puede no ser elegante; puede en cambio serlo un pobre arruinado hidalgo de pueblo envuelto en su zamarra y en su capa.

La primera regla, sin embargo, de la elegancia es la simplicidad. Procure ser sencillo el pol�tico en su atav�o; no use ni pa�os ni lienzos llamativos por los colores o por sus dibujos: prefiera los colores opacos, mates. No caiga con esto en el extremo de la severidad excesiva. Una persona verdaderamente elegante ser� aquella que vaya vestida como todo el mundo y que, a pesar de esto, tenga un sello especial, algo que es de ella y no de nadie. Joyas no debe usar ninguna: ni alfiler de corbata, ni cadena de reloj, ni menos sortijas. No ponga en su persona m�s que lo necesario, pero que lo necesario sea de lo mejor: as� el pa�o de los trajes, el lienzo de las camisas, el sombrero, los guantes, el calzado. Si acaso, si el traje fuera negro o de color muy oscuro, matice y palie la impresi�n de severidad con una cadena de oro, delgada, breve, sin dijes, en alongados eslabones. Jorge Brummel, el gran elegante ingl�s, ten�a en su atav�o una simplicidad suprema, pero sobre el oscuro fondo del traje pon�a esta l�nea refulgente y casi imperceptible de oro. V�ase tambi�n el efecto de este matiz y paliativo en el retrato que figura en nuestro Museo del magistrado don Diego de Corral, pintado por Vel�zquez.

El calzado merece menci�n especial; por �l se conocen los h�bitos y car�cter de la persona; un excelente y elegante calzado realza toda la indumentaria. Tenga abnegaci�n bastante para desechar un calzado que est� todav�a en buen uso. Digo abnegaci�n, no mirando a la econom�a, sino pensando en que nada hay m�s comodo y dulce que un calzado que se ha familiarizado ya con nuestro pie.

Hay otras cosas tambi�n que separa en dos bandos a los que tratan de vestir bien: el bando de los irreprochables y el de los que tienen alguna m�cula. Este algo es la ropa blanca. Sea inflexible en la limpieza de su camisa; ll�vela siempre, en todos los momentos, n�tida, inmaculada. Sobre la nobleza un poco severa de la vestimenta, la nitidez identificable de la camisa resaltar� y pondr� una nota de delicadeza, de buen gusto y de aristocratismo.

Cosm�ticos y olores deben estarle prohibidos en absoluto. Si no llevara barba ni bigote, ponga especial cuidado en ir siempre rasurado perfectamente: que no hay nada m�s desagradable que ver una barba sin afeitar, aunque sea de poco tiempo.

Sencillez y naturalidad: est� es la s�ntesis de la elegancia. Y ahora, como apostilla, la �ltima recomendaci�n. No d� a entender , ni por el aire de su persona, ni por su gesto ni por su actitud, ni por sus maneras, que sabe que va bien vestido y es elegante. Si lleva sencilla y buena ropa y si tiene ese don indefinible de que hablab�mos al principio, ese no s� qu�, ese como efluvio misterioso que emana de toda persona y que no se puede concretar y definir; si se halla en estas condiciones, repito, ser� elegante.

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