XXXIII. LA FAZ SERENA

La faz serena debe cubrir dolores �ntimos. Tenga el pol�tico mucho cuidado en esto; sobre ello queremos insistir en otro cap�tulo. La faz serena debe ocultar nuestros desfallecimientos, nuestras decepciones, nuestras amarguras. Ante el p�blico debemos mostrar siempre un semblante sereno; en la intimidad de nuestro hogar debemos refrenar tambi�n nuestra tristeza. Los seres queridos que nos rodean son nuestros compa�eros en la vida; participan de nuestros dolores y de nuestra alegr�as. Si estamos tristes, si la flicci�n y la desesperanza nos atormentan, ellos los tiene tanto como nostros. Tengamos cuenta de esto. Y ya que la amargura haya ca�do sobre nosotros, �por qu� no hacer que estos seres queridos que nos rodean, que estos amigos, que estos deudos sufran menos de lo que sufrir�an si nosotros di�ramos rienda suelta a nuestros lamentos? Ha dicho un gran fil�sofo que en nuestra aflicci�n tenemos derecho a apoyarnos en nuestros deudos y en nuestros amigos, pero de ning�n modo a acosarlos y derribarlos.

Ha habido en nuestra patria en estos tiempos modernos un pol�tico que supo ser a este respecto un hombre y un artista. Era ya viejo; los a�os hab�an puesto sobre su esp�ritu un profundo cansancio; hab�a gozado de todos los honores; hab�a contemplado en su pa�s cambios y mudanzas de instituciones y poderes; conoc�a a los hombres, fatigado y esc�pticos, sent�a escap�rsele ya la vida. Se hallaba muy enfermo. Pero ni en su semblante ni su gesto dejaba traslucir su dolor �ntimo.

Era un estoico sin la tensi�n de esp�ritu que el estoicismo supone; era un estoico lleno de bondad, sencillo, espont�neo. Muchas veces, durante los �ltimos tiempos que vivi�, se sent�a invalido por un abrumador desfallecimiento; en estos instantes, si se encontraba solo, dejaba desplomarse su cuerpo sobre el asiento. Mas sol�a ocurrir que en las estancias pr�ximas resonaban pasos de gente que llegaba, y entonces el pol�tico se ergu�a, serenaba su cara, sonre�a a los reci�n llegados y charlaba con ellos amable y jovialmente.

Hasta sus �ltimos instantes intervino este pol�tico en los negocios p�blicos. En el parlamento se le vio —en tanto que la vida se le escapaba— afable, sonriente, siguiendo atento las deliberaciones, con su cara fina de hombre sutil, apoyado en su ligero bast�n.

Fondo 2000 �ndice Anterior Siguiente