XXXIV. RETOZARLAS SIN EMPEÑARSE

Un cap�tulo aparte merecen nuestras compa�eras en la vida; m�s bien tendr�amos que escribir un tratado especial. La mujer es el encanto y es el desasosiego del mundo. Con�zcalas bien el pol�tico; sepa sus picardihuelas y malicias; �melas, mu�strese siempre afable y generosos con ellas. Pero no se enfrasque en pasiones violentas, desenfrenadas; guste ligeramente de ellas; ret�celas sin poner en ello un gran empe�o. La energ�a de nuestros nervios y de nuestros m�sculos es una sola; si la ponemos en una parte; no podemos ponerla en otra; una obra de ciencia, las operaciones del Gobierno, los tr�fagos de la industria exigen una perseverancia, una energ�a y un cuidado que no podemos debilitar ni amenguar un solo momento; un hombre que quiere estar a la vez en las disoluciones del amor y en el estudio es posible que, si su fortaleza es grande, salga con bien. Esto podr� durar m�s o menos a�os; a la postre, �l ver�, por la vejez premetura, por los achaques, por el decaimiento inesperado, que no se puede tener impunemente una vela encendida por los dos cabos.

No quiere esto decir que debemos huir y esquivar el trato de nuestras compa�eras; nada hay m�s agradable; busqu�moslas siempre que podamos; platiquemos con ellas. Si ella tienen alguna displicencia para nosotros, si nos muestran alg�n enojo, si nos dirigen reproches, seamos tolerantes y sobrepong�mos a nosotros mismos. El pol�tico debe estar al corriente de estos dolores s�bitos de cabeza que nuestras compa�eras sienten al tiempo de sentarnos a la mesa; conocer� con qu� intenci�n se hace el elogio caluroso de un compa�ero; sabr� qu� alcance tienen estas resignaciones, entremezcladas de alg�n suspiro, con que nuestras mujeres parece que nos recriminan. Domine y ate sus nervios el pol�tico; du�lase de estas neuralgias, desganas y suspiros; procure consolar con blandas palabras a su mitad, y si �l viera que no tiene fuerza para esta obra, aus�ntese con cortes�a, y que el ox�geno del campo y de la calle y la charla de los amigos le conforten.

Sea tolerante con ellas cuando se muestren irascibles, y ret�celas sin empe�arse cuando sean propicias. Sobre todo,que no haya en ning�n momento ni la m�s peque�a violencia. Hacer llorar a una mujer es como hacer llorar a un ni�o. Que haya dulzura, un �nimo constante, un buen humor...

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