XLII. RENUNCIAR EN SAZÓN

No por mucho madrugar amanece m�s a�na. Sepa el pol�tico no mostrar impaciencia en los comienzos de su carrera; no se precipite; no quiera recoger el fruto cuando a�n no est� maduro. Conviene que el hombre cauto sepa renunciar a un empleo, cargo o sinecura en determinadas ocaciones; muchas veces este empleo que se nos ofrece no tiene lustre, aunque sea provechoso, o no est� a la altura de nuestros merecimientos. El pol�tico se ver� entonces en un compromiso; �l necesitar� el cargo, su situaci�n le obligar� a aceptarlo, pero al mismo tiempo �l comprender� que no cuadra el cargo a su persona. En estas ocaciones sobrep�ngase a s� mismo, sufra, sea abnegado, y no acepte lo que le proponen. Otras veces el cargo puede serle ofrecido con malicia; es espinoso, es dif�cil, y acaso �l no puede salir con bien de la empresa y se estrellar� en �l y perjudicar� su carrera. Aunque mucha sea su codicia y su ambici�n de honores, acierte a ver este escollo, huya de la tentaci�n y res�gnese a no ser nada por lo pronto, a esperar otro tiempo. Finalmente, el cargo que se le ofrece al pol�tico puede ser adecuado a su persona, puede concordar con sus merecimientos; pero, sin embargo, quiz� sea una ventaja el renunciarlo. Si este pol�tico no tiene prisa, si est� muy seguro de s� mismo y de su persona, una renuncia de �stas, una renuncia digna, solapada bajo modestia, puede serle m�s �til que el cargo mismo.

No es preciso decir que cuando se renuncie a un cargo por no creerlo digno con la persona, o por otro motivo de amor propio, no se debe exteriorizar la interior contrariedad; las palabra duras que se lanzan en un caso de �stos de despecho ya no se puede recoger; pasa el tiempo; viene otra situaci�n m�s propicia en que pudi�ramos obtener cargo mayor, y entonces vemos que por nuestra c�lera, por nuestra inquietud, por nuestra irritabilidad de anta�o nos hemos cortado el porvenir al ponernos mal con el que otorga las mercedes.

Siempre que renunciemos a un cargo protestemos de nuestro afecto y de nuestra gratitud a quien nos lo otorga; pretextemos para nuestra renuncia nuestros negocios particulares o nuestro estado de salud. Que nuestras palabras sean completamente cordiales: que ya, si el que otorga es inteligente, sabr�s traslucir nuestros verdaderos motivos para la renuncia y nos agradecer� nuestra resignaci�n y nuestra cordialidad; prendas que nos meteran m�s en su coraz�n para otra vez.

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