El esc�ndalo es el mayor enemigo de los hombres de bien,; tanto m�s alto estar� el que sea su v�ctima, tanto mayor ser� el c�rculo del esc�ndalo y tanto m�s ser� el da�o que se produzca. Evite a toda costa el esc�ndalo el pol�tico. Le suceder� alguna vez que en un corrillo, en la calle, en un sal�n, un concurrente le veje y le maltrate injustamente; no conteste el pol�tico a tal afrenta; si el adversario es un hombre insignificante, sobrep�ngase a s� mismo y deje pasar el agravio. Podr� haber quedado lastimado su nombre; podr� haber quedado lleno de bochornos ante los circunstantes. No importa; considere que si �l se empe�ase en esta lucha, �l ser�a quien perder�a, �l quien saldr�a lastimado o perjudicado, puesto que el hombre ruin y vulgar que le veja no tiene nada que perder.
Muchas veces el adversario no es un ser insignificante; es hombre de nota y digno de que se le atienda y castigue. Pero acaso no convenga tampoco entrar en liza: tal vez suceda que el adversario, que tambi�n tiene que perde algo, se alucine y consienta en perderlo con tal de hacernos perder a nosotros lo mucho que tenemos. Considere todas estas circunstancias el pol�tico; vea tambi�n antes de decidirse a vengar el agravio la situaci�n en que se halla, lo que se puede arriesgar y las consecuencias que el lance ha de traer. Lo mejor, lo m�s seguro, es que nosotros no rompamos el equilibrio en que estamos, que no alteremos nada, que no hagamos con una imprudencia que todo se venga abajo. Acallemos la voz interior; dejemos pasar el tiempo; �l amansar� nuestro fuego interior; los hombres de bien, los desapasionados, nos dar�n la raz�n. Si tenemos un designio que cumplir, si tenemos una idea que nos gu�a, sigamos por nuestro camino y no nos detengamos en vanos y lamentables incidentes.