VII. NO TENER IMPACIENCIA

Si queremos vivir bien y ahorrarnos disgustos, achaques y aun enfermedades, debemos tomar con flema y sosiego nuestra cosa: debemos comer, vestir, ir de una parte a otra despacio. Lo que se hace precipitadamente se hace mal y a disgusto: grano a grano hinche la gallina el papo; poco a poco se va a todas partes. Viendo una vez el arzobispo don Alonso Carrillo que sacaba del r�o a un hombre que hac�a tres d�as que se hab�a ahogado, pregunt� que por que causa hab�a sido la desgracia. Dij�ronle que por haber querido aquel hombre ir por el vado. Contest� don Alonso Carrillo: "Ya estar�a en su casa si hubiera ido por la puente".

Cuando tengamos que responder a un agravio, a un vejamen, seamos cautos y dejemos pasar un buen lapso, tal vez si la injuria fue por la noche, a la ma�ana siguiente nuestra resoluci�n sea distinta de lo que hubiera sido de haberla tomada enseguida. No nos precipitemos; hay momentos en la vida de los negocios en que la multitud, la prensa, la opini�n p�blica se exacerban, se encienden y piden que se haga tal o cual cosa; en esto momentos hasta los esp�ritus m�s reflexivos pierden la sangre fr�a; hombres sosegados y discretos de ordinario se exaltan y unen su voz a la de la multitud. El pol�tico no debe en estos instantes dejarse arrastrar por el impulso general; si es preciso, tenga el valor de arrostrar la impopularidad; la efervescencia, la pasi�n pasar�, y entonces todos reconocer�n que �l tuvo raz�n, y la impopularidad de un momento se trocar� en cimiento de su hombr�a y de su sinceridad.

Puede ocurrir que el problema que se presente y que apasiona a todos sea muy complejo, muy intrincado, o que en �l se re�nan tales circunstancias que no se pueda saber c�mo servir a la justicia: si poni�ndose de un lado o poni�ndose de otro. En este caso lo prudente es callar; ret�rese el pol�tico de la contienda y deje que la vida que la fuerza de las cosas se abra su camino a trav�s del tiempo.

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