La revista Savia Moderna fue la primera expresi�n de la que llegar�a a ser la generaci�n del Ateneo. Veinte de los sesenta y nueve atene�stas figuraron en la redacci�n de esa revista de corta vida, que apareci� de marzo a junio de 1906, dirigida por Alfonso Cravioto y Luis Castillo Led�n.2
En Savia Moderna aparecieron colaboraciones de Antonio Caso, Pedro Henr�quez Ure�a, Jes�s T. Acevedo y Ricardo G�mez Robelo, as� como ilustraciones de De la Torre, Z�rraga y Diego.
El segundo paso fue dado al a�o siguiente: en 1907 se contituy� la Sociedad de Conferencias, que organiz� un par de series de pl�ticas, complementadas con lectura de poemas y n�meros musicales, la primera se llev� a cabo en el Casino de Santa Mar�a, y la segunda, en el Conservatorio Nacional.
Vale la pena reproducir los programas:
1. La obra pict�rica de Carri�re, por Alfonso Cravioto.
2. La significaci�n e influencia de Nietzche en el pensamiento moderno,
por Antonio Caso.
3. Gabriel y Gal�n. Un cl�sico del siglo XX, por Pedro Henr�quez Ure�a.
4. La evoluci�n de la cr�tica literaria, por Rub�n Valenti.
5. El porvenir de nuestra arquitectura, por Jes�s T. Acevedo.
6. La obra de Edgar Poe, por Ricardo G�mez Robelo.
Para animar esta serie, se leyeron poemas de Nemesio Garc�a Naranjo, Manuel
de la Parra, Luis Castillo Led�n, Roberto Arg�elles Bringas, Abel C. Salazar,
Eduardo Col�n y Alfonso Reyes.
Las conferencias de 1908 fueron:
1. Max Stirner y el individualismo exclusivo, por Antonio Caso.
2. La influencia de Chopin en la m�sica moderna, por Max Henr�quez Ure�a.
3. Gabriel D�Annunzio, por Genaro Fern�ndez Mac Gregor.
4. Jos� Mar�a de Pereda, por Isidro Fabela.
5. Arte, ciencia y filosof�a, 3
por Rub�n Valenti.
La conferencia se convert�a en un instrumento de comunicaci�n cultural a tr�ves del cual se acercaba un grupo de j�venes informados a un p�blico virtualmente interesado en ponerse al d�a en cuestiones filos�ficas, est�ticas y literarias, casi todas relativas al pasado m�s reciente. Cabe tambi�n hacer notar que todos los conferencistas, salvo Rub�n Valenti, fueron despu�s miembros del Ateneo, al igual que los autores de los poemas le�dos en la primera serie de conferencias.4
Despu�s de los tres pasos indicados, 26 j�venes intelectuales decidieron reunir sus esfuerzos de manera m�s organizada y no exenta de compromiso social, y formaron una asociaci�n civil debidamente constituida el 28 de octubre de 1909.
Gracias al texto de la escritura notarial se sabe, adem�s de qui�nes fueron los socios fundadores, que el 25 de septiembre de 1912 cambi� su nombre por el de Ateneo de M�xico, y que fueron presidentes de la asociaci�n civil, en orden consecutivo, Antonio Caso, Alfonso Cravioto, Jos� Vasconcelos, Enrique Gonz�lez Mart�nez y otra vez Antonio Caso.
Su domicilio ser�a la ciudad de M�xico, aunque podr�a extender sus actividades al interior de la Rep�blica y aun al extranjero. El objeto de la asociaci�n ser�a trabajar por la cultura y el arte. Para lograrlo, el Ateneo organizar�a reuniones p�blicas en las cuales se dar�a lectura a trabajos literarios, c�ent�ficos y filos�ficos, y sus miembros escoger�an temas para dar lugar a discusiones p�blicas.
Aunque no lleg� a satisfacer ese punto, se propuso publicar una revista. Tambi�n la mayor�a de los socios deber�an aprobar las propuestas tem�ticas para todo tipo de reuni�n p�blica y, desde luego, deb�a entrar en contacto con otras asociaciones e individuos. Esto �ltimo fue cumplido y el Ateneo se vio enriquecido con la visita de escritores de otros pa�ses.
El estatuto indica que deber�a celebrarse una reuni�n mensual interna y podr�an constituirse grupos de estudio.
Cinco clases de miembros formar�an el Ateneo: fundadores, activos los cuales ten�an las mismas obligaciones, asistentes, correspondientes y honorarios. Los dos primeros se obligaban a pagar dos pesos al mes.
La mesa directiva estaba formada por un presidente, un vicepresidente, un secretario de correspondencia, uno de actas y un tesorero.5
El acto p�blico m�s conocido de Ateneo fue la famosa serie de conferencias
de agosto a septiembre de 1910, la cual se llev� a cabo con el patrocinio de
don Justo Sierra, considerado con raz�n por Felipe Garrido "atene�sta ad
honorem", y de don Pablo Macedo, entre otros. Cabe reproducir el programa,
aunque es muy conocido:
1. La filosof�a moral de don Eugenio M. de Hostos, por Antonio Caso.
2. Los poemas r�sticos de Manuel Jos� Oth�n, por Alfonso Reyes.
3. La obra de Jos� Enrique Rod�, por Pedro Henr�quez Ure�a.
4. El Pensador Mexicano y su tiempo, por Carlos Gonz�lez Pe�a.
5. Sor Juana In�s de la Cruz, por Jos� Escofet, y
6. Don Gabino Barreda y las ideas contempor�neas, por Jos� Vasconcelos.
El comentario obvio y m�nimo que puede desprenderse, es que destacan el nacionalismo (Oth�n, Pensador, Sor Juana y Barreda) y el iberoamericanismo (Hostos y Rod�), actualizados, llevados al presente. Al mismo tiempo, revaloraci�n del pasado lejano: Sor Juana, Lizardi; del cercano, Barreda, y del inmediato: Oth�n. Insistencia en la comunidad hispanoamericana y en la superaci�n del positivismo.
Con estos elementos y la calidad de los trabajos presentados, el Ateneo de la Juventud cumpli� con uno de sus prop�sitos alrededor del Centenario de la Independencia. Esta menci�n no es gratuita: fueron antene�stas dos de los colaboradores de la famosa. Antolog�a del Centenario: Urbina y Henr�quez Ure�a.
La presencia atene�sta fue haci�ndose cada vez m�s fuerte en el medio intelectual. Si bien hay una primera dispersi�n en los meses de la crisis porfiriana y del levantamiento de Madero, el Ateneo se reagrupa, aumenta su membres�a e incluso trata de tener un "color" pol�tico, lo cual no llega a darse, en virtud de las hondas diferencias de sus integrantes: en una esquina, maderistas de la talla de Vasconcelos, en la otra antimaderistas tan destacadas como Garc�a Naranjo y Lozano: la mitad del "Cuadril�tero".
Otra gran dispersi�n es la que sucedi� despu�s de febrero de 1913; permanecieron en M�xico aquellos que estaban de acuerdo con el r�gimen de Victoriano Huerta, del cual fueron colaboradores, o algunos abstinentes de participar en la pol�tica, mientras que se fueron del pa�s, para regresar luego por el Norte, aquellos demasiado identificados con la Revoluci�n, entre ellos el ya citado Vasconcelos, m�s Fabela y Guzm�n.
Antes de la dispersi�n de 1913, el ateneo dio su mejor fruto: la Universidad Popular Mexicana, de vida m�s prolongada y que constituye un puente entre el desaparecido Ateneo y el retorno de la di�spora y el aglutamiento de buena parte de atene�stas bajo la �gida vasconceliana en la Universidad Nacional, primero, y despu�s en la Secretaria de Educaci�n P�blica, a fin de cuentas, instituciones vitalizadas por el impulso b�sico de los atene�stas, que as� colaboraron en la reconstrucci�n nacional.