El libro fue la pasi�n vasconceliana, "el secreto del Ateneo", como �l le llama. De su actividad como funcionario de la educaci�n y la cultura se recuerdan, entre otras bondades, los libros que edit� y las bibliotecas que fund�. Alfonso Reyes declar� querer "el lat�n para las izquierdas", en un dorado af�n de ligar lo agrario y lo buc�lico. Henr�quez Ure�a fue hombre que ense�� a leer en los puntos "extremos de Am�rica". Torri deja como legado la constancia de su "di�logo de los libros".
Leer para comunicar , para ense�ar, pero tambi�n para actuar y para crear. Los atene�stas se comportaron como maestros. Son did�cticos en muchas de sus manifestaciones: de Reyes a Caso, de Vasconcelos a Diego Rivera, de Ponce a Henr�quez Ure�a. No s�lo en el hecho de impartir c�tedras, sino en toda su obra. De ah� su enciclopedismo y su didactismo. Pero ense�aban para formar ciudadanos, para crear una polis nacionalista, iberoamericana, con sus ra�ces hundidas en Atenas, en las creaciones dantescas, en Cervantes. Una polis sustentada por un demos bien formado, s�lido y capaz de tomar las mejores decisiones.
Ciertamente, Porfirio D�az no ten�a toda la raz�n cuando le expres� en 1908 a James Creelman que ya se pod�a retirar tranquilo porque una clase media hab�a surgido y ella pod�a sustituirlo mediante un ejercicio democr�tico del poder. Ella, la clase media, ten�a toda la raz�n o s�lo la ten�a en parte. La ten�a, porque si bien esa clase no era mayoritaria, s� result� lo suficientemente emprendedora pra originar, encauzar y dirigir, no una democracia, sino una revoluci�n.
De esa clase media eran los atene�stas. M�s precisamente de la urbana, capitalina o cosmopolita. Si se examina la oriundez de los atene�stas, aparecen datos interesantes; habr�a que hacer una divisi�n que considera a los de dentro y los de fuera, siendo estos �ltimos ocho hispanoamericanos, a saber: de Espa�a, el catal�n Jos� Escofet y el asturiano Jos� Gonz�lez Blanco, y de Am�rica, aparte de los hermanos Henr�quez Ure�a, dominicanos, dos poetas de Colombia: el menos conocido Leopoldo de Rosa, y Miguel �ngel Osorio, registrado como Ricardo Arenales y ampliamente familiar bajo el nombre de Porfirio Barba Jacob. El novelista cubano Jes�s Castellanos tambi�n se incorpor�, al igual que el tormentoso lime�o Jos� Santos Chocano.
Los atene�stas de dentro est�n encabezados por 12 capitalinos, seguidos de lejos por seis de Jalisco y por cinco guanajuatenses. De Zacatecas hubo tres, y si L�pez Velarde no se muda de la capital temprano, hubiera habido un cuarto atene�sta de ese estado. Tambi�n hubo tres de Veracruz. Le tocan dos a Aguascalientes, Chihuahua, Hidalgo, M�xico, Michoac�n y Nuevo Le�n. Y s�lo lleg� uno de Coahuila, Chiapas, Durango, Guerrero, Oaxaca, Puebla, Quer�taro, Sinaloa, Sonora, Yucat�n y del entonces territorio federal de Tepic.
En todos los casos se dio el fen�meno de la emigraci�n a la capital para hacerse de mejor instrucci�n y, en buena medida, profesionistas. La mayor�a lo fue, si se atiende el hecho de que pintores y concertistas tambi�n se cuentan en la lista: considerando a mexicanos y extranjeros, 54 realizaron estudios profesionales o de bachillerato. S�lo 13 no lo hicieron, o se ignora su biograf�a estudiantil. De la mayor�a profesional, 32 fueron abogados, o sea, alrededor del 50% de los titulados. Se advierte, desde luego, la ausencia de una Facultad de Filosof�a y Letras, ya que fueron varios los que colgaron su t�tulo, aunque antepusieran la abreviatura "Lic." a sus nombres. Sin embargo, tambi�n hubo tribunos notables, como Lozano, gran defensor y agente del Ministerio P�blico, o tratadistas del derecho civil, como Pallares, magistrados como Teja Zabre, y miembros de bufetes notables, como Vasconcelos. Despu�s el n�mero desciende a cinco m�dicos e igual n�mero de pintores, tres arquitectos, tres m�sicos, dos ingenieros y dos bachilleres. No hab�a necesidad de posgrado, ya que s�lo uno lo obtuvo, y se cont� con un prominente oxoniense.
De los no titulados, no por azar, la mayor�a est� compuesta por poetas.