Después de 1835, cuando se cerró El Obraje, la antigua fábrica de paños fundada por Jacinto López de Pimentel, la actividad industrial sufrió un severo retraimiento. Subsistieron muchos talleres de artesanos, que eran una de las principales fuentes de empleo de la ciudad y que producían pieles, rebozos, zapatos y otros muchos productos de regular calidad. A mediados de siglo José María Chávez abrió un importante establecimiento, al que bautizó con el significativo nombre de El Esfuerzo, en el que se construían carretas, bombas hidráulicas, tinas para baño y otras muchas cosas. Después le agregó una imprenta, de la que salieron El Patriota, La Imitación y otros muchos periódicos y folletos que contribuyeron de manera decisiva a defender los intereses públicos.
Este establecimiento fue la escuela en la que se formaron los mejores artesanos de Aguascalientes. Willebaldo Chávez, por ejemplo, hijo de don José María, mantenía abierto hacia 1870 un taller en el que se hacían obras de carrocería y fundición que eran "modelos acabados de perfección, solidez y elegancia". En 1883 había en Aguascalientes 41 talleres, muy pequeños en su gran mayoría, con unos cuantos trabajadores cada uno y fabricantes de bienes que encontraban colocación en el mercado local. Entre otras cosas había siete panaderías, cuatro jabonerías, tres velerías, cuatro alfarerías, una fábrica de pastas, otra de chocolate y hasta una armería, cuyo propietario, según se decía, hizo un rifle Remington tan perfecto que no pudo ser distinguido de un original por un conocedor.
En 1861 los franceses Pedro Cornú y Valentín Stiker construyeron, por el rumbo de la Hacienda Nueva, una fábrica de hilados y tejidos de lana llamada San Ignacio, en la cual invirtieron más de cien mil pesos. Además se gastaron 80 000 pesos en la maquinaria, que incluía cardadoras, telares, sacapelos y exprimidoras. En ella se fabricaban casimires, chalinas, sarapes, jergas, cobertores y telas de distintas clases que encontraban colocación en la propia ciudad de Aguascalientes y en algunas otras cercanas, como San Juan de los Lagos, Lagos de Moreno y León. A esta fábrica se añadieron otras dos, técnicamente similares pero más pequeñas: La Purísima, fundada en 1881 los Reyes M. Durón, y La Aurora, abierta en 1883 por Francisco y Valentín Stiker, hermanos de don Luis.
El curtido de pieles fue un oficio muy extendido en Aguascalientes, a tal grado que en el centro de la ciudad, a espaldas de La Parroquia, existía la calle de Las Tenerías y que el río San Pedro se conoció durante mucho tiempo como río de Curtidores. La más grande e importante de todas fue la que fundó Francisco Recalde a mediados de siglo y que en 1885 compró Felipe Ruiz de Chávez, quien la mejoró sensiblemente y la rebautizó con el nombre de El Diamante. En ella se producían pieles, zapatos, suelas y vaquetas de gran calidad.
En Aguascalientes, lo mismo que en la mayoría de las ciudades de cierta importancia del país, se establecieron también algunas fábricas de puros y cigarrillos, que llegaron a dar empleo a más de 300 cigarreras y que en 1904 produjeron 9.8 millones de puros y 11.9 millones de cajetillas de cigarros, que en su mayoría se vendían en los estados del norte del país.
La fábrica más importante fue La Regeneradora, fundada por don Antonio Morfín Vargas, que era también el dueño de la hacienda de La Cantera y con cuyos recursos se costeó la edificación del templo de San Antonio. Se trataba de una fábrica moderna, equipada con las mejores máquinas que se conocían en la época. En sus mejores años, entre 1902 y 1905, daba empleo a 300 operarios, mujeres en su mayoría, y llegó a producir más de 5 000 000 cajetillas de cigarros y casi 400 000 puros. La calidad y el precio de sus productos dependía de la clase de tabaco utilizado y de la envoltura, que podía ser de hoja de maíz o de fino papel de arroz catalán. Entre los cigarrillos las marcas preferidas por el público eran Flores de Abril, Toreo Rojo y La Criolla, mientras que los puros mejor cotizados eran los Cafeteros, los Caramelos y los Glorias de Porfirio Díaz.
En el terreno de la industria alimenticia habría que empezar por recordar que muchas haciendas contaron con su propio molino de trigo, en los que se producían harinas de regular calidad. Por el volumen de sus operaciones se distinguieron los molinos instalados en las haciendas de Los Cuartos y La Cantera.
En 1895, sin embargo, un inglés llamado John Douglas estableció un molino moderno, cuyas harinas, blancas y finísimas, desplazaron fácilmente a las procedentes de los antiguos molinos de piedra. Le fue tan bien que poco después amplió las instalaciones de su empresa y se dedicó a la fabricación de almidón, dextrina y otros derivados del maíz. Su fábrica se llamaba La Perla.
A fines del siglo XIX se establecieron también varios molinos de nixtamal, algunas fábricas de aguas gaseosas, algunas otras de jabón, una de hielo, muchas alfarerías, una moderna fábrica de ladrillos refractarios y hasta una misteriosa negociación que se iba a encargar de fabricar cierto "combustible artificial". Sus dueños eran dos personajes de la localidad: Agustín R. González y José Herrán.
Mucha mayor importancia tuvieron los Talleres Generales de Reparación del Ferrocarril Central Mexicano, que se establecieron en los términos de un contrato firmado por el gobernador Rafael Arellano en septiembre de 1897. Estos talleres, que llegaron a ser los más importantes de todo el país, ocupaban a principios de este siglo poco más de mil obreros y se convirtieron rápidamente en uno de los símbolos distintivos de la ciudad.
Una mención especial merece la Fundición de Fierro y Bronce de Luis B. Lawrence, que se puso a disposición del público en octubre de 1904. Durante los muchos años que se mantuvo abierta fabricó bancas de fierro para el jardín de San Marcos, molinos de nixtamal y maquinaria agrícola. Fue un establecimiento muy útil, que colaboró en forma muy activa en la tarea de desarrollar una tecnología adecuada a las necesidades locales.