Los escritores zacatecanos, en términos generales y contrariamente a lo que sucede con los pintores, son mejor conocidos en Zacatecas que en la ciudad de México. Mauricio Magdaleno (Tabasco, 1906), autor de El resplandor, es reconocido como uno de los grandes novelistas de la Revolución mexicana. Sobre él se ha resaltado lo poco que se ocupó de su estado natal. Sin embargo, este hecho no lo descalifica; es una figura clave dentro de la literatura mexicana del siglo XX
que nos legó un relato apasionado de su militancia en el movimiento vasconcelista, y cuya labor como guionista fue decisiva en la llamada "época de oro" del cine mexicano.
Don Roberto Cabral del Hoyo es un poeta que cuenta con un amplio reconocimiento en su estado natal, y a quien se considera el continuador de López Velarde. A Cabral del Hoyo (Zacatecas, 1913) nadie puede hacerle los reproches de que es objeto Magdaleno. Zacatecas está presente en muchos de sus poemas y en su ensayo 19 de junio sobre Ramón López Velarde. Su salida de Zacatecas fue obligada por la "fuerza centrífuga que tenía Zacatecas". Sin embargo, su participación en los eventos culturales de la entidad lo mantiene cercano a su público.
Además de estas dos figuras centrales de la literatura zacatecana, vale la pena citar, entre los escritores nacidos en las primeras décadas del siglo, a Vicente Magdaleno (Tabasco, 1910), prolífico poeta, ensayista y dramaturgo, premio Universidad Nacional Autónoma de México; a Amparo Dávila (Pinos, 1924) quien ha merecido premios nacionales por su obra narrativa; y a Dolores Castro (Aguascalientes, 1923), de padres zacatecanos y con residencia en el Distrito Federal, cuya obra ha servido de inspiración a escritores de nuevas generaciones que buscan rescatar en su obra a Zacatecas.
De la generación nacida en los años treinta destaca Tomás Mojarro (Jalpa, 1932), una rica y fuerte personalidad conocida y respetada en el Distrito Federal, principalmente por la labor periodística desarrollada en Radio UNAM
a lo largo de muchos años. Ha escrito cuentos, novelas y una autobiografía. También merecen mención el poeta Veremundo Carrillo Trujillo (1933) y el novelista Sergio Candelas Villalba (1935).
Hay por supuesto nuevas figuras en el horizonte literario del estado. Los poetas Nicolás Tolentino Jiménez (1945) y Jesús Flores Olague (Zacatecas, 1947), los novelistas Alberto Huerta (1945) y Severino Salazar (Tepetongo, 1947), y por lo menos una veintena de escritores nacidos después de 1950, entre los cuales citaremos a los poetas Ernesto Trejo, José de Jesús Sampedro (1950), Uriel Martínez (1953), Jorge Salmón, Eduardo Arellano, Víctor Hugo R. Bécquer, Juan José Macías y Guadalupe Dávalos (1960), al dramaturgo Armando García (1952) y a los narradores Luis Fernando Flores Olague (1955-1992), Juan Gerardo Sampedro y Gonzalo Lizardo (1965).
En la década de los ochenta y principios de los noventa, la presencia de estos escritores en Zacatecas se fortaleció gracias a su participación en diversos actos, al diálogo con sus críticos, al contacto con el público, que contribuyeron a despertar el interés por sus libros y por su actividad intelectual. En otras palabras, fueron actores de la transformación de la vida cultural zacatecana.
La historia de Zacatecas entre 1940 y 1991 resume la historia nacional. En ella aparece con nitidez la forma como se fue construyendo la estabilidad política, el apaciguamiento de la oposición y los excesos del poder cometidos por quienes carecieron de un control político y social de sus actos de gobierno. Zacatecas ejemplifica dolorosamente los desequilibrios provocados por un modelo de desarrollo a nivel nacional que privilegió a la industria sobre la agricultura; a la ciudad sobre el campo. En la última década del siglo XX
, deja invaluables testimonios de que el cambio político, económico y cultural tiene probabilidades de éxito gracias a la presencia de una sociedad vigorosa, dispuesta a responder a los desafíos del fin del milenio.