EL 20 DE NOVIEMBRE DE 1910 estalló oficialmente la que se llamaría con el tiempo Revolución mexicana. Al frente de aquel movimiento incipiente se hallaba Francisco I. Madero. Seis días después, como acontecía en otros puntos de la República, el Congreso del estado de Colima, mediante decreto, hizo público su "voto de confianza" y su firme "adhesión al héroe por la paz", al único que contaba todavía, a Porfirio Díaz, y con él al vicepresidente y a "los ilustrados y patriotas miembros del gabinete".
No obstante la postura oficial de los notables, aquella sociedad tenía noticias de las ideas que anunciaba Madero. Él mismo, en su largo recorrido por la geografía nacional, había visitado Colima el 27 de diciembre de 1909. Malas fechas para hacer campaña política, con el agravante de que las autoridades no le concedieron el permiso solicitado para dirigirse a la ciudadanía. Madero y su representante en Colima, Rufino Jiménez, decidieron hacerlo en un mitin que tuvo lugar en El Rastrillo el día "de los Inocentes". Subidos a una mesa, dice la conseja popular, Madero y Roque Estrada fustigaron al régimen, exigieron respeto al voto popular y reclamaron la no reelección. A poco de haber iniciado los discursos, la policía disolvió la reunión. Madero se trasladó entonces a Manzanillo y de ahí se embarcó para Mazatlán.
El año de 1910 apenas significó otra cosa que la preparación de las elecciones, su rito respectivo y la liturgia del centenario de la Independencia. En forma análoga a como se desarrollaron los hechos en la capital de la República, en Colima se quemaron incluso cohetes y un castillo, en torno al cual se organizó un mitote cuando algunos descontentos hicieron de las suyas dizque lo derribaron en señal de protesta; dizque le quitaron las mechas. Dos meses después estallaba la Revolución en el norte y en Colima, como decíamos, tan sólo reaccionaron los notables. Fue en mayo de 1911 cuando Eugenio Aviña desertó de la policía y puso en pie de lucha un grupo armado que, junto con la gente de José Bueno, empezaron a inquietar en las tierras colindantes entre Michoacán y Colima. Días después se presentaban ante la capital del estado viniendo de Tepames.
Al parecer, ante el temor generalizado de un inútil derramamiento de sangre, se negoció en Palacio la renuncia del gobernador a cambio del respeto de vidas y haciendas. Dos factores facilitaron el caso: por una parte, los acontecimientos nacionales por los que el propio don Porfirio había dejado la presidencia e iba embarcado en el Ipiranga; por otra parte, la presión en el interior del grupo gobernante de Colima, en el que comenzaban a desplazarse y hacer efectiva manifestación de sus simpatías maderistas algunos de sus representantes. Mediante aquel "pacto de caballeros", éstos se hacían cargo del Ejecutivo para mantener el orden y evitar que otros se abrieran camino al poder. Miguel García Topete asumió provisionalmente las riendas del Ejecutivo, nombró a Eugenio Aviña jefe de las fuerzas revolucionarías y a Ignacio Gamiochipi comandante de la plaza.
A García Topete le correspondió convocar el 11 de junio de aquel año a elecciones. Interesante resultó el cotejo entre los dos principales contendientes: por una parte, Gregorio Torres Quintero, que hacía cabeza de una coalición de grupos, y Trinidad Alamillo, ex prefecto político en Colima años atrás, ahora representante del maderismo oficial, pero sobre todo abanderado del nuevo grupo político que pretendía arraigar García Topete.
También Alamillo, una vez en la gubernatura, declaró a bombo y platillo las circunstancias únicas del estado en el panorama general de la nación, insistiendo en que "la paz y la seguridad pública" se habían mantenido "sin alteración alguna", y así Colima era "una de las pocas entidades federativas en donde no se ha turbado la tranquilidad general". Aquella calma inédita en el paisaje nacional podía mantenerse por la puesta en práctica de determinados mecanismos. El mismo Alamillo hacia público que "en lugar de gavillas de bandoleros", tan frecuentes en otras regiones, que atentaban contra "las vidas y propiedades de los habitantes pacíficos y laboriosos", en Colima "han surgido grupos de honrados ciudadanos". Éstos eran, por supuesto, un grupo de hacendados locales que habían ofrecido al gobernador "un contingente de cien hombres armados, montados y pagados" por su propia cuenta, para frenar cualquier intento de desestabilización en el medio rural, fuera por la presencia de las mencionadas "gavillas", o por la manifestación de acciones opositoras.