III. EN DONDE SE VE QUE, EN 1690, MECÁNICA Y ASTRONOMÍA VAN POR DELANTE DE LA QUÍMICA Y QUE ÉSTA VA POR BUEN CAMINO. PERO A LA PREGUNTA: ¿QUÉ ES EL FUEGO? SE TOMA EL CAMINO EQUIVOCADO Y SE VIVE DE ILUSIONES.

—ñHEY; Juan! ¿A dónde vas? ¿Qué es de tu vida? —ñexclamó Rubén alcanzando a su amigo—.

—ñHola Rubén! No nos hemos visto y esto desde el trimestre pasado. Te he ido a buscar; los vecinos no han sabido darme razón de ti y tampoco Luisa te ha visto. Ya no has ido a las demostraciones de química. ¿Qué, te vas a salir de la escuela, o qué?

—No, lo que pasa es que estoy muy ocupado con cosas interesantísimas. ¿Te acuerdas que andaba con problemas de dinero? Pues buscando aquí y allá fui a dar con monsieur de Montmor; quien organiza reuniones en su casa; me ofreció un luis por cada reunión durante este noviembre y después por cada jueves. Lo que tengo que hacer es recibir a los participantes, tú sabes, recibirles el sombrero y el capote y ayudar a servir la mesa en las reuniones "del grupo". Bueno, pues, te podrás imaginar; acepté. No es fácil pensé, entrar al servicio de un caballero que pague bastante como para poder comer y seguir estudiando; pero sentémonos, mira, allí junto al mostrador; hay dos lugares con sombra. Te invito un blanco, tengo muchas cosas que celebrar.

—ñHey, garçon, dos blancos! —gritó Rubén al tiempo que arrimaba una silla para él e invitaba con el gesto a su amigo a hacer lo mismo—. Pues sí, acepté y fue lo mejor que me haya pasado en la vida; resulta que las reuniones del grupo, que me imaginé serían como las de los salones encabezados por damas libres e interesantes, son estrictamente de discusión de problemas y teorías filosóficas y mecanicistas. Nada de nobles ignorantes, ni de intrigas, ni de chismes de la Corte. Los asistentes serán una docena entre matemáticos, filósofos mecánicos, astrónomos y físicos, varios de ellos de la Academia de Ciencias. ñY vieras qué discusiones tan apasionantes! Antier se trató del pulido de lentes y de diversos tipos de relojes. ¿Y a quién crees que he conocido?... ñA Christian Huygens!

—¿Al inventor del reloj de péndulo, al holandés?1[Nota 1]

—Ajá, un tipo formidable. Viendo lo que se suele tratar en esas reuniones, le conté a monsieur de Montmor que soy estudiante matriculado en medicina y que me intereso muchísimo por la filosofía natural; se sonrió y dijo que si me apresuraba a leer los trabajos de Galileo, me aplicaba a repasar geometría y matemáticas y me mostraba capaz de comprender los Principia,2 [Nota 2]me pagaría el doble, y agregó que si no abandonaba la Sorbona, sino sólo me cambiaba de matrícula, pudiera ser que me constituyera en un par de años en el miembro joven del grupo. ¿Te das cuenta? ñUauh!

—ñSalud y felicidades! —dijo Juan alzando su vaso—. Pero, entonces, ¿ya no vas poder seguir con el laboratorio de química?

—No, ya no. Claro que no. ñImposible!, no puedo. Huygens está de visita solamente unas semanas y monsieur de Montmor quiere aprovechar al máximo el tiempo. Las reuniones son en días alternados. Y además, —añadió Rubén; con cierta petulancia— tanta experimentación, según lo que he oído decir es innecesaria, más bien redundante. La verdadera ciencia consiste en la elaboración de teorías. Justamente hoy se nos hizo saber la opinión de Leibniz al respecto.

—Hmmf... ¿Y qué dice de la química?

—No se refiere directamente a la alquimia, ni a la iatroquímica directamente, sino a esa actitud de experimentación a tontas y a locas, fatigosa y abrumadora que hace Robert Boyle. Leibniz considera que desperdicia su talento, en todo caso menor; porque no ha producido una teoría.

Como Rubén notara que el rostro de Juan se congestionaba por momentos, desorientado, creyó prudente puntualizar. Se le antojan irrelevantes los experimentos que no ejemplifican una teoría matemática, previamente elaborada, "un sistema del mundo".—Inclusive —añadió a la defensiva, viendo que la expresión de Juan se tornaba cada vez más feroz— la explicación de la relación entre la presión de confinamiento del aire con el volumen que ocupa, descubierta por Boyle, ha sido explicada, en términos de átomos no por él, sino por Newton...3[Nota 3]

Al llegar Rubén a este punto, Juan saltó como picado por un aguijón y exclamó:

—Pero, ñya quisiera yo ver a Leibniz hacer una teoría sobre, digamos, por qué la sal se disuelve en agua pero no en aceite ni en mercurio, o por qué el azufre se disuelve en aceite pero no en agua ni en mercurio, o por qué un rubí es rojo y una esmeralda es verde! Y toma nota ñExplicar el porqué, en términos de las diferencias en tamaño, forma y movimiento de las partículas últimas! ñNo, si no es tan fácil! ñNo señor! Además —concluyó Juan un poco más calmado—, ¿tú, se lo has oído decir o lo has leído?

—ñNo, no! —replicó Rubén con ademán conciliador—. Realmente, planteadas así las cosas, veo que los sabios continentales4 [Nota 4]no están apreciando la dificultad de la química y es que creen que está tan avanzada como la astronomía o la física. No conozco personalmente al gran Godofredo Leibniz, pero, que tiene esas ideas es seguro,5 [Nota 5]pues todos los visitantes de Berlín que han venido a dar a París, quiero decir que han asistido a las reuniones de monsieur de Montmor, así lo informan, y lo que es más, ñlas comparten! Sin ir más lejos, el mismo Huygens. Y calma por favor, no es mi intención herir tus sentimientos boyleyanos. ¿Este programa, que me acabas de describir; es lo que Boyle llama filosofía corpuscular de la química?

—Así es en efecto Rubén, la filosofía corpuscular debe... debe... ¿Cómo decirlo? Poder explicar cosas como color, gusto, olor, brillantez, ductilidad, selectividad en la reactividad, etc. Porque, así como con las letras de un alfabeto, al unirlas de formas diferentes se pueden formar diferentes palabras, así al unir las partículas en distintas combinaciones se deben obtener distintas substancias;6 [Nota 6]representando cada combinación de número, tamaño y movimiento, un conjunto posible de propiedades de la substancia; el asunto es hallar las reglas del cómo y del porqué. En cuanto a que si Boyle busca datos experimentales por todas partes y de todas clases, es para ver si puede identificar tendencias, comportamientos, lograr clasificaciones que sirvan para establecer una teoría, pero lo hace, toma nota, no a tontas y a locas sino de forma razonada, aunque sí, a ciegas, porque no hay camino, porque no sabe a dónde llegará. Su actitud es la de interrogar a la Naturaleza, si no, ¿cómo separar una filosofía especulativa de la filosofía natural? ¿Cómo, si no, legitimar a la química como ciencia? Boyle lleva a cabo la experimentación en el sentido del canciller Bacon: "para escuchar lo que la Naturaleza tiene que decir." Además, describe sus experimentos con detalle fiel para que los demás los podamos reproducir; a riesgo de que se le acuse de prolijo y no como los alquimistas que ocultan y disfrazan lo que saben... ñSi es que saben algo! Boyle es un científico moderno —concluyó Juan en tono que no admitía réplica

Por unos instantes, los dos jóvenes contemplaron a las palomas revolotear ante el portal alquímico de Notre-Dame.

—Sí. Acabas de decir algo muy real comentó Juan soñador—. El punto de vista prevaleciente aquí en el continente, de que el funcionamiento de la Naturaleza se descubre por la teorización racional y el experimento, sólo vale como ejemplo, se debe en parte a que, al estar bastante más adelantados en mecánica y en astronomía que en química tendemos a pensar que no es necesario tampoco en química, experimentar para saber. En mecánica, gracias a Galileo y a Newton, principalmente, ahora se pueden calcular propiedades del movimiento de los cuerpos sin necesidad de ir a medir cada vez y además se está seguro de ello. Por ejemplo, sé cual será el periodo de un péndulo hecho de un balín al extremo de un hilo de seda de 2m, en oscilación pequeña, sin necesidad de medirlo, 2p l/g = 2.84 segundos, y más importante para lo que estamos discutiendo, sé que el periodo que calculé será el mismo, tanto si el balín es de plomo como si es de vidrio. En mecánica terrestre o celeste, sólo importan la masa, las fuerzas, las aceleraciones, etcétera.

—Bueno, ñclaro! —interrumpió Rubén—, las leyes de la mecánica son muy generales. Prescriben el mismo tipo de cambio, bajo circunstancias dadas, para todas las variedades de materia.

—ñAjá! Pero en química, justamente el problema es matematizar la cualidad de ser plomo o de ser vidrio, matematizar el porqué el plomo se disuelve en ácido y no el vidrio por ejemplo.

—Y como ves —dijo pensativo Juan—, esta actitud de hacer a un lado la cualidad de la materia es de antigua raigambre, viene desde Demócrito y pervive en Galileo y en Descartes; es una actitud dictada por la necesidad: la dificultad misma de racionalizar las cualidades ha hecho que se las declare no aptas para la descripción intelectual, o no interesantes.

—¿Cómo puede ser esto? En primer lugar, hasta donde yo sé, Descartes está en total desacuerdo con Demócrito. ñExplícate!

—Sí, mira, Demócrito afirmaba que de lo único que tenía sentido hablar era de aquello que se podía expresar en términos matemáticos. Por ejemplo, respecto de la forma y del tamaño, puedo decir si se trata de triángulos o círculos, etc., y en consecuencia expresar el área, el volumen; también puedo establecer proporciones entre ángulos y lados, etc. Rechazaba discutir la cualidad o clase de materia porque no se puede decir nada matemático al respecto, y a falta de otra cosa, decía que habría que suponer que era la misma en todos los átomos, a saber; la materia primordial. Para él no tenía sentido hablar de distintas clases de materia. ¿Cómo expresar matemáticamente lo distinto en clases de materia? ñReconoce que está en chino! Con esta idea en la cabeza, atributos como color; acidez, etc., con los que distinguimos las clases de materia, por ser inabordables matemáticamente, quedaban para él fuera de toda posible discusión.

—Sí, pero ¿y Descartes y Galileo?

—Ahora viene Descartes —continuó Juan saboreando su vino—.

—Claro que él no admite ni la indestructibilidad o inmutabilidad de los átomos, ni mucho menos el vacío que Demócrito o Lucrecio juzgan necesario, para escenario, en el que se muevan los átomos; pero, en su teoría de átomos desgastables, de varios tamaños, que se mueven unos rozando a los otros, solos o en cúmulos, pero de manera tal que jamás dejan huecos (sus famosos vórtices) toma el punto de vista de Demócrito, de que lo único de lo que se puede afirmar algo es de la forma, la masa y el movimiento.

—Bueno, sí, es verdad, pero ésa es la situación en la que nos encontramos, exactamente ésa. ¿Qué otra cosa se puede decir?

—ñAh!, pero el que estemos no quiere decir que no se trate de buscar la manera de traducir; en enunciados matemáticos, las cualidades de la materia, y para ello hace falta experimentar más y más, como lo hace Boyle, y no conformarse y declarar "imposible o inútil experimentar aquello que de antemano sabemos cierto por obra de la razón, cual es que todo se hace mecánicamente en la Naturaleza", como murmuran ciertos sabiecillos petulantes que andan sueltos por ahí...

—ñPaz, me rindo! Tienes razón —exclamó sonriente Rubén—, pero ¿por qué dices que esta actitud frente a las cualidades de la materia pervivió en Galileo?

—Juzga tú lo que escribió en Il Saggiatore,7 [Nota 7]me impresionó tanto que lo recordaré para siempre. Decía —y Juan se apretó las sienes con las manos— "Me siento impelido por la necesidad, tan pronto como concibo un trozo de materia o substancia corpórea, de concebir que en su propia naturaleza está limitado y tiene tal o cual figura que, en relación con otros es grande o pequeño, que está en este o ese lugar, en este o aquel momento, que está en movimiento o se halla en reposo, que toca o no toca a otro cuerpo, que es único, pocos o muchos...; pero el que sea blanco o rojo, amargo o dulce, ruidoso o mudo, de un olor grato o desagradable, no advierto cómo, mi mente, pueda ser forzada a reconocerlo."

—ñZas! Pero vuelvo a preguntar; ¿qué otra cosa se puede decir? ñLas cualidades no pertenecen al dominio de lo racional!

—Y yo vuelvo a contestar, decir, por el momento, nada; buscar ñ sobre la marcha!

—ñY qué genio! —continuó Juan reflexivo—. Precisamente porque fue capaz de abstraer lo esencial en el movimiento y no distraerse con la multiplicidad de las cualidades, por ello comenzó a deshacer el nudo de ignorancia que tenía atorada a la filosofía natural. Hizo avanzar el conocimiento porque pudo concebir que un cuerpo esté en movimiento aunque sea un sistema aislado. Pero ahora, ya que él nos ha hecho avanzar y Newton lo ha culminado, habrá que preocuparse de las cualidades de la materia. Ahora habrá que ocuparse de la interacción entre substancias.

—¿Qué habrá querido decir con "único, pocos o muchos"? ¿Se referiría a las hipótesis atómicas?

—No sé. También pudo haberse referido a los elementos. ñQuién sabe!

En ese momento, los poderosos bronces de Notre-Dame llamando al rezo, volvieron a la realidad inmediata al boticario y al estudiante.

—¿Tienes que ir ahora a casa de Montmor? Me gustaría que me acompañaras al laboratorio. Digo, si tienes tiempo. Quisiera mostrarte una bomba para hacer el vacío de Boyle, la he construido yo mismo y con ella he estado repitiendo algunos de sus experimentos y haciendo otros que se me han ocurrido.

—Sí, desde luego, gracias. Los invitados de Montmor llegarán hasta las ocho, así que tendremos un par de horas para discutir. ñAh!, ya se me olvidaba. ¿Qué opina Boyle de los elementos?

—No cree en ellos. Tengo varios escritos suyos en donde echa abajo la idea de substancias elementales universales. Además, es un atomista de hueso colorado.

—ñPero, cómo!

—En casa te explico.

Caminaron algunas cuadras en silencio y al llegar al callejón de la Parcheminerie, se detuvieron ante la puerta de la botica Le Parfum. Después de saludar a Magdalena con un par de sonoros besos y preguntar si había habido muchos clientes, le dijo Juan:

—¿Qué tal si cerramos, ya es hora, y nos preparas una buena sopa?

—La sopa ya está lista, y si ustedes ponen la mesa en lo que yo caliento el asado, podremos comer de inmediato. Qué milagro que vienes al laboratorio, Rubén, estábamos preocupados por ti. ¿Qué vino te sirvo? —Y diciendo y haciendo, Magdalena procedió a servir las copas y a atizar el fuego—.

Habiendo hecho los honores al sazón incomparable de Magdalena y después de haberla alabado como a la mejor cocinera de París —ñNi con Montmor se come tan sabroso!—, Rubén continuó la discusión.

—Estoy de acuerdo en que Boyle no crea en los cuatro elementos de Aristóteles, porque es experimentalista y no ha ocurrido jamás el experimento que resuelva, digamos, alguno de los metales en sus componentes fuego, tierra, agua y aire. Pero por otra parte tampoco hay una evidencia definitiva en contra, si no es el hecho mismo de que su obtención a partir de los metales ha eludido a los alquimistas hasta la fecha. ¿Qué opina de los cinco elementos modernos en que ahora todos los filósofos por el fuego descomponen a la mayoría de las demás substancias?

—ñCómo que los cinco elementos modernos! —intervino asombrada Magdalena— ¿Qué no son, en todo caso, los tres principios de Paracelso?

—La situación hasta el momento es que, ya sea por destilaciones y más destilaciones, o por calcinaciones; siempre con fuego, destructivamente, los alquímicos sólo consiguen, a lo más, la siguiente separación que llaman "análisis en elementos":

 

un licor volátil, que consideran el mercurio,

una substancia inflamable, que consideran el azufre,

un residuo soluble en agua, que consideran la sal,

un líquido insoluble, que llaman flema, y

un residuo sólido, que consideran es la tierra.

 

—Oigan lo que dice Boyle al respecto —dijo Juan al tiempo que tomaba del estantero El químico escéptico,8 [Nota 8] ummf... está muy largo, les leeré sólo algunas partes9[Nota 9] y les resumiré otras: después de describir el experimento de combustión del leño verde, precisa: "Para evitar errores, he de advertir que entiendo aquí por elementos lo mismo que entienden los químicos que se expresan con mayor claridad, a saber; ciertos cuerpos primitivos y simples o perfectamente sin mezcla que, al no estar hechos de cualesquier otros, o, unos de otros, son los ingredientes de los que se componen inmediatamente todos los cuerpos denominados perfectamente mixtos, y en los que finalmente se resuelven. Ahora bien, lo que ahora pongo en tela de juicio es que haya tales cuerpos que se encuentran constantemente en todos y cada uno de aquellos que se consideran cuerpos compuestos de elementos."

—ñSopas! ¿Por qué poner su existencia en tela de juicio? —inquirió Rubén—. La evidencia experimental es que se encuentran, después de mil operaciones con el fuego, a lo más, las cinco fracciones que mencionaste. ¿No que hay que escuchar lo que la Naturaleza tiene que decir? ¿Y que abajo con las especulaciones? —añadió burlón—.

—ñMomento! ñEn primer lugar, como tú mismo lo acabas de señalar, nunca se ha podido extraer de ningún metal, ni del cuarzo, etc., ninguno de los tales elementos ni ninguna de las cinco fracciones mencionadas. Luego no todas las substancias conocidas han podido ser resueltas en ellos, por el fuego. Segundo, dependiendo de la forma en que se realice el análisis por el fuego, así es la clase de los pretendidos elementos que se encuentran, sigue diciendo el mismo honorable sir Roberto, las maderas, por ejemplo, calcinadas a horno abierto, se resuelven en calx y humo, que por cierto, no es aire, porque pica los ojos como un ácido, lo que por ejemplo no hace el humo del agua cuando se calienta. Pero esas mismas maderas, destiladas en retorta, se despliegan en aceite, espíritu, vinagre, agua y carbón. Habría entonces que definir cuál es, de todos los métodos, el que da los elementos. ¿Cuál es el método que da los elementos, fuego en crisol abierto, con aire, o fuego en alambique cerrado sin aire? Y tercero, habría que distinguir el grado de fuego que se emplee, pues no es lo mismo por ejemplo resolver la sangre en flema y caput mortem por medio de un baño de María, que por medio de un buen fuego en crisol, en donde este caput mortem a veces duro y quebradizo, a veces suave, se resuelve a su vez en espíritu, uno o dos aceites, una sal volátil y un caput mortem restante.

—Resumiendo —dijo Magdalena—, Boyle se niega a admitir que las fracciones resultantes de un análisis por el fuego hayan de ser sin más ni más los elementos, esto es, hayan de ser los constituyentes simples y universales de todas las substancias.

—ñExactamente! —replicó Juan moviendo vigorosamente la cabeza—.

—Pero entonces, respecto de la transmutación, ¿cuál es la opinión del honorable sir Roberto?

—Le parece perfectamente posible. ñCon decirte que fue en gran parte, gracias a su influencia y a su prestigio, como miembro fundador de la Sociedad Real,10 [Nota 10] por lo que el rey inglés ordenó el abrogamiento de la ley que prohibía las actividades de los multiplicadores de oro!

—¿Y cuál es el argumento de Boyle para creer que la transmutación es posible? —preguntó Magdalena—.

—ñPrecisamente su apasionado atomismo! Él concibe, como dijimos antes, que a cada substancia le corresponde un juego determinado de partículas, en número, tamaño, forma y peso, el que constituye una suerte de coalescencia en corpúsculos mayores. Piensa que nada impide a la Naturaleza echar mano del enorme surtido de partículas a su disposición, para formar una nueva substancia, haciendo un reacomodo en los corpúsculos mayores, añadiendo o quitando partículas de un juego dado; por decir algo, añadiendo ahora tres átomos tetraédricos por cada cuatro cúbicos, con lado igual al radio medio de los esféricos ya presentes, con poco o mucho movimiento, o... cualquier otra combinación. Date cuenta, de que si éste es el caso, quitando y añadiendo partículas de los tamaños, masas, formas y movimientos adecuados, se podría construir el juego propio del oro, además de que esto explicaría la enorme variedad de substancias diferentes que existen. Que los químicos, con el fuego, hasta el momento, no hayan podido lograrlo, porque las coalescencias o concreciones de átomos sean difíciles de separar y de armar, no quiere decir para Boyle que no se pueda.

—Ya veo, ya veo. Hablando de otra cosa, en la mañana dijiste que a Boyle le interesaba la búsqueda de cualidades comunes para clasificar substancias ¿Acaso ha descubierto algo nuevo al respecto? —pregunto irónico Rubén—.

—ñClaro que sí, ha descubierto una característica, común a todos los ácidos, que es la opuesta de una característica común de todos los álcalis, suaves o fuertes, y que muchas sales de ninguna manera comparten! Y es la siguiente:

Los ácidos ponen roja la tintura llamada tornasol y los álcalis le devuelven el color azul, la mayoría de las sales la dejan en su color azul pálido. Pero este cambio de color no sólo ocurre con el tornasol sino también con otros colorantes vegetales. De manera que cuando se mezclan un ácido y un álcali puedo saber cuál es el punto de neutralización y obtener la sal sin que sobre ni álcali ni ácido,11 [Nota 11]por ejemplo, para obtener la sal de Glauber pongo una tira de papel impregnada de tintura de tornasol en el vitriólico diluido, añado sosa cáustica hasta el instante en que el color cambia y ñpresto! obtengo la sal sin exceso de ninguno de los reactantes. También ha descubierto cómo distinguir entre los diversos álcalis, porque ha encontrado que dan precipitados de color diferente cuando se mezclan con sublimado de mercurio.12[Nota 12]

—ñVaya pues! Ya se hace tarde y no debo llegar después que los invitados a casa de Montruor —dijo Rubén incorporándose— ¿Me muestras la bomba de vacío que construiste copiando el diseño de Boyle?

—Y de Hooke, de Roberto Hooke. Entre los dos, mejoraron el diseño alemán.13[Nota 13]

Después de despedirse de Magdalena, Rubén siguió a Juan al laboratorio.

—ñOye! exclamó Rubén, al entrar y notar entre las sombras un gran bulto—, este horno es nuevo! ñYo no lo había visto!

—Sí, lo copié del libro Nuestros hornos filosóficos de Glauber.14 [Nota 14]Mira, aquí está la bomba, —dijo con orgullo—:15[Nota 15]

Este globo de vidrio grueso, A, de treinta litros es el contenedor; es bastante espacioso y por su boca, B, se pueden introducir varios arreglos experimentales. Está conectado con este cilindro de bronce de 33 cm de largo y un 1.00 cm de grueso. ñMe salió caro! Creo que Magdalena no sabe que invertí parte de nuestros ahorros en ello, a veces finge no darse cuenta de estas cosas y yo, pues mejor ni toco el tema.

—La conexión entre el contenedor y el cilindro es a través de esta válvula de vidrio, C. Entonces: con la válvula cerrada, se hace bajar el pistón interior, D, que está muy bien ajustado, gracias a esta cremallera, E —y uniendo la acción a la palabra, Juan empezó a girar la manivela, F —se abre ahora la válvula y el aire del contenedor se reparte a todo el volumen. Se vuelve a cerrar la válvula, y ahora se sube el pistón; anda, trata de subirlo, no puedes, ¿verdad?, se requiere mucha fuerza. Ahora, retiramos este tapón de bronce, G, y sale expelido parte del gas y ya puedes subir hasta el tope el pistón y comenzar otra vez. Cada vez que repites la operación, se atenúa más el aire y cada vez es más fácil subir el pistón y se expele menos aire.

—He podido comprobar varios de los experimentos de Boyle. Por ejemplo, que una vejiga de buey aplastada se infla por sí sola al colocarla en el contenedor y hacer el vacío; que los animales (he ensayado con ratones y un gato, claro, cuando Magdalena no anda por aquí) languidecen y mueren después de que su hociquillo ha pasado de rosado a azuloso; que el tictac de los relojes deja de oírse, que las velas se apagan, que no sólo la leña sino el alcohol y el alcanfor; etc., dejan de arder en el vacío boyleyano, pero la pólvora de todas maneras arde, esto me intriga...

Figura 13. Experimento de Mayow. Al arder la vela o al arder el trozo de azufre se producen gases que se disuelven en el agua, por lo que el nivel de ésta sube por el cuello del matraz.

Al apoyarse Rubén en la mesa advirtió un puñado de clavos y preguntó a su amigo si tenía pensada alguna talacha y quería que lo ayudara.

—No, gracias, estos clavos los quiero para producir el aire que se desprende,16 [Nota 16]cuando se sumergen clavos de fierro en vitriólico diluido. Quiero colectarlo; me inquieta saber por qué el belga Van Helmont lo llamó aire pingñe, el aire es aire y punto, aunque esté contaminado. ¿No crees?

Rubén permaneció callado, coincidía con Juan. Una característica que le molestaba de los alquímicos, era la propensión a llenarse la cabeza con palabras raras cuando no comprendían lo que ocurría.

—Pero, ¿no te das cuenta? —estalló entusiasmado Juan—, el aire que se desprende en el experimento de los clavos, ¿estaba fijo en el fierro o en el vitriólico? Si resultara que virutas de estaño, por ejemplo, al sumergirse en vitriólico diluido también dieran burbujas de aire, ñtendría evidencia de que el aire estaba fijo en el ácido y no en el metal!

—Ni te hagas ilusiones, no faltará el alquimista que te discuta que el ácido tiene la virtud de expulsar el elemento aire oculto en los metales. Para que tu interpretación sea aceptada se requiere que primero sea aceptado que los metales son elementos en el sentido de ser "primitivos y simples, perfectamente sin mezcla o no hechos de cualesquier otros".

—Tienes razón —admitió Juan desalentado—.

—Oye, a propósito del fuego y del aire, ¿cuál es la opinión de Boyle al respecto de la ganancia de peso de los metales al ser convertidos en calx? ¿La ganancia de peso se debe a absorción del aire o a absorción de fuego? ¿Hacia qué escuela se inclina? —preguntó pensativo Rubén acariciándose la barbilla—.

—ñAagh! —exclamó Juan, cogiéndose el estómago—. ñYa sabía yo que tarde o temprano llegaríamos a este asunto loco! Ya es tarde, muy tarde, vete.

—Sí, sí, ya me voy, ya me voy contestó Rubén encajándose el emplumado sombrero, pero contesta mi pregunta.

—¿No que no te interesaba la química? Debo decirte, primero, que el distinguido caballero Boyle se inclina a pensar que tanto el agua como el aire y el fuego son substancias elementales, únicamente ñojo! en el sentido de no ser separables en otras más simples, no en el sentido de formar parte de las concreciones metálicas. Para él, agua, aire y fuego, en cuanto a sus partículas últimas, son atómicas. Piensa que el aumento de peso en los caliches de metales, se debe a los átomos de fuego que se mezclan con las concreciones del metal.

—Pero ¿cómo explica que la combustión, la calcinación y la respiración no sean posibles en el vacío?

—Piensa que el aire es un agente mecánico indispensable que facilita la mezcla del fuego con el metal.

—¿Por qué sólo mecánico? ¿Por qué no aceptar que el aire se fija íntimamente en el metal?

—No lo sé. Quizá porque en los casos de la combustión de una vela o de la respiración de ratones en un recipiente cerrado, no se descubre ninguna disminución de la presión del aire. —Viendo que Rubén lo quería interrumpir; Juan añadió subiendo un poco la voz—. No sé qué diga de la pérdida de peso en la combustión del leño verde, pero siendo como es tan antiaristotélico y siendo químico escéptico, me figuro que no le gustará aceptar que el fuego está oculto en el leño y que escapa de él cuando arde, razón por la cual ocurre pérdida de peso. Pero, ñya vete, tienes que caminar como 20 cuadras, ya está oscuro y hay jetas muy feas al pasar cerca de la Bastilla!

-ñVámonos más despacio, estás eludiendo la dificultad! ñSabes perfectamente que los experimentos de Mayow contradicen a Boyle!

—¿Sí? ¿Cuáles experimentos? —preguntó Juan con aire de la mayor inocencia—.

—¿En serio, no sabes a lo que me refiero?

—No —contestó Juan—, en serio no lo sé ¿De qué se trata?

—Pues llegaré tarde con Montmor; pero esto no se puede quedar así. En breves palabras: instala una rejilla en el interior de un matraz grande de vidrio fuerte, de tal manera que puedas colocar sobre ella una pequeña vela ardiendo o un ratón; hazlo de modo que la boca angosta del matraz quede hacia abajo y pueda ser sumergida en un plato hondo con agua. Verás que antes de que la una se apague o el otro muera, el nivel del agua sube por el cuello del matraz mostrando de manera inobjetable que la presión del aire disminuyó en el interior del matraz y que, por lo tanto, una porción del aire fue consumida durante la respiración o la combustión.17 [Nota 17] ñTodavía más! Mayow se las ingenió para instalar en el interior del matraz una repisita colgante con un trozo de azufre en ella; pues bien, haciendo incidir luz del Sol con una lupa sobre el trozo de azufre, éste no arde en el aire sobrante de la combustión o de la respiración. ñQué extraño que no se consuma todo el aire!

Antes de que Juan tuviera oportunidad de replicar; Rubén, despidiéndose con la mano, arrancó a todo correr.

—ñVente a cenar con nosotros este sábado y podremos platicar a nuestras anchas sobre estas locuras! —le gritó Juan—.

En el camino, sin aminorar la carrera, Rubén se hacía las ilusiones de poder sondear la opinión del grupo de Montmor sobre el asunto del fuego, respetuosamente, si se le presentaba la ocasión, y si podía vencer su miedo. Porque estos señores eran muy rigurosos y lo que no fuera perfectamente claro y matemático lo desdeñaban como "palabras, palabras", propias de alquimistas supersticiosos y timadores. En ese momento comprendió Rubén que su destino eran las matemáticas y no la química y que aunque regresara con sus amigos a discutir, su decisión estaba tomada.

Brandeburgo, Prusia 15 de mayo de 1700

Querido Rubén,

Llegamos bien. Pedrito soportó el viaje mucho mejor que nosotros y por lo que se ve hasta ahora, soportará muy bien el frío de estas pantanosas y neblinosas regiones. Es la fecha que es, y tengo que seguir con calzones de lana so pena de pescar una ciática. El laboratorio de la universidad es helado, lo mismo que el temperamento del Herr professor Stahl. Y no es que tenga nada en contra de los pietistas, son honestísimos, pero son helados como su tierra y se toman todo muy en serio. El equipo es magnífico, ñvidrio de Jena! Hay una sola cosa caliente aquí, la teoría del flogisto. El profesor Stahl la está llevando a sus últimas consecuencias. ¿Te acuerdas de nuestras discusiones hace años sobre caliches, fuego y aire? ñPues aquí ha prendido como un incendio la teoría del fantasioso Joachim Becher!18 [Nota 18]Te he de confesar que me siento entusiasmado aunque un poco desconcertado, porque hay hechos experimentales que se están dejando de largo; por otra parte no veo cómo pueda explicarse de otra manera lo que la teoría de Stahl explica. Para no hacerte el cuento largo, y como supongo que tu trabajo con Jacobo Bernoulli ha de consumir casi todo tu tiempo, te envío el siguiente resumen (con la esperanza de que tal vez una idea de matemático nos ayude en este asunto).19[Nota 19]

Combustión de hidrógeno en aire: experimento de Scheele. El hidrógeno se genera en la botella A. Sumergida en la tina de agua caliente B. La flama arde en el interior del matraz invertido, D. El agua sube dentro del matraz.

Obtención de aire empíreo de Scheele. A. Vejiga de piel para conectar el gas.

Antecedentes:

Becher descubrió que el carbón vegetal y el hollín de las chimeneas arden y no contienen azufre. Postuló, en consecuencia, que en vez del principio combustible sulfuroso de Paracelso, en los cuerpos combustibles y en los calcinables está presente una tierra pingñe o tierra grasa. El hollín, grasoso, es particularmente rico en esta tierra pingñe. Esto suena muy razonable y en consonancia con el experimento: si la calcinación de leña es al aire y total, esta tierra pingñe se escapa completamente en las flamas, de hecho, es la flama misma. Pero si la calcinación no es total, y se lleva a cabo en forma encerrada, la tierra pingñe no se puede escapar y la leña se transforma en carbón con la mayor parte del flogisto todavía atrapado en él, aunque bastante más disponible de lo que estaba en el leño verde. Postuló, pues, una substancia que se pierde durante la combustión y la calcinación. Me parece que no es otra cosa que el antiguo elemento fuego de Aristóteles. Stahl, por su parte, habla de una propiedad que se pierde durante la combustión y la denomina flogisto. La flama, según Becher y Stahl, no es otra cosa sino el de prendimiento violento del flogisto como le llama Stahl o de la tierra pingñe, como le llama Becher. Así pues, el flogisto es fuego oculto (fijo en las substancias) que se hace fuego evidente (liberado).

Hechos:

 

   a) El carbón, el hollín, la leña verde o seca, las substancias vegetales, arden con hermosas llamas dejando un calx. El peso del calx es menor que el peso de la substancia original.
   a') El aire pingñe arde violentamente y aparecen unas gotitas de humedad sobre un plato frío que se coloque arriba de la flama.
   b) Al calcinarse un metal se convierte en calx. El peso del calx es mayor que el peso del metal.
   b') Dejados al aire libre, los metales (excepto el oro) se cubren de herrumbre.
   c) Los caliches de los metales con calor y carbón se transforman en metal.
   d) La vela y las combustiones en general se apagan en un recipiente cerrado. Los animales se entristecen, decaen y terminan por morir si se les deja mucho tiempo en un recipiente cerrado.
   e)La combustión no ocurre en el vacío boyleyano. El carbón no arde, sin embargo:
   f) La pólvora y en general las mezclas de carbón o de azufre con salitre arden en el vacío boyleyano.
   g) El intrigante comportamiento del calx de mercurio: caliento fuertemente mercurio en la retorta y se forma el calx, un polvo rojo; aumento la intensidad del calentamiento y vuelve a formarse el mercurio.

 

Explicaciones y conclusiones flogísticas.

 

   a) Respecto de estas evidencias no hay problema, son la base original de esta doctrina: se pierde peso porque el cuerpo o substancia al arder pierde flogisto. Las flamas son flogisto en fuga.
   a') El aire pingñe es, según estos señores, una solución de flogisto en aire. Al arder violentamente se libera. De la presencia resultante de humedad no se ha encontrado todavía una explicación.
   b) El hecho experimental del aumento de peso les importa un rábano. Rehúsan aceptar la teoría de Boyle de que el aumento de peso se debe a que el metal ganó átomos de fuego, que al fin y al cabo sería flogisto que entró al crisol. Se empeñan en sostener que la calcinación, al igual que la combustión, implica pérdida de flogisto. ¿Se quedan callados estos señores? ñDe ninguna manera! Teorizan que el flogisto posee la virtud de "levedad", algo así como un peso negativo o una fuerza de suspensión flotante. Dando como resultado que, al calcinar un metal, se escapa el flogisto y el caliche resulta más pesado. Otros más refinados avanzan la hipótesis de que algo ha de ocurrir en una segunda etapa que más que compensa la pérdida original de peso. Pero qué ocurra, no lo dicen. Otros, con inclinaciones mecanísticas, arguyen que la presencia de flogisto en el metal debilita la fuerza de repulsión entre las partes del metal y del éter empíreo, disminuyendo su mutua gravitación. Es en este punto donde me gustaría oír tu opinión, porque es este aumento de peso lo que me convence de que Boyle tenía razón.
   b') Hay metales que espontáneamente pierden su flogisto, lo van soltando, con lo que queda lo que llamamos herrumbre
   c) Los caliches recuperan su flogisto perdido a expensas del carbón que es rico en él. Así se trabaja en las fundiciones. Esta es la segunda evidencia experimental fuerte a favor del flogisto. Esta es la evidencia que me entusiasma. No veo cómo explicar este hecho sin apelar al flogisto. A Stahl le encanta hacer la siguiente demostración para sus amigos médicos que no visitan las fundidoras: calienta fuertemente litargo (el calx de plomo) y le deja caer encima trocitos de carbón. Donde cae el carbón sobre el litargo se forma una perlita de plomo líquido. Y ñclaro! si todos los metales contienen flogisto, todos son brillantes y maleables. La reacción se puede escribir denotando el flogisto con la letra F como
calx + F (en el carbón) ® metal
   d) Ni la combustión ni la respiración se sostienen, porque en un recinto cerrado pronto se satura el aire con flogisto hasta que ya no admite más. Según estos profesores, la vida se sostiene por eliminación en la respiración, del flogisto adquirido al ingerir los alimentos.
   e) Consideran que el aire tiene que ver sólo como agente mecánico dispersor del flogisto. Al no haber aire, el flogisto no se puede dispersar. Imaginan al aire como una suerte de esponja que absorbe al flogisto.

Esta teoría relega al desván de trastos viejos las hipótesis de Rey y de otros químicos famosos en nuestra juventud, quienes avanzaron la idea de que los metales al ser calcinados ganaban peso porque absorbían el aire. Me remuerde el recuerdo de Hooke, quien en su Micrographia adelanta claramente la teoría de que... una parte... ¿una porción del aire? es necesaria y es la que interviene en la combustión.

   f) Este hecho me desconcierta, ¿por qué se puede escapar el flogisto del carbón en el vacío cuando está mezclado con salitre y azufre y cuando está el carbón solo no? Los he puesto a leer y escribir al recordarles la teoría de las dos emanaciones de la tierra, el espíritu de azufre y el espíritu del salpetre, presentes en el aire y que precisamente constituirían una suerte de pólvora natural que al estallar daría lugar a los temblores y a los relámpagos. No que yo lo piense así, pero si la pólvora arde en el vacío, ¿no será porque el salitre tiene el espíritu de salitre y no necesita tomarlo del aire?20 [Nota 20]
   g) Según los flogistonistas, primero ocurre la consabida pérdida del flogisto, después el calor del horno, otra forma de flogisto, atraviesa la pared de la retorta y se combina con el mercurio.

 

¿Cuáles serán las conclusiones que uno pueda sacar de esto? Una se ve clara, que los caliches son substancias elementales, porque se obtienen por descomposición y que los metales son compuestos porque se obtienen a partir de flogisto y del correspondiente calx.

Según esta teoría, nada que pueda quemarse o calcinarse puede ser un elemento. Combustión implica descomposición en elementos.

He aquí la prueba de Stahl 21 [Nota 21]de que el azufre, un no metal, es un compuesto de ácido sulfúrico (un elemento) y de flogisto: el azufre arde con una flama (debida al escape de flogisto) y si se atrapan sus vapores en agua podemos escribir:

azufre ñ vapores + f

vapores + agua ñ ácido vitriólico.

Si restituimos al ácido el flogisto perdido obtendremos el azufre. Para poder realizar esto es necesario impedir previamente la volatilización del ácido con el calentamiento. Esto se realiza fijando primero el ácido con álcali vegetal cáustico (potasa):

ácido + potasa ñ sal.

La sal ahora se calienta con carbón (rico en flogisto) dando como resultado una masa café oscura idéntica al hígado de azufre:

(ácido sulfúrico + potasa) + f ñ hígado de azufre.

Se demuestra que en efecto la masa oscura obtenida es indistinguible en todas sus propiedades del hígado obtenido cuando se funden juntos azufre y potasa:

azufre + potasa ñ hígado de azufre.

Se sigue inmediatamente de estos experimentos que:

ácido vitriólico + f ñ azufre.

Pero no se detiene aquí Stahl, tiene la teoría general de que lo que ocurre en toda reacción química es el pasaje de flogisto de unas substancias a otras.

Otra conclusión es que esta substancia flogisto es anómala, a veces pesa y a veces levita. A veces atraviesa las paredes, a veces no. Ahora que te escribo y repaso estas extrañas ideas me doy cuenta: si en efecto, en (d) el aire se ha saturado de flogisto, entonces ¿por qué no arde como la supuesta solución de flogisto en aire del experimento (a')? Me siento desesperado, ahora comprendo a Sócrates, mientras más sé, sé que no sé nada. Bueno, no hay que perder la fe, las dificultades tarde o temprano se explicarán satisfactoriamente y es realmente un adelanto explicar tantos fenómenos por intercambios de flogisto y no estar invocando espíritus, virtudes y principios a diestra y siniestra.

He conseguido unas horas adicionales muy bien pagadas en la escuela de metalurgia del electorado, y muchas veces la práctica que preparo para los estudiantes de la universidad me sirve para la de los aprendices de metalurgista. Esto me deja tiempo para planear mis propias teorías y moverles el piso a los flogistonistas, si, dubito ergo cogito, cogito ergo suum, por mucho que me entusiasme este hijo de Zoroastro, hay que dudar y dudar, si no ¿cómo merecer el título de filósofo naturalista? Para mañana ya tengo preparada la demostración de Mayow de que una porción del aire es consumida en la combustión. ¿Te acuerdas?

Recibe los saludos y abrazos de Magdalena y Pedro para ti y para Luisa. Espero que Basilea sea más clemente con ustedes de lo que ha sido Prusia con nosotros. En espera de tus sugerencias quedo afectísimo tuyo,

JUAN

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