AFORTUNADAMENTE LOS CIENTÍFICOS se han convencido de que la idea de causa y efecto no es suficiente, y en su lugar es forzoso hacer uso de esta otra pareja de conceptos: acción y reacción. La noción de interacción es más útil que la de causalidad. Eso vale tanto para la historia natural como para la historia humana, y, especialmente, cuando historia natural y humana entrelazan su gesta.
Así, el antiguo debate sobre el determinismo geográfico se esfuma. No nos interesa buscar "causas" geográficas (el agua, el clima, la tierra) a los hechos históricos. En rigor, como dice Ortega y Gasset, "la única causa que actúa en la vida de un hombre, de un pueblo, de una época, es ese hombre, ese pueblo, esa época". Dicho de otra manera, la realidad histórica tiene una relativa autonomía y se causa a sí misma. En comparación con la influencia que los mexicanos hemos tenido sobre nosotros mismos, el influjo del clima es de poca monta.
Sin embargo, la tierra influye en el hombre, por más que el hombre sea un ser reactivo, capaz de adaptarse a su nicho, pero capaz también de transformar su nicho. A la aridez del terruño el hombre reacciona, a lo largo de los siglos, de manera diferente; termina por cavar pozos y jagüeyes, canales y acequias, levanta bordos y presas, desde el bordo más humilde hasta la titánica presa de Aguamilpa. La naturaleza reta, el hombre contesta al desafío. Acción, reacción interacción.
El paisaje no determina el destino histórico. La geografía no determina la historia: la incita, la estimula. La tierra árida o el exceso de agua que nos rodea no es una fatalidad, sino un problema que el hombre intenta resolver. Cada pueblo se encontró con el suyo, y el resultado de la solución momentánea es el paisaje actual. Por lo tanto, empezamos esa historia con la contemplación de nuestros paisajes, resultado del encuentro histórico entre el hombre y la naturaleza.