VI. LAS REFORMAS BORB�NICAS Y LA INDEPENDENCIA, 1767-1821


ANTES DE SEGUIR con el hilo de la historia de la gobernaci�n de Sinaloa y Sonora es necesario referirnos, aunque sea brevemente, a los acontecimientos que sacudieron al imperio espa�ol entre 1767 y 1821, que tuvieron una relaci�n muy estrecha con lo que sucedi� en la metr�poli. La sociedad del noroeste ya estaba integrada al imperio espa�ol, y lo que ocurr�a en el imperio afectaba a nuestra regi�n.

Desde el siglo XVI, la casa reinante en Espa�a era de la familia Habsburgo, de origen austriaco, pero en 1700 falleci� el �ltimo rey de la dinast�a, Carlos II, sin dejar descendencia directa. Despu�s de no pocos conflictos, la sucesi�n recay� en el pr�ncipe franc�s Felipe de Anjou, sobrino nieto del difunto rey, quien asumi� el trono de Espa�a con el nombre de Felipe V e inici� una nueva dinast�a, la de los Borb�n, por el apellido de la familia a la que pertenec�a, y que era la misma que reinaba en Francia. Los reyes de la casa de Borb�n comenzaron una profunda reforma en Espa�a porque consideraban que el pa�s estaba muy atrasado en comparaci�n con los dem�s pa�ses europeos. Efectivamente, los cambios modernizadores que transformaban a Europa no hab�an tenido cabida en Espa�a, y en el siglo XVIII estaba en desventaja econ�mica y tecnol�gica respecto del mundo occidental. Cuando las reformas borb�nicas quedaron consolidadas en la pen�nsula ib�rica, los monarcas decidieron extenderlas tambi�n a las colonias del imperio, lo que ocurri� en la segunda mitad del siglo XVIII por iniciativa del rey Carlos III quien gobern� el imperio espa�ol de 1759 a 1788. En este cap�tulo nos ocuparemos de las reformas borb�nicas que afectaron a la Nueva Espa�a, y en especial de las consecuencias que tuvieron en las provincias del noroeste.

Las reformas aplicadas en la Nueva Espa�a y en otras colonias del imperio ten�an por principal objetivo recuperar para la corona el poder que los reyes de la familia Habsburgo hab�an ido delegando en algunas corporaciones de las colonias, como la iglesia cat�lica y los consulados de comerciantes, as� como al menos moderar la creciente corrupci�n de todas las esferas del gobierno. Ejercer el poder sin la interferencia de estas corporaciones tambi�n significaba canalizar hacia la corona los beneficios econ�micos que �stas acaparaban. La batalla fue muy re�ida porque se afectaron muchos y muy fuertes intereses creados desde tiempo atr�s.

Para ejemplificar la situaci�n que Carlos III quer�a reformar, examinemos lo que ocurr�a en el noroeste novohispano, seg�n lo hemos descrito. Las funciones de gobierno que deb�an ejercer el gobernador y los alcaldes mayores estaban orientadas a proteger intereses que no eran los del rey. As�, los alcaldes mayores, que al mismo tiempo eran mercaderes, estaban muy comprometidos con los comerciantes almaceneros de la ciudad de M�xico, de modo que dichos alcaldes antepon�an los intereses de los almaceneros —que tambi�n coincid�an con sus propios intereses— al provecho del rey y de sus s�bditos. Con su fuerza pol�tica, la Compa��a de Jes�s interven�a en los asuntos de gobierno y en defensa de sus propias ventajas. La riqueza producida en el noroeste beneficiaba a los comerciantes, a los locales, pero sobre todo a los almaceneros, y la Compa��a de Jes�s se llevaba tambi�n una buena porci�n. La Real Hacienda era la menos beneficiada por las riquezas del noroeste, pues s�lo recib�a lo recaudado en impuestos. Para el gobierno imperial, pues, era muy conveniente eliminar a quienes interfer�an en los asuntos de gobierno y se llevaban la mayor parte de los rendimientos econ�micos.

Para llevar a cabo las reformas en la Nueva Espa�a, Carlos III envi� a un funcionario de la m�s alta burocracia de la corte de Madrid, Jos� Bernardo de G�lvez Gallardo, con el nombramiento de visitador general del reino de la Nueva Espa�a y con atribuciones superiores a la autoridad del virrey. Desembarc� en Veracruz el 18 de julio de 1765 y all� mismo empez� a ejercer sus funciones interviniendo en todos los asuntos, lo mismo militares que de gobierno, fiscales, de comercio e incluso mineros. El virrey en funciones, el marqu�s de Cruillas, no acept� la injerencia del visitador, pero el rey respald� la autoridad de G�lvez y el virrey tuvo que someterse. Al a�o siguiente, el marqu�s de Cruillas fue remplazado por el nuevo virrey Carlos Francisco, marqu�s de Croix, un en�rgico militar cuya virtud era la adhesi�n sin reservas a su rey Carlos III. El marqu�s de Croix fue el mejor colaborador de Jos� de G�lvez en la dif�cil tarea de reformar la Nueva Espa�a.

En general, las profundas reformas impuestas en las provincias del noroeste afectaron a la iglesia cat�lica, a la organizaci�n pol�tica y militar, a la econom�a y al fisco. Empezaremos por la expulsi�n de los jesuitas, porque fue la primera manifestaci�n del reformismo borb�nico en el noroeste novohispano.

La expulsi�n de los jesuitas y las comunidades ind�genas
El visitador en el noroeste novohispano
La reforma pol�tica y administrativa
Las reformas en la econom�a
La poblaci�n
La Alta California
El obispado de Sonora
El significado de las reformas borb�nicas
La crisis de la Independencia

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