CUARTA PARTE LOS PSICOFÁRMACOS
E
N ESTA PARTE HABLAREMOS DE LAS SUSTANCIAS QUE NOS PONEN
en contacto con realidades más allá de nuestra percepción sensorial primaria. Drogas cuyos efectos sociales no son aparentes fuera de un contexto particular al hombre. Fármacos que pueden llevar o traer de la locura. Moléculas que pueden aliviar la melancolía y otras que pueden hacernos sentir superiores.Desde la más remota antigñedad el ser humano ha tratado de modificar artificialmente sus funciones mentales para alcanzar mayor dominio sobre la naturaleza, sobre sí mismo o sobre los demás. Las pruebas más remotas de este hecho se refieren al opio (véase el capítulo X). Se han encontrado restos de amapola, planta de la cual se extrae el opio, en excavaciones de restos humanos de la Edad de Piedra en el norte de Italia y Suiza. Por otra parte, se sabe que los sumerios que habitaban el valle del Tigris-Éufrates hacia 3000 a. C. cultivaban la amapola y extraían su jugo, al cual llamaban "suerte" o "alegría", lo cual sugiere un uso euforizante. Escritos tan antiguos como Los vedas, himnos sagrados de la India, compuestos entre 1500 y 1200 a. C., ya mencionan una planta maravillosa, el soma, de la cual se obtenía un jugo que producía una sensación de bienestar y de felicidad inigualables. Se decía que la planta era originaria del cielo y que había sido traída a la Tierra por un águila. También en Los vedas se refiere el uso de la raíz de la Rauwolfia, de la cual se extrae la reserpina, como tranquilizante en algunos casos de enfermedad mental. En México, el uso de hongos alucinógenos es también muy antiguo, y su nombre en mazateco teonanacatl significa "la carne de los dioses". La introducción de drogas alucinógenas sintéticas se inicia en 1943, cuando Albert Hofmann ingirió
LSD
(dietilamida del ácido lisérgico) y reporta sus efectos psíquicos.Así, la búsqueda de estados extáticos inducidos por técnicas farmacológicas data de miles de años y continúa hasta nuestra época (mencionemos de paso que estos estados también pueden lograrse mediante técnicas no farmacológicas, como la meditación, la privación sensorial incluidos los famosos cuarenta días de Moisés en el desierto, el baile, la carrera, etcétera).
Ahora bien, recuerde el lector cuando se ha sentido muy triste. Cuando a pesar de que los amigos intentan hacerlo reír o llega de pronto una buena noticia y no se puede sentir alegría o felicidad. Cuando todo se ve negro y se contempla el futuro con pesimismo ¿qué es lo que sucede en nuestro cerebro? ¿Por qué no podemos controlar nuestras emociones? ¿Por qué se experimenta la depresión? o ¿qué sucede a los sujetos que parecen estar bajo los efectos de una droga? Sea porque su comportamiento es extraño, o porque se les ve exageradamente tristes o anormalmente contentos, que no responden a estímulos ambientales tal y como estamos acostumbrados, esto es, "normalmente", o porque parecen cambiar de personalidad de un momento a otro y padecen alucinaciones o crisis de terror. Se les puede calificar como excéntricos, raros, "pirados", o simplemente locos. Nos referimos a los enfermos mentales.
Las enfermedades mentales síndromes y signos conductuales suficientemente específicos como para poder ser reconocidos, diagnosticados y eventualmente tratados no son tan raros como podría parecer. En los EUA, estadísticas recientes muestran que el 12% de la población adulta sufre de alguna alteración mental.
En el contexto de la investigación sobre salud mental, el empleo de sustancias capaces de inducir alteraciones de la conducta ha permitido abordar su estudio en modelos animales. Ya en 1845, Moreau proponía el uso del hachís, una de las formas de la Cannabis (mariguana) como modelo de locura. Este enfoque ha sido útil para entender los mecanismos que participan en las enfermedades mentales y poder distinguir mejor los problemas biológicos de los ambientales. Desde la angustia hasta los ataques psicóticos, la gama de alteraciones que pueden afectar el cerebro desde este punto de vista es vasto. Los problemas filosóficos que esto encierra son también amplios. ¿En qué momento podemos decidir que una persona está loca?, ¿cuándo podemos decir que alguien está fuera de la realidad?, ¿qué pasa cuando una gente cambia bruscamente de conducta y se vuelve agresiva con ella misma y los demás? ¿Por qué la risa puede tener efectos analgésicos tan importantes como los de la morfina?, ¿por qué una persona puede tener ideas autodestructivas que la conduzcan al intento de suicidio?
Éstas son preguntas relevantes al tema que nos ocupará en esta parte de la obra. Revisaremos las sustancias que tienen efectos sobre la mente.
Seamos claros: no separamos la mente del cerebro; aquélla no es nada sin éste. Las relaciones entre ambos, sin embargo, son complejas y los filósofos y los neurocientíficos se debaten en este momento por encontrar y definir sus características. Se habla ya incluso de una nueva rama del conocimiento: la neurofilosofía como la encargada de este tema. En este libro deberemos simplificar la cuestión a sus aspectos más pragmáticos, haciendo hincapié en el enfoque médico. No por ello debemos olvidar las extraordinarias consecuencias sociales del uso de psicofármacos, sustancias capaces no sólo de aliviar la depresión o la angustia, sino también de cambiar la personalidad del sujeto. Después de revisar los efectos y características de estas drogas, no debemos caer en la tentación de pensar que todo lo relacionado con la mente es biológico. Al observar los efectos casi mágicos de estas sustancias en el comportamiento, podemos inclinarnos a pensar que si los cambios inducidos farmacológicamente en un solo neurotransmisor son capaces de modificar radicalmente la conducta de una persona, entonces todo lo que nos determina es químico. La influencia del ambiente, incluyendo la educación, determina en forma importante los efectos de una droga. Por otra parte, los síntomas, producto de problemas puramente psicológicos, no se tratan eficazmente con drogas; incluso pueden verse complicados por éstas cuando aparece el peligro de crear una dependencia psíquica o física como una manifestación más del problema. (Algunos elementos relacionados fueron tratados en el capítulo VIII, donde hablamos del efecto placebo.)
Entendemos a la mente, en el contexto que nos ocupa, como aquella manifestación, producto de actividades cerebrales complejas, que consiste en un procesamiento de información, consciente o inconsciente, tanto del medio externo como del interno, que toma en cuenta la memoria, genética o adquirida, reciente o antigua, y coloreada por las emociones. Las llamadas funciones superiores se encuadran en este contexto. El humor (alegre o triste), el estado de activación del
SNC
(desde la tranquilidad a la excitación) o los diferentes estados de consciencia son susceptibles de ser modificados por la exposición a drogas y viceversa: los estados de ánimo o de consciencia pueden modular los efectos de sustancias que afectan el tejido nervioso.Es dentro de este marco, y con un afán didáctico, que hacemos una diferencia entre neurofármacos y psicofármacos. Ambos grupos tienen la capacidad de interactuar con el tejido nervioso; los segundos, sin embargo, al ejercer sus acciones sobre sistemas complejos de neurotransmisores dispersos en varios niveles cerebrales, modifican la conducta del sujeto con repercusiones sociales. No es lo mismo padecer insomnio y manifestarlo como somnolencia constante, que padecer depresión y querer suicidarse.
Los psicofármacos son sustancias que se utilizan fundamentalmente para tratar tres tipos de alteraciones: la esquizofrenia y otras psicosis, la depresión y la manía (es decir, alteraciones del estado de ánimo), y los cuadros producidos por angustia o ansiedad excesivas. Las características clínicas de cada uno de estos cuadros serán abordadas en el capítulo correspondiente a los psicofármacos utilizados para tratarlos. Pero antes, veamos algunos elementos de la historia de las ideas sobre las alteraciones mentales y acerca de las drogas usadas para su tratamiento.
La concepción que el hombre ha tenido sobre las enfermedades mentales ha sido influida, a través de los tiempos, por la ideología. ¿Cómo se ha enfrentado el hombre a la locura?
En tiempo de los faraones se consideraba la enfermedad mental como resultado de la ira de los dioses o de posesión demoniaca. Esto convertía al paciente en un sujeto peligroso al cual había que aislar, exorcisar y hasta castigar. Por supuesto, todo dependía de quién se tratara: en el caso de un rey había que proceder de manera más prudente. Cuenta la Biblia que el rey Saúl, a quien Dios había beneficiado con su espíritu, padecía una tristeza profunda, miedos de todo tipo y crisis de furia incontrolada después de haber perdido una batalla contra los amalek. David, su eventual sucesor, trataba de calmarlo con música y canto, pero el efecto tranquilizante de esta terapia cada día daba menos resultado. La enfermedad de Saúl se fue agravando y se pensó que el espíritu de Dios lo había abandonado porque el rey lo había desobedecido. Así, se trataba de un castigo divino.
No fue hasta el tiempo de los griegos, hacia finales del siglo V a. C., cuando se intentó una aproximación más científica a la "naturaleza" humana en general, y a las enfermedades mentales en particular. Estas se interpretaron con base en desequilibrios de los humores fundamentales de Hipócrates: la sangre, la flema, la bilis negra y la bilis amarilla. La personalidad del sujeto estaba determinada por la proporción de cada uno de estos humores, de manera que en quienes predominaba alguno de ellos eran considerados como sanguíneos, flemáticos, melancólicos o coléricos, respectivamente. Las alteraciones mentales asociadas con desequilibrios de estos humores producían locura excitada (manía), locura tranquila, melancolía (depresión) o histeria. En la Mesoamérica prehispánica también se consideraba a las enfermedades en términos de desequilibrios entre humores y propiedades básicas de la materia: había enfermedades calientes, frías, secas o húmedas. En consecuencia, el tratamiento se orientaba hacia el restablecimiento del equilibrio perdido, utilizando medidas como la dieta, los baños, el sangrado, las purgas, etc., o la utilización de plantas o elementos naturales que tuvieran las propiedades contrarias (alopatía) o semejantes (homeopatía) a la enfermedad. Este tipo de tratamiento continuó mezclado con medidas más agresivas, producto de las ideas reinantes en la Edad Media en Europa, y donde la concepción cristiana del mundo ejercía un predominio ideológico implantado por la fuerza. La introducción de demonios, diablos, quema de brujos y persecución de sujetos "poseídos" determinó en buena medida el tratamiento que se aplicaba a los enfermos psiquiátricos. En el mundo árabe, las ideas hipocráticas continuaban ejerciendo una influencia importante en la concepción que se tenía sobre las enfermedades mentales, pero introduciéndose algunos cambios que son aún visibles en la práctica moderna de la psiquiatría. Por ejemplo, hay pruebas de la existencia de hospitales con secciones separadas para los enfermos mentales en Bagdad, hacia el año 750 d.C., y en el Cairo desde el año 873.
Hasta mediados del siglo
XIX
no existía un verdadero enfoque científico para el diagnóstico y tratamiento de las enfermedades mentales. Se seguían utilizando eméticos, laxantes, narcóticos, extractos de mandrágora, de datura (el toloache mexicano), tabaco, alcanfor, cicuta, diversos tipos de infusión a partir de hojas y flores, especies como la pimienta, vino viejo, etc., curas de sueño y métodos físicos más radicales como la restricción (encerramiento, camisas de fuerza, cadenas), agujas, vidrios cortantes, sillas giratorias, baños fríos, semiahogamiento y crisis convulsivas inducidas por electricidad o por sustancias inductoras de convulsiones.A principios del siglo
XIX
la psiquiatría evolucionó en forma considerable: Pinel y Esquirol, en Francia, elaboraron una clasificación de las enfermedades mentales basada en la observación y en la comparación estadística, de manera que hacia 1838 ya se hablaba de "enfermedad mental" y no de "alienación", palabra que significaba hostilidad y calificaba al enfermo como extranjero ante la sociedad. En Alemania, Sigmund Freud hacía aportaciones importantes para entender la dinámica psicológica de las alteraciones mentales mientras que Emil Kraepelin desarrollaba, hacia 1899, una clasificación de las alteraciones psiquiátricas y de las sustancias empleadas en la época; Kraepelin, considerado uno de los padres de la psiquiatría biológica, funda también el primer laboratorio de psicofarmacología clínica. Así, en esa época se agrupaban los psicofármacos en tres grupos: los narcóticos, sustancias con efectos calmantes que incluían el opio, la morfina, la hioscina (escopolamina) y el hachís; los hipnóticos, que abarcaban el hidrato de cloral, el alcohol, el cloroformo y el sulfonal; y un tercer grupo que agrupaba las sales de bromuro. Bleuler, en 1916, sigue utilizando esta lista pero limitando el uso del opio, por el riesgo de habituación, y del alcohol, por el riesgo de alcoholismo. Es curioso observar que dentro de esta farmacopea no se contemplaba el uso de sustancias estimulantes, lo que equivale a decir que no se contaba con un tratamiento eficaz para combatir la depresión. En esos años aparecieron para esos casos las terapias de choque inducido por insulina, una hormona que disminuye el nivel de azúcar en la sangre (1927), por metrazol, un fármaco estimulante delSNC
(1934) o por electricidad (electrochoque, introducido en 1938). Las anfetaminas se sintetizaron en 1927, y gracias a sus efectos estimulantes se utilizaron en casos de narcolepsia (crisis de sueño) pero poco en psiquiatría.A partir de 1948, la psicofarmacología entró a una década de oro que nunca había tenido hasta entonces y que, hasta nuestros días, marca de manera definitiva el tratamiento de pacientes con diversas enfermedades mentales. A partir de esa época, el número de pacientes recluidos en instituciones psiquiátricas se redujo drásticamente; por ejemplo, en los Estados Unidos de América, en 1955, había 560 000 pacientes psiquiátricos hospitalizados; en 1986, el número se redujo a 120 000. Es curioso observar que este desarrollo se produjo de manera accidental, es decir, no fue producto de una búsqueda orientada específicamente al descubrimiento de psicofármacos, sino que resultó de la conjunción de circunstancias aprovechadas por investigadores dotados de criterio amplio y de capacidad de observación excepcional.
Las observaciones que condujeron a la introducción del primer fármaco antipsicótico, la cloropromazina, se realizaron en el laboratorio de Henri Laborit, en Francia. Laborit estaba interesado en sustancias que pudieran antagonizar los signos y síntomas del estado de choque, manifestado por debilidad, angustia, sudoración, piel húmeda y fría, pulso rápido y débil, disminución de la presión arterial, relajación muscular, etc. Este estado se puede producir después de accidentes o hemorragias graves, de traumas quirúrgicos o psíquicos serios o en personas alérgicas. Laborit pensaba que este cuadro se debía a la liberación masiva de neurotransmisores y que se podía tratar a estos pacientes administrándoles antagonistas de los mismos. En ese momento, una compañía farmacéutica francesa estaba probando fármacos antihistamínicos, uno de los cuales, la prometazina, ya había mostrado no sólo efectos antihistamínicos, sino también propiedades sedantes y analgésicas importantes. Laborit ensayó esta droga en pacientes que iban a ser sometidos a cirugía y que eran, por lo tanto, candidatos a padecer un choque operatorio. La administración de la prometazina, siempre en combinación con el coctel que el anestesiólogo acostumbraba administrar al paciente antes de la operación (el llamado "coctel lítico", que incluye analgésicos, relajantes musculares y ansiolíticos), no sólo disminuyó la incidencia del estado de choque sino que también hizo que antes de la operación el paciente estuviera más tranquilo y que su estado de ánimo fuera mejor después de ese suceso. Estos resultados indujeron la búsqueda de fármacos más eficaces que la prometazina en relación con sus efectos centrales. Apareció entonces la cloropromazina. Laborit constató que este fármaco era más potente que la prometazina, menos tóxico, y que además de producir la reacción descrita anteriormente, producía cierta somnolencia y disminución de la reactividad del sujeto a estímulos ambientales, como si no les importara lo que sucedía a su alrededor, sin que hubiera pérdida del conocimiento. Laborit sugirió entonces su empleo en psiquiatría, particularmente en las curas de sueño en boga en esa época. Fueron Jean Delay y P. Deniker, dos de los psiquiatras franceses más reconocidos de la época, quienes en 1952 ensayaron la cloropromazina, administrada sola, en pacientes psiquiátricos. Los resultados fueron extraordinarios. Varios tipos de alteraciones psiquiátricas, desde la manía hasta los síndromes depresivos o compulsivos, mejoraban considerablemente con la droga, a tal grado que muchos de estos pacientes pudieron retornar a su casa. Este tipo de resultados nunca se había observado antes, y significó el destierro definitivo de las cadenas en los hospitales psiquiátricos, además de que contribuyó al reconocimiento de la enfermedad mental como una realidad objetiva susceptible de ser estudiada y tratada y no como un estado mágico o de origen divino. En 1958 Janssen descubrió las propiedades antipsicóticas del haloperidol, una droga con estructura diferente a la de las fenotiazinas (familia de fármacos a la cual pertenece la cloropromazina); en este caso se trata de una butirofenona, familia que agrega nuevas posibilidades al tratamiento de pacientes psicóticos y a otras alteraciones neurológicas (véase el capítulo XVI).
El hecho que una alteración pueda ser tratada con diferentes familias de drogas implica diferentes niveles de acción, permitiendo así interrumpir el proceso patológico más específicamente. Recuérdese el caso de los antibióticos, en el que también existen diversas familias de agentes.
El tratamiento de las afecciones del estado de ánimo, la depresión y la manía, también experimentó un cambio cualitativo en la década de los años 50. J. Cade, un médico australiano, propuso la hipótesis de que la manía se debía a un envenenamiento por exceso de una sustancia endógena, mientras que la depresión se debía a una deficiencia de esta misma sustancia. Para probar esta hipótesis Cade inyectó la orina de pacientes maníacos en cobayos, descubriendo que ésta tenía efectos más tóxicos que la orina de sujetos normales. Empezó entonces a buscar sustancias que protegieran a los animales de las reacciones tóxicas de la orina de los pacientes. Entre ellas se encontraba el cloruro de litio. Cade observó que el litio tenía cualidades tranquilizantes que hacía que los animales cayeran en un estado letárgico, y que no respondieran a estímulos externos, pero sin producirles sueño. En 1948 Cade ensayó el litio en 10 pacientes en estado maníaco, obteniendo excelentes resultados. A pesar de este éxito, la comunidad médica no aceptó realmente esta práctica sino hasta los años 60, cuando un psiquiatra danés, M. Schou, no sólo confirmó los hallazgos de Cade sino también mostró que el litio era eficaz para prevenir la fase depresiva de pacientes con enfermedad maniaco-depresiva.
A principios de los años 50 se introdujo en la terapia de la tuberculosis la iproniazida. Además de sus efectos antituberculosos se observó que los pacientes mejoraban su estado de ánimo, se encontraban menos deprimidos, más estimulados y algunos incluso mostraban signos de euforia, a pesar de la gravedad del cuadro infeccioso. Poco tiempo después se reportaban sus efectos de inhibición de la monoaminooxidasa (
MAO
), enzima que metaboliza las catecolaminas (véase el capítulo V), y se confirmaba su acción antidepresiva. En 1957 R. Kuhn, un psiquiatra suizo, describe los efectos antidepresivos de la imipramina en los siguientes términos:
La expresión facial de los pacientes se relaja y recupera su expresividad. Los pacientes se vuelven más amigables, más sociables. Hablan más y más alto; el llanto y las quejas cesan; el paciente se levanta en la mañana por su propia decisión y lleva a cabo actividades por propia iniciativa; la sensación de pesadez, debilidad y opresión disminuyen, los sentimientos de culpa y de depresión desaparecen; las ideas y tendencias suicidas van desapareciendo, las alteraciones del sueño y los ensueños opresivos se van volviendo raros.
En los años 60 aparecen los antidepresivos llamados "tricíclicos", por la presencia de tres anillos en su estructura química. Más recientemente han aparecido agentes con otras estructuras químicas y/o mecanismos de acción, los cuales se discutirán en el capítulo correspondiente.
En lo que se refiere a los ansiolíticos, también llamados tranquilizantes "menores" (en relación con los "mayores", representados por los agentes antipsicóticos), son de los psicofármacos más utilizados en la actualidad. Miles de toneladas de estas drogas se consumen en el mundo cada año y la tendencia va en aumento.
Las sustancias utilizadas para disminuir la ansiedad o angustia, y tratar los problemas de sueño asociados, durante muchos siglos fueron fármacos depresores del
SNC
, como el alcohol y los opiáceos. Con la introducción de los barbitúricos, se les empezó a sustituir por éstos, a dosis menores que las requeridas para inducir sueño (véase el capítulo XI. Hipnóticos y sedantes). En 1955, Berger reporta los efectos tranquilizantes de la mefenesina, sustancia conocida por sus efectos de relajación muscular. A partir de ella se introdujo el meprobamato, fármaco con efectos tranquilizantes, que contribuía en la relajación muscular, con buen margen de seguridad y efecto suficientemente prolongado. El meprobamato se aprobó para uso clínico en 1957, tres años después de haber sido caracterizado su efecto.En esos años, un químico polaco, L. Sternbach, estudiaba las propiedades farmacológicas de un grupo de sustancias con características químicas originales: las benzodiazepinas. Utilizando pruebas experimentales específicas, se demostró que una de estas benzodiazepinas, el clorodiazepóxido (Libriumñ), tenía efectos sedantes, de relajación muscular, anticonvulsivos y antiagresivos más marcados que los del meprobamato. En la primavera de 1958 la droga fue ensayada en pacientes geriátricos; en este grupo se observaron los efectos sedantes pero también se detectó ataxia (problemas de equilibrio) y alteraciones del lenguaje. Estos resultados hicieron que el fármaco se abandonara por varios meses, hasta que otro investigador sugirió que se ensayara el fármaco a dosis menores en pacientes con diversos tipos de trastornos neuróticos. Los resultados fueron alentadores: el clorodiazepóxido redujo el estado de tensión y de ansiedad con mínimos efectos indeseables. A partir de ese momento se desarrollaron varias benzodiazepinas con efectos ansiolíticos y antiepilépticos, algunas de las cuales se utilizan ampliamente en la actualidad.
En 1986 se introdujo la buspirona, droga ansiolítica no benzodiazepínica que aparentemente tiene menos efectos adversos que sus predecesores.
Como el lector puede darse cuenta, existe un gran número de sustancias que tiene efectos sobre las funciones cerebrales superiores, útiles en la corrección temporal de alteraciones mentales. Además de ejercer efectos terapéuticos, estas sustancias ayudan a entender el funcionamiento del
SNC
a nivel bioquímico. Por ejemplo, se ha visto que todos los fármacos que interfieren con la neurotransmisión catecolaminérgica y serotoninérgica, sea porque disminuyen sus concentraciones o porque bloquean sus receptores, inducen frecuentemente alteraciones del estado de ánimo sugerentes de depresión. Y al revés, los tratamientos farmacológicos que favorecen sus acciones, por efecto directo sobre los receptores o indirectamente para aumentar su concentración o disminuir su inactivación, tienen efectos estimulantes.
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F
IGURA I.
Sitios de acción de los psicofármacos. En este esquema se ilustra la tríada fundamental del sistema nervioso, compuesta por la terminal presináptica, la terminal postsináptica y la célula glial. La dinámica del proceso de la neurotransmisión incluye varios pasos: la incorporación de aminoácidos (AA
) (I
) a sustancias más complejas (p. ejem., neurotransmisores,NT
), y por ello más específicas (2
), su maduración y almacenaje en vesículas (3
), su liberación hacia el espacio extracelular (4
), sus efectos en receptores de otras neuronas, ligadas o no a segundos mensajeros (5
) o en la misma (6
), su captación por células gliales (7
), donde el transmisor puede interactuar con receptores (R
) o con transportadores (T
) membranales, su inactivación, sea por recaptura a través de transportadores (T
) (8
), o por metabolismo, frecuentemente mitocondrial (9
). Cada uno de estos pasos constituye un nivel posible de efecto de fármacos, sea para favorecer o para antagonizar la función nerviosa.
AA
= aminoácido;NT
= neurotransmisor;R
= receptor;AR
= autorreceptor; 20. mens. = sistema de segundos mensajeros;T
= transportador.
Una prueba adicional del importante papel que desempeñan los aspectos biológicos de las enfermedades mentales en su génesis la constituyen las drogas llamadas "alucinógenas", de las que nos ocuparemos más adelante. Que baste por el momento recordar la similitud entre los efectos de algunas de estas drogas psicoactivas con las alteraciones conductuales que muestran los pacientes psiquiátricos. De hecho, esta relación se halla como pilar de hipótesis neuroquímicas de las enfermedades mentales. Estas teorías proponen que en el cerebro del enfermo mental se producen sustancias tóxicas responsables de los síntomas de estos pacientes. Una especie de alucinógenos endógenos (que se producen en el cuerpo). Como si estos cerebros produjeran sustancias como el
LSD.
Pero intentar explicar entidades tan complejas como los procesos mentales con base en sólo una o dos sustancias (neurotransmisores) resulta peligroso. No solamente existen indicaciones claras de heterogeneidad entre las formas clínicas de las alteraciones mentales (existen muchísimas formas de locura), sino que sabemos que las modificaciones de las funciones de un neurotransmisor producen alteraciones en las funciones de los demás. En el sistema nervioso todos sus elementos interactúan. Además, los psicofármacos no muestran gran especificidad en sus efectos, pues manifiestan sus acciones a múltiples niveles del organismo, exhiben efectos adversos complejos en ocasiones difíciles de controlar, y pueden ser utilizados para condiciones patológicas variadas.
Sin embargo, el reduccionismo ha rendido frutos al favorecer la introducción de nuevos fármacos y permitir el desarrollo de nuevas técnicas de estudio de las enfermedades psiquiátricas en particular, y de las funciones cognoscitivas en general.
Pero no todo es bello. Es cierto que la introducción de los psicofármacos ha significado un progreso cualitativo en la psiquiatría; sin embargo, como para todo aquello accesible al hombre, su uso ha llevado en ocasiones al abuso. Han existido, y existen a la fecha, miles de pacientes que se encuentran bajo los efectos de psicofármacos por razones más sociales que médicas. Sea por un mal diagnóstico (como en el caso de sujetos con epilepsia psicomotora) o por cuestiones políticas, el abuso de los psicofármacos les ha dotado de una mala reputación: sustancias que se usan como medida disciplinaria, medicación usada como castigo o para subyugar la rebeldía, camisas de fuerza químicas, drogas para lavar el cerebro, formas de "dormir" los problemas, sin realmente resolverlos, etc. Pero como cualquier otra invención humana, el uso que se les dé a los psicofármacos puede escapar del control de la consciencia o de la responsabilidad social como en el caso de la teoría de Einstein sin que ello les reste validez. Pero ésta es una cuestión que escapa a los objetivos de esta obra.
Veamos ahora, brevemente, algunas características y clasificación de las enfermedades psiquiátricas.
Se hace distinción entre dos grandes grupos de alteraciones: las psicosis y las neurosis o psiconeurosis.
Las psicosis son estados graves que se acompañan de trastornos severos de la conducta, manifestados por desconexión de la realidad, incapacidad para pensar coherentemente, falta de reconocimiento de estas anormalidades (inconsciencia de la enfermedad), y eventualmente, delirios y alucinaciones, estas últimas definidas como percepciones en ausencia de un objeto real (el ejemplo típico es el del alcohólico que "ve" elefantes rosas), a diferencia de las ilusiones, que son percepciones en presencia de un objeto real (cuando vemos doble o cuando se cree que una pared que sí existe se derrite, etcétera).
Las psicosis pueden dividirse en orgánicas e idiopáticas (o "funcionales"). Las psicosis orgánicas se caracterizan no sólo por alteraciones conductuales, sino también por desorientación en el tiempo y espacio y fallas de la memoria; las psicosis orgánicas se asocian frecuentemente a estados tóxicos, trastornos metabólicos o enfermedades neurológicas como tumores, infecciones, enfermedad de Alzheimer, etcétera.
Por otra parte, las psicosis idiopáticas se han clasificado en: I) trastornos afectivos, 2) esquizofrenias, y 3) psicosis delirante crónica o paranoia.
Los trastornos afectivos pueden dividirse en bipolares, cuando se presenta usualmente de manera cíclica, un componente maníaco (euforia, fogosidad, falta de sueño, irritabilidad, etc.) y uno depresivo; si alguno de ellos predomina generalmente es el estado depresivo entonces se les llama unipolares, o simplemente depresión. Las psicosis afectivas se presentan como severas anomalías de la conducta, con fuertes componentes emocionales (cambios bruscos del estado de ánimo).
Las esquizofrenias constituyen cuadros de pensamiento alterado, con desprendimiento del sujeto de su ambiente, delirios, trastornos emocionales, alucinaciones, catatonia, etcétera.
El tercer grupo, el de las paranoias, se compone de sujetos con anormalidades conductuales causadas por delirios; éstos son ideas que, a partir de algunos elementos de la realidad, se eslabonan para constituir historias o versiones de esta realidad y que exageran alguno de sus elementos, sea conservando una ilación o sin ella. Así, se habla de delirio de grandeza, de delirio de persecución, etcétera.
XVI. FÁRMACOS ANTIPSICÓTICOS
XVII. FÁRMACOS USADOS EN TRASTORNOS AFECTIVOS
XVIII. FÁRMACOS USADOS EN EL TRATAMIENTO DE LA ANSIEDAD
XIX. FÁRMACOS ESTIMULANTES DEL SISTEMA NERVIOSO CENTRAL
XX. NOOTRÓPICOS
XXI. PSICOTOMIMÉTICOS
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